Domingo de Ramos: La Pasión de Dios
El Domingo de Ramos abre la Semana Santa. Es el primer acto de un drama divino y humano que, atravesando el Calvario, desemboca, al tercer día, en la mañana de Pascua. La piedad popular, tras el gozo de las aclamaciones del Domingo de Ramos, tiende a acentuar los misterios de dolor del Nazareno, compartidos por su Madre, la Virgen de los Dolores: “Del Calvario subiendo a la cumbre/ el reo divino a su madre encontró,/ y una espada de filos agudos/ del Hijo y la Madre hirió el corazón”, canta un Via Crucis popular al contemplar la cuarta estación.
No obstante, si queremos transitar del signo al misterio, de lo que “aparece” a lo que “es” en realidad, el subrayado no debería centrarse en la cantidad del dolor sufrido – por otra parte, ¿quién podría medirlo? – sino en la singularidad del Doliente. La Semana Santa nos interroga acerca de la identidad última de Jesús y, simultáneamente, si estamos atentos, nos la revela. El Doliente no es un hombre más, sino el Hijo de Dios hecho hombre, consustancial con el Padre por su divinidad y consustancial con nosotros por su humanidad. Solo si es verdadero Dios y verdadero hombre se podrá decir que con su muerte vence la muerte; solo si es Dios y hombre, el amor se manifestará en él como más fuerte que la muerte.

Acaba de ser publicado en Italia un libro del psiquiatra y escritor Vittorino Andreoli (Verona 1940) con el sugestivo título “La oración del no creyente”. Para los católicos, la oración, sepámoslo o no, “es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre”. Y, como enseña san Agustín, Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él. De esta sed, de este anhelo, de esta búsqueda del significado de la propia existencia, aun sin la certeza de Dios, da testimonio el escrito de Andreoli: La oración del no creyente – nos dice - “expresa el deseo de lo divino que está dentro de lo humano”. Y, ello, a pesar de que este deseo tiene como contexto una sociedad y una cultura marcada por la duda y por la pérdida de fe, por el cansancio de creer.
Más de 380 millones de cristianos enfrentan altos niveles de persecución o de discriminación debido a su fe, según datos de la ONG “Puertas Abiertas”; es decir, uno de cada siete cristianos es perseguido en el mundo. Uno de cada cinco, en África. Dos de cada cinco, en Asia. Uno de cada dieciséis, en América Latina. Por “persecución” se entiende no solo la violencia física ejercida contra los cristianos, sino también la presión practicada en el ámbito privado, familiar, social, eclesial y nacional.












