El amor perfecto

La Ilustración ha buscado la razón universal. Lo que la religión declara como misterio podría resultar de interés “dentro de los límites de la pura razón”; es decir, si se pudiese reducir a la razón sola y especialmente a la dimensión moral de la misma. Lo que fuera más allá no aportaría ningún conocimiento. Es lo que, según Kant, acontece con la Trinidad: “De la doctrina de la Trinidad… no se puede simplemente sacar nada para la vida práctica, incluso si se creyera entenderla inmediatamente; pero mucho menos todavía cuando uno se convence de que supera nuestros conceptos”.

No todos comparten este ensimismamiento de la razón; algunos, singularmente en la tradición cristiana, apuestan por la apertura de la razón a la revelación y, en consecuencia, por la concordia entre la razón y la fe. A principios del siglo XII Guillermo de Champeaux fundó en París la abadía de San Víctor con una escuela para la formación de los monjes, abierta también a estudiantes externos, en la que se realizó una síntesis entre la teología monástica, orientada a la contemplación en la Escritura de los misterios de la fe, y la teología escolástica, que utilizaba la razón para tratar de escrutar esos misterios.

Uno de los grandes teólogos de esta escuela es Hugo de San Víctor (fallecido en 1141), quien meditó mucho sobre la relación entre fe y razón, entre ciencias profanas y teología. En su tratado “Sobre la enseñanza” recomendaba a los estudiantes: “Aprende gustoso de todos lo que no sabes. El más sabio de todos será quien haya querido aprender algo de todos. Quien recibe algo de todos, acaba por ser el más rico de todos". Discípulo destacado de Hugo de San Víctor fue Ricardo, procedente de Escocia, que fue prior de la abadía de San Víctor de 1162 a 1173, el año de su muerte. El monje y el teólogo buscan la contemplación de los misterios de la fe, pero esa contemplación es el resultado de un arduo camino, que implica el diálogo entre la fe y la razón.

Esta aplicación del razonamiento a la comprensión de la fe se practica en la obra cumbre de Ricardo, “La Trinidad”, uno de los grandes libros de la historia, en el que reflexiona sobre el Misterio de Dios uno y trino. Dado que Dios es amor, la única sustancia divina conlleva comunicación, oblación y amor entre dos Personas, el Padre y el Hijo, que se encuentran entre sí con un intercambio eterno de amor. Pero el amor perfecto, la perfección de la felicidad y de la bondad, no admite exclusivismos y cerrazones; al contrario, requiere la presencia eterna de una tercera Persona, el Espíritu Santo: “El amor trinitario es participativo, concorde, y conlleva sobreabundancia de delicia, goce de alegría incesante. Es decir, Ricardo supone que Dios es amor, analiza la esencia del amor, qué es lo que implica la realidad llamada amor, llegando así a la Trinidad de las Personas, que es realmente la expresión lógica del hecho de que Dios es amor”, resume al respecto Benedicto XVI.

La Trinidad es encuentro de amor; comunión. El Misterio de Dios fundamenta una visión de la realidad y del ser humano. La persona, el individuo, se expresa y se realiza a sí misma en relación con los otros, en comunidad. Esta comprensión nueva, lejos de ser irrelevante para la vida práctica, lo cambia todo: “¡Cómo cambiaría el mundo si en las familias, en las parroquias y en todas las demás comunidades las relaciones se vivieran siguiendo siempre el ejemplo de las tres Personas divinas, cada una de las cuales no sólo vive ‘con’ la otra, sino también ‘para’ la otra y ‘en’ la otra!”, añade el Papa Ratzinger. Vivir “con” los otros, “para” los otros y “en” los otros. Un programa todavía por descubrir.

 

Guillermo Juan-Morado.

Publicado en “Atlántico Diario".

Los comentarios están cerrados para esta publicación.