Simone Weil y el deseo de comunión

El papa Juan Pablo II expresaba, en un texto sobre la eucaristía, el deseo de suscitar el “asombro eucarístico” ante este sacramento, a la vez misterio de fe y de luz. El asombro, la maravilla, la fascinación ante lo real, está en la base de la mirada filosófica. No es, por consiguiente, extraño que también ante la eucaristía muchos filósofos hayan mostrado este asombro. Nos fijaremos en un texto de Simone Weil (París 1909 - Ashford 1943), nacida en una familia judía agnóstica, escrito en Londres muy poco antes de su muerte y que tituló “Teoría de los sacramentos”. Este texto lo envió por carta a su amigo Maurice Schumann, miembro, como ella, de la Resistencia Francesa.

Para Simone Weil, lo religioso tiene que ver con el deseo profundo que anida en el corazón, en lo hondo del ser humano: “es el deseo el que salva”, llega a decir en una de sus obras. Cuando estaba en Londres, Schumann solía acompañar a Simone Weil a la misa dominical y, en alguna de aquellas ocasiones, ella le expresó que sentía un deseo muy grande de recibir la comunión, pero no podía cumplirlo porque no estaba bautizada. El deseo, para hacerse real, necesita de la carne: “la naturaleza humana está concebida de tal forma, que un deseo del alma, mientras no pase a través de la carne por medio de acciones, movimientos o actitudes que le corresponden de manera natural, no tiene realidad en el alma”. Solo un deseo real dirigido directamente hacia el bien “puro, perfecto, total, absoluto”, dirigido hacia Dios, puede poner en el alma más bien que el que existía antes.

“Para que el deseo de bien absoluto pase a través de la carne, es preciso que un objeto de aquí abajo sea, en relación con la carne, el bien absoluto, a título de signo y por convención”. Se trata de una convención que, por referirse al bien absoluto, solo puede ser refrendada por Dios. Y esto es lo que sucede con los sacramentos y, en concreto, con la eucaristía, donde “por una convención establecida por Dios entre Dios y los hombres, un pedazo de pan significa la persona de Cristo”. Los sacramentos son signos visibles de la gracia invisible, que permite a los hombres tomar conciencia de la presencia de Dios en medio de ellos. Para que tenga lugar la acción de la gracia en el sacramento, hace falta nuestro consentimiento. El deseo de un bien “único, puro, perfecto, absoluto” unido a la prueba de lo real - a ese pedazo de pan que es signo visible del don gratuito de Dios -, produce un cambio en el alma: “La comunión es el paso a través del fuego que quema una parcela de las impurezas del alma”.

El interés por la eucaristía y por la comunión estuvo presente a lo largo de toda la vida de Simone Weil, quien solía ir a misa y a la exposición del Santísimo Sacramento. Ya cuando estudiaba en el Liceo Henri IV había escrito un ensayo en 1926 sobre “El dogma de la presencia real” en el que decía: “El pan de la comunión es el cuerpo mismo de Cristo, no un símbolo de Cristo”. A pesar de su amor a Jesucristo y a la eucaristía, Weil permaneció en el umbral de la Iglesia y no llegó a recibir el bautismo: “Si bien, aunque fuera de la Iglesia, o más exactamente, en el umbral de su puerta, no puedo evitar albergar el sentimiento de que, en realidad, estoy de todos modos dentro. Porque nada me resulta más cercano que quienes están dentro. Es una postura espiritual difícil de definir y de hacer entender”.

Guillermo Juan-Morado.

Publicado en Atlántico Diario.

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