Había estado (III)
(Escrito por Norberto)
Cuando Ana, la hija de Isaac ben Simón, el carnicero de Antioquía, e Isabel, tuvo la confirmación de que, al fin, volvería a Jerusalén, sus ojos se llenaron de lágrimas, se dirigió al patio de la casa y, allí, bajo la higuera se recogió interiormente, se arrodilló, se golpeó, suavemente, por tres veces, el corazón, acto seguido se levantó, miro al cielo, alzó los brazos y dijo: Shemá Israel, Adonai Eloheinu, Adonai Ejad (Oye, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno).
Su vecino, y primo, Eliecer, le había dado la noticia y devuelto el dinero que sobró tras el pago del pasaje, mejor dicho de los pasajes, para ella y su hijo Eulogio – ella le llamaba Lev (corazón) – al que deseaba presentar a Yahvé, con tres años de retraso, aunque los judíos de la diáspora tenían dispensa, en su Templo sagrado de Yerushaláyim. Guardó las tablillas con la cabeza de toro grabada a fuego, así era la forma del mascarón de proa de la embarcación que habría de conducirles al puerto de Joppe, tras una escala en Tiro para estiba y desestiba; desde allí, una vez desembarcados, se agregarían a una de la caravanas que, formadas sobre la marcha, recorrían el trayecto entre Joppe y Jerusalén, excepto el Sabbath - si había alguna no era de judíos, por lo que, además de no cumplir la Ley, podría meterse en problemas – de ahí que hubiera escogido el día de llegada cuidadosamente: ante diem tertium nonas maii, pues ésta, 7 de mayo, era la fecha de celebración, ese año, del Shabuot (Pentecostés) 50 días después de Pésaj (Pascua).