273 - JUAN PABLO II: LA IGLESIA AL SERVICIO DE LA PROMOCION DE LA MUJER (Texto integro)

JUAN PABLO II: LA IGLESIA AL SERVICIO DE LA PROMOCION DE LA MUJER (Texto integro)

Fuente: ZENIT, 24-11-99

"El compromiso por la promoción de la mujer" ha sido el tema al que ha querido dedicar Juan Pablo II su catequesis de este miércoles. Se trata de un tema de gran actualidad tanto en la sociedad civil como dentro mismo de la Iglesia. Ofrecemos el texto íntegro del Santo Padre.

1. Entre los desafíos del momento histórico actual, sobre los que el gran Jubileo nos invita a reflexionar, en la carta apostólica "Tertio millennio adveniente" he subrayado el respeto de los derechos de la mujer (cf. TMA, 51). Hoy deseo recordar algunos aspectos de los problemas femeninos, sobre los que ya he intervenido en otras ocasiones.

Al hablar del tema de la promoción de la mujer, la Sagrada Escritura ofrece mucha luz, al indicar el proyecto de Dios sobre el hombre y sobre la mujer en las dos narraciones de la creación.

En la primera, se afirma: "Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó" (Génesis 1, 27). Es una afirmación que se encuentra en los cimientos de la antropología cristiana, pues subraya el fundamento de la dignidad del hombre en cuanto persona en su ser creado "a imagen" de Dios. Al mismo tiempo, el texto dice con claridad que ni el hombre ni la mujer tomados pos separado son imagen del Creador, sino el hombre y la mujer en su reciprocidad. Los dos representan en igual medida la obra maestra de Dios".

En la segunda narración de la creación, a través del simbolismo de la mujer creada a partir de la costilla, la Escritura pone de manifiesto que la humanidad no es completada hasta que no es creada también la mujer (cf. Génesis 2, 18-24). Ésta recibe un nombre, que ya en su asonancia verbal en hebreo hace referencia al hombre (iš/iššah). "Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro" ("Catecismo de la Iglesia Católica", 371). El que la mujer sea presentada como "una ayuda adecuada" (Génesis 2, 18) no ha de ser comprendido en el sentido de que la mujer es sierva del hombre -"ayuda" no equivale a "siervo"; el salmista dice a Dios: "Tú eres mi ayuda" (Salmo 70, 6; cf. 115,9.10.11; 118,7; 146,5)-; la expresión quiere decir más bien que la mujer es capaz de colaborar con el hombre, pues es su correspondencia perfecta. La mujer es otro tipo de "yo" en una humanidad común, constituida en perfecta igualdad de dignidad por el hombre y la mujer.

2. Hay que alegrarse por el hecho de que la profundización en lo "femenino" ha contribuido, en la cultura contemporánea, a replantear el tema de la persona humana en función del recíproco "ser para el otro" en la comunión interpersonal. Hoy día, la concepción de la persona en su dimensión de oblación se está convirtiendo en un principio alcanzado. Por desgracia, no es tenida en cuenta desde el punto de vista práctico. Por tanto, entre las muchas agresiones a la dignidad humana, hay que rechazar la difusión de la violación de la dignidad de la mujer que se manifiesta con el abuso de su persona y de su cuerpo. Es necesario oponerse con vigor a toda práctica que ofende a la mujer en su libertad y femineidad: el llamado "turismo sexual", la compra y venta de jóvenes muchachas, la esterilización masiva y, en general, toda forma de violencia con respecto al otro sexo.

¡La ley moral exige una actitud muy diferente al predicar la dignidad de la mujer como persona creada a imagen de un Dios-Comunión! Hoy día es más necesario que nunca replantear la antropología bíblica sobre la relación, que ayuda a comprender de manera auténtica la identidad de la persona humana en su relación con las demás personas y en particular entre el hombre y la mujer. En la persona humana, concebida en términos de relación, se vuelve a encontrar un vestigio del misterio mismo de Dios, revelado en Cristo como unidad substancial en la comunión de las tres divinas personas. A la luz de este misterio, se comprende muy bien la afirmación de la "Gaudium et spes", según la cual, la persona humana, "la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (n. 24).

La diversidad entre el hombre y la mujer recuerda la exigencia de la comunión interpersonal, y la meditación sobre la dignidad y la vocación de la mujer corrobora esta concepción a la luz de la comunión del ser humano (cf. "Mulieris dignitatem", 7).

3. Precisamente, esta actitud de comunión que evoca de manera intensa todo lo femenino permite replantear la paternidad de Dios, evitando esas proyecciones figurativas de carácter patriarcal tan contestadas, y con motivos, por algunas corrientes de la literatura moderna. En efecto, se trata de comprender el rostro del Padre dentro del misterio de Dios en cuanto Trinidad, es decir, la unidad perfecta en la distinción. La figura del Padre tiene que volver a ser meditada en su relación con el Hijo, quien desde la eternidad está orientado hacia él (cf. Juan 1, 1), en la comunión del Espíritu Santo. Es necesario subrayar también que el Hijo de Dios se hizo hombre en la plenitud de los tiempos y nació de la Virgen María (cf. Gálatas 4, 4), y esto arroja luz también sobre lo femenino, mostrando en María el modelo de mujer querido por Dios. En ella, y a través de ella, sucedió el evento más grande de la historia de los hombres. La paternidad de Dios-Padre no sólo está relacionada con Dios-Hijo, en el misterio eterno, sino también con su Encarnación, que tuvo lugar en el seno de una mujer. Si Dios-Padre, que "genera" el Hijo desde la eternidad, ha valorizado a una mujer para "generarlo" en el mundo, haciéndola así "Theotokos", Madre de Dios, esto tiene un significado determinante para comprender la dignidad de la mujer en el proyecto divino.

4. Por tanto, en vez de limitar la dignidad y el papel de la mujer, el anuncio del Evangelio se constituye en garantía de todo lo que simboliza humanamente lo "femenino", es decir, la capacidad para acoger, para atender al hombre, para generar la vida. Todo ello está arraigado de manera trascendente en el misterio del "generar" eterno divino. Ciertamente la paternidad en Dios es totalmente espiritual. Sin embargo, expresa esa eterna reciprocidad y relacionalidad propiamente trinitarias que constituyen el origen de toda paternidad y maternidad y fundamentan la riqueza común de lo masculino y de lo femenino.

De este modo, la reflexión sobre el papel y la misión de la mujer se integra muy bien en este año dedicado al Padre, estimulándonos a vivir un compromiso más decidido todavía para que se le reconozca a la mujer todo el espacio que le es propio en la Iglesia y en la sociedad. (Traducción no oficial realizada por la agencia "Zenit"). FIN.