InfoCatólica / Tal vez el mundo es Corinto / Categoría: Mujer - Familia

25.01.18

Combate espiritual

Leyes actuales en muchos países de Occidente apuntan a que admitamos los siguientes cinco enunciados; dos de ellos son clásicos y de gran solidez y los restantes tres son exabruptos de reciente factura:

1. Todos somos iguales delante de la ley.
2. Toda persona es inocente mientras no se demuestre lo contrario.
3. Sin embargo, en casos de agresión, abuso u otros crímenes, se presume culpabilidad por parte del hombre (es decir, del varón).
4. Las discriminaciones deben ser castigadas a menos que se trate de algunas que van específicamente contra los hombres.
5. Pero un hombre puede volverse mujer, o una mujer, hombre, con la sola fuerza de su declaración subjetiva.

Estimo que las evidentes contradicciones entre estos enunciados alcanzan al final un propósito: crear vacíos e inconsistencias legales de facto, que quedan como instrumentos de arbitrariedad para uso de los jueces o para presiones externas sobre los mismos jueces, por ejemplo, por parte de poderosos y bien subsidiados lobbies.

Estamos ante un ejemplo claro y reciente del colapso de la rama judicial, que así sigue de cerca al colapso de la rama legislativa–que ya había caído en el pozo séptico del positivismo jurídico–y al colapso de la rama ejecutiva, que ya se había redefinido a sí misma en términos de pragmatismo social para sostenerse en el poder dando a la gente lo que las encuestas digan que hay que darle.

Presenciamos así, a distintas velocidades y niveles de gravedad, el derrumbe del sistema actual de gobierno, conocido como “democracia” y basado teoricamente en la tripartición de poderes. Ese derrumbre deja en extrema desprotección a todos, empezando por las instancias intermedias, es decir, las formas de asociación que son superiores al individuo pero menores en número frente al Estado.

Lo cual significa que la familia, en primer lugar, y luego los grupos o comunidades nacidos de creencias religiosas o de prácticas académicas, están en situación de creciente vulnerabilidad frente a un sistema que dispone de poderosas herramientas para silenciar a los opositores.

En efecto, he aquí algunas de las mordazas que ya hemos visto entrar en acción: crear leyes ad hoc; utilizar dobles estándares; aplicar multas onerosas pero selectivas; restringir los permisos de existencia jurídica; y sobre todo, reclasificar como “discurso de odio” todo lo que no quepa en el “pensamiento único.”

A este árido panorama deben añadirse algunas herramientas de manipulación masiva como son:

(1) La seducción de la mujer hacia el campo profesional, como si fuera su campo único de verdadera plenitud al margen de la maternidad y la crianza, que quedan redefinidas como explotación. Objetivo: hacer caer la natalidad y destruir la fuerza pedagógica de la familia.

(2) La agresiva intervención en el campo educativo para segurar la docilidad desde los primeros años de vida por medio de un intenso adoctrinamiento del cual quedan excluidos por principio los padres de familia.

(3) La presentación selectiva de la información a través de los canales de noticias u otros medios, de modo que la respuesta emocional de las masas sea controlada dentro de los resultados que se consideran deseables.

(4) La exaltación de estereotipos en los más dversos campos de la cultura y las artes para secuestrar prnta y eficazmente la mente de los jóvenes.

(5) La conquista progresiva de líderes (escritores, sacerdotes, teólogos y algunos obispos) de la Iglesia Católica que van adaptando su discurso de manera que resulte aceptable en el nuevo orden de cosas.

¿Qué experimenta entonces un cristiano que quiere ser fiel a Cristo y a su Iglesia, la que brilla con el rojo escarlata de sus mártires? Experimenta combate espiritual.

¿Cuáles son sus armas? Las mismas de los mártires: oración, penitencia, humildad, paciencia, testimonio coherente, buena formación, sentido de comunidad, evangelización sin cobardía y esperanza sobrenatural centrada en la gloria del Cielo.

20.03.17

Ante el avance arrogante de la ideología de género

Una frase citada con frecuencia, en distintas variantes, reza así: “Ya no me extraña la maldad de los malos sino la indiferencia de los buenos.” La tesis principal de las líneas que siguen es que nuestra sociedad, de raíces cristianas, no sufre de simple indiferencia sino de algo más profundo y también más concreto: complicidad.

Detrás del muro de silencio cómplice frente a tantos abusos contra la familia y contra la fe católica no hay gente distraída, simplemente, sino gente que considera con firme convicción que hay lazos que les unen con aquellos que asaltan capillas, izan banderas arcoiris o blasfeman con rabia y cinismo. Mientras no tengamos claro qué es lo que tanta gente encuentra en común con esos extremistas seguiremos haciendo marchas que los medios de comunicación ignoran y clamando en vano ante los tribunales. En efecto, una proporción inmensa de nuestros jueces han perdido todo contacto con la ley natural y por eso, en últimas, sus fallos son opciones políticas: ellos no se sienten capaces de batallar contra la marea de la opinión dominante.

Así pues, ¿qué hay en común entre los extremistas–que pueden parecer posesas enloquecidas, como las FEMEN–y el ciudadano típico, que lleva una vida típica, en una ciudad también normal y típica?

Sucede que hace tiempo se rompieron los canales de comunicación entre el pueblo y sus dirigentes. Hace tiempo el egoísmo se instaló como lenguaje casi único del empleador hacia el obrero, con la consecuencia de que el obrero descubrió, también hace tiempo, que su único lenguaje, el del sindicato, tenía que mirar sólo los intereses egoístas del propio sindicato, así ello destruyera a la propia empresa, y fuera entonces suicidio laboral del mismo sindicato.

Algo semejante puede decirse de otros ámbitos de la sociedad: el anonimato que cunde en tantas parroquias católicas, la corrupción de la clase política, la vida irreal de las estrellas de la farándula, incluso la compra de resultados deportivos en las grandes asociaciones de clubes de fútbol: todo ello espeta al ciudadano de a pie que no vale, que no importa, que sólo existe para pagar impuestos y para ajustar las hojas de cálculo de las empresas transnacionales.

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22.04.16

Amoris laetitia - ¿Y ante la confusión, qué?

Así como no se puede tapar el sol con un dedo, tampoco se puede ocultar la perplejidad que muchos fieles experimentan ante un documento tan esperado como es Amoris laetitia, la exhortación apostólica postsinodal con que el Papa Francisco ha presentado tanto las conclusiones del sínodo 2014-2015, como las directrices pastorales que él considera coherentes con lo discutido durante los pasados dos años.

La perplejidad aumenta por dos razones. En primer lugar, hay voces de gran autoridad que están sacando conclusiones diversas, incluso opuestas, mientras afirman basarse en las palabras del Papa. Así por ejemplo, mientras que Mons. Lingayen Dagupan, arzobispo presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas, invita a que “ya” se abra espacio en la mesa de la eucaristía a los que están en relaciones “rotas,” al mismo tiempo, Mons. Livio Melina, presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II, recuerda a todos que comulgar en esas condiciones entraña pecado grave. (Más información sobre este tipo de divergencias en el magnífico artículo del P. José Ma. Iraburu sobre el Cap. VIII de AL). Nadie que ame a la Iglesia puede llamar a esto una situación particularmente deseable para la Iglesia y su obra evangelizadora.

En segundo lugar, vivimos tiempos de gran crispación en los que los juicios apresurados y absolutos desfilan en todo tipo de ambientes y conversaciones. Hay amigos que, después de asegurarme que la sede de Pedro está vacante, es decir, que no hay legítimo Papa en este momento, me han dado un portazo y me han bloqueado en Facebook. Es una afirmación absurda que de ninguna manera comparto pero que muestra que el volumen de las discusiones ha hecho saltar los quicios mínimos del respeto y la prudencia. Mientras que algunos quieren presentar todo lo anterior al Papa Francisco como una caverna fría de legalismos y abstracciones, otros quieren que veamos en nuestro Papa a una especie de infiltrado, venido de otro tipo de oquedad, sulfurosa y perversa. Y repito: nadie que ame a la Iglesia puede llamar a esto una situación particularmente deseable para la Iglesia y su obra evangelizadora.

Por eso la pregunta: Ante la confusión, ¿qué? Ofrezco algunas sugerencias:

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13.04.16

Amoris laetitia - Algunas notas de clarificación

Menos de una semana después de la promulgación de la Exhortación Post-sinodal Amoris laetitia, del Papa Francisco, varias cosas parecen claras:

  1. Las polarizaciones en torno al Papa, y en torno al futuro de la moral católica, o de la Iglesia misma, son más fuertes y agudas ahora. Hay quienes ven en Francisco una renovación del Evangelio y del Espíritu por encima de la ley (y el hombre por encima del sábado) mientras que otros creen descubrir ya las grietas de un cisma irreversible.
  2. La Exhortación muestra la intervención de varias manos (cosa que no es de extrañar en documentos papales). El grado de estas intervenciones hace que pueda considerarse al capítulo VIII como un texto extraño y en varios sentidos ajeno al tono del resto de la Exhortación, y sobre todo distante de la enseñanza expuesta en Veritatis splendor o en Familiaris consortio. La gran mayoría de las discusiones de estos días se han concentrado en ese capítulo.

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9.04.16

Amoris laetitia - Una invitación a la oración

El Papa Francisco ha querido dar un título elocuente a la exhortación post-sinodal sobre la familia: Amoris laetitia: la alegría del amor. Es una obra extensa, de cerca de 240 páginas, que trata numerosos temas en torno a la realidad familiar, desde su preparación y contexto hasta las situaciones difíciles o irregulares en que se hallan muchas personas.

Aunque se trata de un documento que quiere iluminar el camino pastoral con las parejas, y que en ese sentido afirma expresamente que no desea tocar la doctrina sobre el matrimonio, es evidente que tendrá repercusiones en la manera como la mayor parte de la gente entiende qué es el matrimonio desde el punto de vista católico. En concreto, la pregunta, casi única, de muchos es: ¿Ahora sí cayó en cuenta la Iglesia de que los divorciados vueltos a casar pueden comulgar? Pregunta que tiene en su antesala otra más: ¿Por fin la Iglesia empieza a modernizarse y a entender que estamos en el siglo XXI?

Ya algunos medios de noticias relacionados con la Iglesia–aunque con bajo sentido de pertenencia a la fe de la Iglesia, cual es el caso de Religión Digital–han anunciado con trompetas y fanfarria lo que para ellos es una victoria. A fecha de publicación de la exhortación papal, 8 de abril de 2016, el titular de entrada de ese portal digital proclama: “El Papa pide a los obispos que abran las puertas de la comunión, caso por caso, a los divorciados vueltos a casar.” Eso es completamente falso. En ninguno de sus más de 300 numerales pide el Papa tal cosa pero el hecho de que un exabrupto así se pueda soltar impunemente ya hace que uno pueda imaginarse el daño que recibirá el pueblo cristiano sometido a una marea de opiniones supuestamente basadas en el documento de Francisco.

Es de temer que las riquezas del documento, como su manera de subrayar la belleza de la familia cristiana en cuanto respuesta a los mayores males de nuestro tiempo, quedarán sepultadas debajo de una marea de comulgantes improvisados. En efecto, una cosa es llenar templos con gente que coma hostias y otra es evangelizar con integridad hacia la plena comunión en Cristo y con Cristo.

Con el deseo, que Dios me conceda, de escribir más extensamente en otro momento, por ahora sólo pido que oremos pidiendo a Dios que disminuya el número y el impacto de tanto daño que quedará en tantas personas y en tantos lugares. No muchos católicos se toman el tiempo para repasar en detalle los matices de conciencia, psicología y sociología que implican palabras graves como discernir, acompañar e integrar la fragilidad.

Es de temer entonces que los titulares de prensa serán el magro y envenenado alimento que la mayoría de nuestra gente consumirá. Por eso hay que orar. Y nuestra súplica no caerá en el vacío porque hay un Dios que es a la vez poderoso y compasivo, y su Providencia va más allá de esta coyuntura. Grande es su Nombre.