InfoCatólica / Liturgia, fuente y culmen / Categoría: Liturgia de las Horas

13.11.19

Dios mío, ven en mi auxilio (Respuestas L - y última)

Desde muy antiguo, sobre el siglo V-VI, la Liturgia de las Horas se comienza entonando el que preside: “Dios mío, ven en mi auxilio”, a lo que todos responden: “Señor, date prisa en socorrerme”, añadiéndole después el “Gloria al Padre y al Hijo… Amén. (Aleluya)”. Así se entonan las alabanzas divinas.

   “Dios mío, ven en mi auxilio…” es un versículo del salmo 69,2. Se pide la ayuda de Dios para comenzar a cantar debidamente su gloria. Ya san Benito da testimonio de esta práctica en su Regla: “En primer lugar dígase el verso “Dios mío ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme”, el gloria y el himno de cada hora” (RB 18,1).

   ¿Cuál es el alcance de este versículo? ¿Qué dice, qué expresa, qué suplica? San Agustín lo glosa diciendo:

“Luego clamemos todos al unísono con estas palabras: Dios mío, ven en mi auxilio. Pues necesitamos de continua ayuda en este mundo. ¡Cuándo no la necesitaremos! Sin embargo, ahora, colocados en medio de la tribulación digamos de modo particular: Dios mío, ven en mi auxilio” (Enar. in Ps. 69,2).

    En esta vida terrena, peregrina, siempre seremos –con expresión agustiniana- mendigos de Dios, mendigos de su gracia: suplicamos siempre su ayuda, su asistencia.

     Este versículo era muy de la devoción privada de los primitivos monjes. Casiano lo elogia y afirma que los monjes egipcios lo usaban como jaculatoria para fomentar en ellos el espíritu de oración. Fácilmente pasará, pues, al inicio de cada Hora del Oficio divino. Las palabras de Casiano son deliciosas y espirituales:

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30.10.19

Te Deum (y II - Respuestas L)

3. El lenguaje y los términos que emplea el Te Deum lo sitúan en el siglo IV o, como muy tarde, siglo V. Veamos algunos indicios que apuntan en esa dirección.

  Los títulos cristológicos más antiguos no se encuentran ya en el Te Deum como sí se encuentran en el “Gloria in excelsis” (que es más antiguo), títulos tales como Cordero de Dios, Señor, Padre todopoderoso. Se seguirán usando, pero no con tanta frecuencia porque hay una nueva sensibilidad cristológica y nuevas controversias con el dogma cristológico que requieren expresiones más precisas aún.

   Destacan las afirmaciones sobre la naturaleza divina de Jesucristo en plena polémica antiarriana: “Tú eres el Hijo único del Padre” o la expresión “Tú aceptaste la condición humana”. Cristo no es una criatura, ni un ser intermedio entre Dios y el hombre, sino el Hijo único y eterno del Padre.

  Otras expresiones nos ubican en el siglo IV: “el coro de los apóstoles… los profetas… el blanco ejército de los mártires”, señalando cómo la Iglesia ya daba culto a los apóstoles, a los profetas y a los mártires, celebrando el “dies natalis” de éstos, el día de su nacimiento al cielo por el martirio. San Cipriano tiene una expresión semejante a ésta del Te Deum. Escribe: “Allí el coro glorioso de los apóstoles, allí el gozoso grupo de los profetas, la multitud innumerable de los mártires”[1]. Con la suma de todos estos elementos, habrá que situar al anónimo autor del Te Deum en el siglo IV, y no faltan autores que indican a Nicetas de Remesiana como su autor, como lo parecen señalar la coincidencia de distintos manuscritos antiguos.

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9.10.19

Te Deum (I - Respuestas XLIX)

1. En el siglo V se comienza a emplear en la Iglesia un himno festivo de acción de gracias, el Te Deum. Se emplea en solemnes ocasiones de acción de gracias a Dios convocando al pueblo cristiano al canto del Te Deum.

En la actual Liturgia de las Horas, el Te Deum se canta o se recita al final del Oficio de lecturas, antes de la oración conclusiva, en los domingos, fiestas y solemnidades (exceptuando los domingos de Cuaresma). Así dicen las rúbricas de la IGLH:

«En los domingos, excepto los de Cuaresma, en los días de la Octava de Pascua y de Navidad, en las solemnidades y fiestas, después de la segunda lectura, seguida de su responsorio, se recita el Te Deum, el cual se omite en las memorias y en las ferias. La última parte de este himno, desde el versículo «Salva a tu pueblo, Señor» (Salvum fac populum tuum) hasta el fin, puede omitirse libremente» (IGLH 68).

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26.09.19

Gloria al Padre (y II - Respuestas XLVIII)

3. Al parecer, ya en el siglo IV se había extendido por todas partes la costumbre de terminar el canto de cada salmo con el «Gloria al Padre», costumbre ininterrumpida.

La Introducción General a la Liturgia de las Horas determina el uso del «Gloria al Padre». Esta doxología concluye la invocación inicial «Dios mío, ven en mi auxilio» (IGLH 41). Cada salmo y cada cántico concluye también con esta doxología (a no ser que expresamente se diga lo contrario, como ocurre con el Cántico de las criaturas de Dn 3): «al final de cada salmo se mantiene en vigor el concluir con el «Gloria al Padre» y «como era». Pues el Gloria es la conclusión adecuada que recomienda la tradición que da a la oración del Antiguo Testamento un sentido laudatorio, cristológico y trinitario» (IGLH 123).

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19.09.19

Gloria al Padre (I - Respuestas XLVII)

1. Muy especialmente en la Liturgia de las Horas, y en devociones tales como el rosario, una de las plegarias por las que participamos en la liturgia es el «Gloria». Se le llama «doxología menor» para diferenciarla de la «doxología mayor» que es el himno «Gloria a Dios en el cielo».

Ya desde muy antiguo, la Iglesia alabó así, brevemente, a la santísima Trinidad, nombrando a las Tres Personas y confesando que sólo a Dios se le debe la gloria, la alabanza, el honor y el poder. Así esta doxología es una alabanza y una confesión de fe al mismo tiempo: «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».

Las doxologías o alabanzas[1], que la Iglesia canta en su liturgia dependen de las del NT, y éstas, a su vez, guardan relación con las doxologías del Antiguo Testamento. En el NT hay una serie de doxologías dirigidas sólo al Padre; otras dirigidas al Padre por Cristo y algunas solamente a Jesucristo. Se entonan estas doxologías considerando los atributos de Dios, o las obras de su creación y sobre todo sus maravillas en la historia de la salvación y de la redención de los hombres.

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