25.04.22

La universalidad del Calendario general de la Iglesia (Mártires - VI)

san carlos lwanga En el calendario universal hay santos y mártires especialmente relevantes, de culto más extendido en toda la Iglesia, de todos los estados de vida cristianos, tanto de los primeros siglos como del siglo XX, y de todas las naciones:

  • Policarpo de Esmirna, a principios del siglo II, o la carmelita descalza Teresa Benedicta de la Cruz, en 1942, en un campo de concentración nazi;
  • santa Cecilia, mártir romana, o san Bonifacio en Alemania, en el siglo VIII;
  • Cipriano de Cartago, África romana, en el siglo III, o Tomás Moro en Inglaterra en el siglo XVI;
  • san Vicente o san Lorenzo, diáconos en el siglo III, o las carmelitas descalzas de Compiègne (Francia) con la Revolución Francesa, en 1792;
  • los protomártires de la Iglesia romana, bajo el emperador Nerón, san Pedro de Verona, dominico, en el norte de Italia (1252) o en Uganda, san Carlos Luanga y compañeros en el siglo XIX;
  • el polaco Maximiliano Mª Kolbe en un campo de concentración nazi o Lorenzo Ruiz, dominico, y compañeros mártires en Japón, en 1637;
  • Águeda, en Sicilia, en el siglo IV, o Andrés Kim Taegón y 102 compañeros en Corea, en 146, o los mártires de Vietnam Andrés Dung-Lac y compañeros también a lo largo del siglo XIX;
  • Ireneo y los mártires de Lyon (Francia) en el siglo III o Pablo Miki y 26 compañeros mártires en Nagasaki (Japón), en el siglo XVI;
  • Catalina de Alejandría (Egipto) a principios del siglo IV o Adalberto, obispo de Praga, mártir en el 997;
  • Blas, obispo de Sebaste (Armenia), en el 316 o Fidel de Sigmaringa, capuchino, martirizado en Suiza en 1622;

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18.04.22

El calendario litúrgico: nacimiento y desarrollo (Mártires - V)

“El culto de los santos comenzó por el culto de los mártires” (Garrido, M., Curso de liturgia romana, Madrid 1961, 519)

cristo El culto a los mártires nació localmente: cada Iglesia (diócesis) veneraba la memoria de sus mártires, en sus sepulcros (o memorias), junto a sus reliquias.

El hecho de reunirse junto al sepulcro del mártir en su dies natalis o el día de su depositio, dio lugar a los calendarios litúrgicos: se anotaba el nombre del mártir, el día de su memoria y el lugar de la depositio de sus restos, donde se celebraba la Eucaristía. Por ello, la celebración del aniversario de los mártires hace que cada Iglesia tenga una lista que se elabora cuidadosamente.

“Nadie olvidará la fecha de un acontecimiento glorioso entre todos, y, al año siguiente, la comunidad, obispo a la cabeza, se reunirá junto a la tumba, para celebrar el aniversario; ahora será así todos los años, en el día de la deposición. Este día se quedó grabado en la memoria de la generación contemporánea, que lo enseñará a sus descendientes. Evidentemente, cuando las víctimas se multiplicaron, esto condujo a tomar nota, como san Cipriano prescribió hacerlo en Cartago, de los días de la muerte o de la deposición de cada uno. Cerrada definitivamente la era de las persecuciones, el martirologio de cada Iglesia se encontraba sino escrito, al menos constituido y en pleno vigor por la práctica y la observancia de los aniversarios” (Delehaye, Les origines du culte des martyrs, pp. 68-69).

Interesante es el mandato que prescribe san Cipriano:

“Finalmente, debéis tomar nota también del día en que fallecen, para que podamos celebrar su memoria entre los mártires; aunque Tértulo, nuestro hermano, tan entregado y fiel, en medio de sus ocupaciones, con el cuidado y el celo que pone en toda clase de servicio a los hermanos, sin olvidar tampoco lo que se refiere a los cuerpos, me ha ido escribiendo los días en que, encontrándose en prisión, nuestros hermanos bienaventurados salen de este mundo con muerte gloriosa hacia la eternidad, y nosotros ofrecemos aquí oblaciones y sacrificios en su conmemoración, cosa que pronto, con la ayuda de Dios, celebraremos también junto a vosotros” (Ep. 12,2).

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6.04.22

Las «Actas de los mártires» y las «Passiones» hispanas, origen y uso en la liturgia (Mártires - IV)

Mártires cristianos en el Coliseo, Konstantin Flavitsky

La redacción de las Actas de los mártires y de las “Pasiones” atestigua la consolidación y expansión del culto a los mártires a partir del siglo III.

Con amor, la Iglesia procuró conservar las Actas judiciales de los martirios siempre que fuera posible y que hubiesen sido sometidos a juicio; también se desarrolló el género hagiográfico de la “Passio” o Pasión del mártir, en la cual, aportando datos de su vida, narra con detalle los sufrimientos que padecieron, su glorioso martirio y en muchos casos la deposición de sus restos en las sepulturas, con el honor de la Iglesia. Estas Pasiones son un relato pensado para ser leído eclesialmente, en la liturgia.

Las Pasiones se empleaban ya en Cartago y de ahí fácilmente se difundió su uso litúrgico en España (como muchos otros elementos que dejaron su impronta en el rito hispano-mozárabe). “Se atribuye, generalmente, la buena calidad de la hagiografía africana al uso de leer las Pasiones en las reuniones litúrgicas, circunstancia que les aseguraba, al menos en cierta medida, la estabilidad propia a los textos consagrados por el uso eclesiástico” (Delehaye, Les origines du culte des martyrs, p. 372).

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28.03.22

El origen del ciclo santoral en el año litúrgico (Mártires - III)

Diácono del Liber Testamentorum

El germen histórico del culto a los santos nació, así pues, con los mártires. El concepto de “santo” ha sido tomado de modo diverso en el curso de la historia. Cuando hablamos hoy de un santo, entendemos generalmente una persona de una fe y una conducta moral extraordinarias, y que la Iglesia así lo reconoce y propone a todos, lo canoniza, es decir, lo presenta como “canon”, norma de vida cristiana, aprobando su culto e intercesión. Sin embargo “hasta mediados del siglo IV los cristianos consideraban santos propiamente sólo a los mártires, los que habían dado la vida por la confesión de la fe” (Olivar, A., “La historia del culto a los santos y de los martirologios”, en Phase 42 (2002), p. 287).

El culto a los santos comenzó con el honor tributado a los mártires porque se veía en el mártir al perfecto imitador de Cristo (Cf. S. Clemente de Alejandría, Stromata IV, 4, 15; 9, 75).

En el mártir, de modo eminente, se ha realizado en su plenitud el Misterio pascual del Señor, su muerte y su resurrección. Vivieron y reprodujeron el Misterio pascual de Cristo:

“Estos mártires son hombres y mujeres que han realizado plenamente en su vida real la presencia de Cristo y de su Cruz que se les había dado por el Misterio sacramental. Y son también hombres y mujeres que han cumplido, como podemos verlo, este “paso” definitivo, por medio de la Cruz, del mundo de hoy al mundo del futuro, al mundo de la Resurrección. La celebración de la “memoria de los mártires”, tal como la llamaba la Iglesia antigua, es por tanto la celebración en la que el Misterio de la Cabeza se cumple en el Cuerpo, es la verificación, si podemos emplear este término, de la afirmación de san Pablo: “si sufrimos con él, seremos glorificados con él”” (Bouyer, L., La vie de la liturgie, Paris 1960, p. 268).

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24.03.22

El dies natalis, el sepulcro y la Eucaristía (Mártires - II)

Mártires de Turón

Terminada la ejecución, intentaban los cristianos recoger con honor el cuerpo del mártir y darle una sepultura digna. Al principio, una sepultura como cualquier otra, en cementerios comunes, hasta que llegará el momento –con la libertad religiosa- de poder enterrar y edificar una capilla (memoria) o basílica en su honor.

“Por sus luchas y su triunfo, el mártir pertenece exclusivamente a la Iglesia; a la Iglesia también pertenece su tumba, de la que nadie ignora el emplazamiento y que los fieles encuentran sin dificultad, como los parientes y amigos distinguen la tumba de uno de los suyos. Pero no se pensó ni mucho menos, sobre todo al principio, en reservar a los mártires una sepultura privilegiada” (Delehaye, Les origines du culte des martyrs, p. 36).

Era costumbre habitual ir a la tumba de los parientes difuntos en el aniversario de su fallecimiento y así lo hizo la Iglesia, con otro tono y espíritu, con sus mártires. Celebraban el dies natalis, o día de su nacimiento al cielo. Pero muchas veces los verdugos ejecutores del martirio dificultaban que se pudiera recoger el cuerpo del mártir para enterrarlo, honrarlo y reunirse en su sepulcro. “Los paganos no ignoraban esta particularidad, tan conforme, por lo demás, con sus propias costumbres, y regularmente, cuando querían impedir a los cristianos rendir culto a algún mártir, no retroceden ante lo que a sus ojos es la suprema crueldad, impidiendo al ajusticiado la justa sepultura. Las cenizas son lanzadas al viento o los cuerpos se quedan expuestos a los dientes de animales depredadores, y se cree que así se suprime radicalmente el objeto mismo de culto. Vanos esfuerzos por parte de aquellos que pretendían conseguirlo en esencia. Quedaba la conmemoración solemne, que no era inseparable de una visita a la tumba. Y esto mismo también con los restos del mártir, se hacía desaparecer uno de los elementos más apropiados para dar lo que pedían ante todo las multitudes: el atractivo de un objeto tangible y una localización precisa” (Delehaye, Les origines du culte des martyrs, p. 39).

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