El lenguaje del rito romano: lo breve, si bueno,...

El misal

Bello y elegante, sumamente claro y conciso, es el lenguaje de la liturgia romana. Está claro que muestra su origen del latín: sobrio y denso, rico al mismo tiempo. No desperdicia palabras, ni se llena de florituras ni adornos, no necesita reiteraciones ni proliferan oraciones de relativo. En ese estilo, en ese corte clásico, radica su belleza.

Una oración colecta de la Misa romana es una obra de orfebrería, con suma precisión, diciendo mucho con pocas palabras, expresando grandes verdades de fe con brevedad. Pensemos en la colecta de la Misa del día de la Natividad del Señor, con su estructura romana (a) Invocación, b) Memorial –con una oración de relativo- y c) petición, más d) la conclusión trinitaria):

  1. Oh, Dios,
  2. que estableciste admirablemente la dignidad del hombre y la restauraste de modo aún más admirable,
  3. concédenos compartir la divinidad de aquel que se dignó participar de la condición humana.
  4. Por nuestro Señor Jesucristo.

Es increíble tanta belleza en tan pocas expresiones, cuyo origen está en el gran genio literario de san León Magno. Se invoca a Dios sin adjetivos alguno, ni “todopoderoso”, ni “eterno”, etc. Luego una oración de relativo hace memoria del Misterio: “que estableciste…”, sin que aparezcan adjetivos, sino solo el juego sonoro de dos adverbios de modo: “admirablemente” - “aún más admirable”. Después la petición: “concédenos compartir la divinidad…”, y de la misma forma literaria, no aparecen adjetivos ni siquiera algún adverbio que dé colorido. Y, no obstante, ¡qué hermosura al cantar el Misterio del Nacimiento del Señor! Al Dios creador y redentor se le suplica que lleve a término en nosotros el admirabile commercium, “compartir la divinidad” de su Hijo que se ha hecho hombre.

Escojamos otra colecta, observaremos el mismo esquema en su redacción y la misma sobriedad en sus palabras escogidas y claras:

  1. Oh, Dios,
  2. que por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de la luz,
  3. concédenos que no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre en el esplendor de la verdad.
  4. Por nuestro Señor Jesucristo.

En este caso es la colecta del domingo XIII del Tiempo Ordinario. De nuevo la Iglesia se dirige a Dios en la invocación sobriamente, sin adjetivos, solamente: “oh, Dios”. Con una oración de relativo se habla del bautismo y de sus efectos, la filiación divina: “que por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de la luz”, sin adjetivos que den color y sonoridad ni adverbios, tan solo esa oración de relativo aludiendo a los textos paulinos sobre la adopción y ser “hijos de la luz” (¡los textos de la liturgia poseen todos una inspiración cercana o remota de los textos de la Escritura!). Tras lo cual, se eleva la petición: “no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre en el esplendor de la verdad”, como conclusión clara del ser “hijos de la luz”. De nuevo no hay circunloquios, ni más oraciones de relativo, ni florituras en el lenguaje. Es todo claro, breve, pero con tanta sustancia que al oído puede pasar desapercibido, y requiere personalmente, en la oración privada, lectura atenta y meditación asidua para extraer las riquezas de ese lenguaje romano tan conciso.

Tan conciso es el lenguaje del rito romano, que el saludo clásico es “Dominus vobiscum”, con el verbo elíptico, mientras que el mismo saludo, pero con el rito hispano-mozárabe, posee el verbo y además un adverbio: de “Dominus vobiscum” pasamos a “Dominus sit semper vobiscum”. Lo romano es breve; lo hispano-mozárabe es más poético, más enriquecido en su lenguaje.

Para que palpemos mejor la diferencia de genios literarios y de expresiones, veamos una oración post-gloriam del Rito hispano (equivalente a nuestra oración colecta):

Gloria por siempre a ti, Padre y Señor supremo,
porque hoy te has dignado enviarnos desde el cielo
a nuestro Señor Jesucristo como Salvador,
a quien habías anunciado desde antiguo
por los vaticinios de los profetas
y ahora lo has mostrado nacido de la Virgen María.

Hoy, por nosotros ha sido puesto en el pesebre
el pan de la vida eterna,
y ha sido confiada a la tierra una gran luz.

Hoy ha sido mostrada la paz de los habitantes del cielo
y a todos se nos ha concedido el don de la eternidad.

Hoy se nos ha descubierto un tesoro divino
y la luz revelada por el Espíritu Santo ha sido devuelta a todos.

Ahora ha aparecido en el mundo la luz verdadera,
él que es médico de los ciegos
y curación de los paralíticos,
fuerza de los enfermizos
y vigor de los débiles.

Hoy ha sido mostrada la auténtica resurrección de los muertos,
el camino, la verdad y la vida de los vivientes.

Te pedimos pues, oh Dios nuestro, Trinidad verdadera,
que a cuantos has dado recibir el gozo de tu nacimiento,
nos concedas, por esta celebración anual,
llevar una vida inmaculada.

Que después de superar los límites de esta vida presente
alcancemos reunirnos con todos los santos
en la patria gloriosa del cielo.

R/. Amén.

La extensión es mucho mayor, formada por varias oraciones. Emplea paralelismos, frases que comienzan con el “Hoy” que subraya la solemnidad y actualidad del Misterio. Es la Natividad del Señor cantada por los textos litúrgicos, con toda su poesía y hasta arrobamiento. Nada que ver con la concisión del rito romano que vimos antes: “Oh, Dios, que estableciste admirablemente la dignidad del hombre y la restauraste de modo aún más admirable, concédenos compartir la divinidad…”

Incluso el lenguaje de los devocionarios ha desplegado todos los recursos literarios para mover más el sentimiento que la certeza y hondura de la fe. Son oraciones generalmente largas, de varios miembros, con adverbios y, por supuesto, muchos adjetivos incluso en superlativo: “gloriosísimo”, “castísimo”, “misericordiosísimo”, así como de exclamaciones: “¡Oh…!”… El resultado es un lenguaje en ocasiones farragoso, sin advertir el hilo conductor, excesivamente sentimentales, con muchas repeticiones, con varias peticiones una tras otra.

Por ejemplo, al apóstol san Judas Tadeo:

¡Oh gloriosísimo Apóstol San Judas! Siervo fiel y amigo de Jesús. El nombre del traidor que entregó a tu querido Maestro en manos de sus enemigos ha sido la causa de que muchos te hayan olvidado, pero la Iglesia te honra e invoca universalmente como patrón de los casos difíciles y desesperados. Ruega por mí que soy tan miserable y haz uso, te ruego, de ese privilegio especial a ti concedido de socorrer visible y prontamente cuando casi se ha perdido toda esperanza. Ven en mi ayuda en esta gran necesidad, para que reciba los consuelos y socorro del cielo en todas mis necesidades, tribulaciones y sufrimientos, particularmente (haga aquí cada una de sus súplicas especiales), y para que bendiga a Dios contigo y con todos los escogidos por toda la eternidad.

Con toda razón explicaba el P. Prado:

“Acostumbrados a las oraciones modernas de muchos devocionarios con tantas palabras como de enjundia tan escasa, tan sentimentales, tan insinceras y exageradas, la oración litúrgica romana parece de pronto fría, abstracta, descarnada, inadaptable a la mentalidad moderna. Pero tras el choque momentáneo, producido por contraste tan grande en forma y en ideología, vencida esta primera impresión, hácese el espíritu a esas oraciones tan humanas y tan divinas, tan profundas como sanas y sonoras. El paladar aviénese pronto a lo bueno y regalado, aunque nuevo e insólito”[1].

Resumir tanto, y vivir con esa economía del lenguaje, conlleva para todos el esfuerzo de penetrar en la riqueza de lo que se expresa con tan pocas palabras, aunque sean elegantes, bien elegidas y con frases muy pensadas y construidas. Hay que habituarse a ellas, oírlas con atención cuando el sacerdote las recita o canta, meditarlas en silencio y lo mismo con los prefacios (“En verdad es justo y necesario…”), con doctrina tan pura y expresada con formularios breves, o también demás textos eucológicos, como las preces de Laudes y Vísperas.

El lenguaje litúrgico del rito romano necesita ser asimilado, saboreado, para descubrir tantas riquezas que alimentan la inteligencia de la fe. Es una inversión espiritual acostumbrarse personalmente a orar con los textos y oraciones de la liturgia, asimilándolos.



[1] PRADO, G., Curso fácil de Liturgia, Madrid 1942, p. 38.

1 comentario

  
Juanjo Romero
Don Javier falleció el el 11 de septiembre de 2021, pero nos dejó más de un centenar de artículos en borrador, muchos de ellos listos para su publicación.

A lo largo del año los iremos publicando póstumamente, y seguro que nos servirá para elevar oraciones al Cielo en acción de gracias y por su alma, como a él le gustaba decir.
01/01/22 12:43 PM

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