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28.03.22

El origen del ciclo santoral en el año litúrgico (Mártires - III)

Diácono del Liber Testamentorum

El germen histórico del culto a los santos nació, así pues, con los mártires. El concepto de “santo” ha sido tomado de modo diverso en el curso de la historia. Cuando hablamos hoy de un santo, entendemos generalmente una persona de una fe y una conducta moral extraordinarias, y que la Iglesia así lo reconoce y propone a todos, lo canoniza, es decir, lo presenta como “canon”, norma de vida cristiana, aprobando su culto e intercesión. Sin embargo “hasta mediados del siglo IV los cristianos consideraban santos propiamente sólo a los mártires, los que habían dado la vida por la confesión de la fe” (Olivar, A., “La historia del culto a los santos y de los martirologios”, en Phase 42 (2002), p. 287).

El culto a los santos comenzó con el honor tributado a los mártires porque se veía en el mártir al perfecto imitador de Cristo (Cf. S. Clemente de Alejandría, Stromata IV, 4, 15; 9, 75).

En el mártir, de modo eminente, se ha realizado en su plenitud el Misterio pascual del Señor, su muerte y su resurrección. Vivieron y reprodujeron el Misterio pascual de Cristo:

“Estos mártires son hombres y mujeres que han realizado plenamente en su vida real la presencia de Cristo y de su Cruz que se les había dado por el Misterio sacramental. Y son también hombres y mujeres que han cumplido, como podemos verlo, este “paso” definitivo, por medio de la Cruz, del mundo de hoy al mundo del futuro, al mundo de la Resurrección. La celebración de la “memoria de los mártires”, tal como la llamaba la Iglesia antigua, es por tanto la celebración en la que el Misterio de la Cabeza se cumple en el Cuerpo, es la verificación, si podemos emplear este término, de la afirmación de san Pablo: “si sufrimos con él, seremos glorificados con él”” (Bouyer, L., La vie de la liturgie, Paris 1960, p. 268).

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