Padrenuestro (III - Respuestas XXXV)

5. De distintas formas se reza el Padrenuestro según las distintas liturgias, tanto en la Misa como en la Liturgia de las Horas.

   En el Ordinario de la Misa romana actual, tras la monición, extendiendo las manos el sacerdote, lo rezan juntos a una sola voz el pueblo y el sacerdote: “El sacerdote hace la invitación a la oración y todos los fieles, juntamente con el sacerdote, dicen la oración” (IGMR 81); “terminada Plegaria Eucarística, el sacerdote con las manos juntas, dice la monición antes de la Oración del Señor; luego, con las manos extendidas, dice la Oración del Señor juntamente con el pueblo” (IGMR 152).

   Anteriormente, con el Misal romano de S. Pío V (hoy forma extraordinaria del rito romano), recogiendo una antigua costumbre, el sacerdote lo rezaba solo, en voz baja; levantaba la voz al decir: “et ne nos inducas in tentationem”, y el acólito o los fieles sí decían juntos la última petición: “sed libera nos a malo”. Éste era el modo que se practicaba entre los monjes que seguían la Regla de S. Benito: “Nunca deben terminarse las celebraciones de laudes y vísperas sin que al final recite el superior íntegramente la oración que nos enseñó el Señor, en voz alta para que todos la puedan oír, a causa de las espinas de las discordias que suelen surgir, con el fin de que amonestados por el compromiso a que obliga a esta oración cuando decimos: ‘Perdónanos así como nosotros perdonamos’, se purifiquen de ese vicio. Pero en las demás celebraciones solamente se dirá en voz alta la última parte de la oración para que todos respondan: ‘Y líbranos del mal’” (RB 13,12-13).

   En la Divina Liturgia de S. Juan Crisóstomo, el rito bizantino, precedido por unas letanías, el sacerdote invita a todos diciendo: “Y concédenos, Maestro, que con confianza y sin condenación podamos atrevernos a llamarte Dios celestial y Padre, y a decirte” y entonces el pueblo reza junto: “Padre nuestro…”

   Otro modo, muy distinto e incluso más solemne en su desarrollo, es el que emplea el rito hispano-mozárabe. Tras la introducción llamada “ad dominicam orationem”, es el sacerdote, con las manos extendidas quien reza el Padrenuestro, mientras los fieles responden “Amén” a cada una de las siete peticiones.

   6. Tanto en Laudes como en Vísperas, las dos horas mayores que vertebran el Oficio divino, y sólo en estas dos horas de Laudes y Vísperas, la Iglesia entona el Padrenuestro, según la Liturgia de las Horas en rito romano. Se hace así para que brille -como ya dijimos- la antigua costumbre cristiana que decía la Didajé, de rezar el Padrenuestro tres veces al día: en la Misa, en Laudes y en Vísperas.

   La Ordenación general de la Liturgia de las Horas así lo recoge para enlazar con la antigua tradición: “Así, la oración dominical, de ahora en adelante, se dirá solemnemente tres veces al día, a saber: en la Misa, en las Laudes matutinas y en las Vísperas” (IGLH 195).

   En Laudes y en Vísperas el Padrenuestro, casi al final de la Hora litúrgica, representa el culmen de la plegaria eclesial. Es el verdadero y propio “salmo cristiano”, dictado por Cristo Jesús, entonado gracias a la acción del Espíritu Santo en el alma de los fieles.

   Requiere la máxima atención espiritual y, según las posibilidades, la mayor solemnidad:

  “En las Laudes matutinas y en las Vísperas, como Horas más populares, a continuación de las preces ocupa el Padrenuestro el lugar correspondiente a su dignidad, de acuerdo con una tradición venerable” (IGLH 194).

   El canto es connatural a la celebración litúrgica de las Horas, especialmente las Laudes y las Vísperas (cf. IGLH 272), y se recomienda que sea cantada esta liturgia siempre que se pueda, aunque no todo haya que cantarlo siempre, sino según el grado de solemnidad.

   Hay elementos que, de por sí, reclaman el canto por su naturaleza poética o de alabanza: “qué elementos hayan de ser elegidos en primer lugar para ser cantados, habrá que deducirlo de la ordenación genuina de la celebración litúrgica, que exige observar fielmente el sentido y la naturaleza de cada parte y del canto; pues hay partes que, por su naturaleza exigen ser cantadas (IGLH 277). Del Padrenuestro no se dice nada en concreto, pero si se habla de salmos y cánticos, hay que pensar que la Oración dominical con más razón debe cantarse: “En primer lugar las aclamaciones, las respuestas al saludo del sacerdote y de los ministros, la respuesta de las preces litánicas y, además, las antífonas y los salmos, como también los estribillos o respuestas repetidas, los himnos y los cánticos” (IGLH 277).

  Después de las preces, la oración de la Iglesia concluye con el Padrenuestro que “será dicho por todos, antecediéndole, según fuere oportuno, una breve monición” (IGLH 196), y “una vez recitado el Padrenuestro, se dice inmediatamente la oración conclusiva” (IGLH 53).

   Algunas de las moniciones brevísimas que introducen el Padrenuestro dan la clave espiritual para entonarlo:

“Prosigamos nuestra oración, buscando el reino de Dios”;

“Resumamos nuestras alabanzas y peticiones, con las mismas palabras de Cristo”;

“Ahora, confirmemos nuestras alabanzas y peticiones diciendo la oración del Señor”;

“Alabemos a Dios nuevamente y roguémosle con las mismas palabras de Cristo”…

 

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