22.06.25

Simone Weil y el deseo de comunión

El papa Juan Pablo II expresaba, en un texto sobre la eucaristía, el deseo de suscitar el “asombro eucarístico” ante este sacramento, a la vez misterio de fe y de luz. El asombro, la maravilla, la fascinación ante lo real, está en la base de la mirada filosófica. No es, por consiguiente, extraño que también ante la eucaristía muchos filósofos hayan mostrado este asombro. Nos fijaremos en un texto de Simone Weil (París 1909 - Ashford 1943), nacida en una familia judía agnóstica, escrito en Londres muy poco antes de su muerte y que tituló “Teoría de los sacramentos”. Este texto lo envió por carta a su amigo Maurice Schumann, miembro, como ella, de la Resistencia Francesa.

Para Simone Weil, lo religioso tiene que ver con el deseo profundo que anida en el corazón, en lo hondo del ser humano: “es el deseo el que salva”, llega a decir en una de sus obras. Cuando estaba en Londres, Schumann solía acompañar a Simone Weil a la misa dominical y, en alguna de aquellas ocasiones, ella le expresó que sentía un deseo muy grande de recibir la comunión, pero no podía cumplirlo porque no estaba bautizada. El deseo, para hacerse real, necesita de la carne: “la naturaleza humana está concebida de tal forma, que un deseo del alma, mientras no pase a través de la carne por medio de acciones, movimientos o actitudes que le corresponden de manera natural, no tiene realidad en el alma”. Solo un deseo real dirigido directamente hacia el bien “puro, perfecto, total, absoluto”, dirigido hacia Dios, puede poner en el alma más bien que el que existía antes.

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15.06.25

El amor perfecto

La Ilustración ha buscado la razón universal. Lo que la religión declara como misterio podría resultar de interés “dentro de los límites de la pura razón”; es decir, si se pudiese reducir a la razón sola y especialmente a la dimensión moral de la misma. Lo que fuera más allá no aportaría ningún conocimiento. Es lo que, según Kant, acontece con la Trinidad: “De la doctrina de la Trinidad… no se puede simplemente sacar nada para la vida práctica, incluso si se creyera entenderla inmediatamente; pero mucho menos todavía cuando uno se convence de que supera nuestros conceptos”.

No todos comparten este ensimismamiento de la razón; algunos, singularmente en la tradición cristiana, apuestan por la apertura de la razón a la revelación y, en consecuencia, por la concordia entre la razón y la fe. A principios del siglo XII Guillermo de Champeaux fundó en París la abadía de San Víctor con una escuela para la formación de los monjes, abierta también a estudiantes externos, en la que se realizó una síntesis entre la teología monástica, orientada a la contemplación en la Escritura de los misterios de la fe, y la teología escolástica, que utilizaba la razón para tratar de escrutar esos misterios.

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6.06.25

Los sentidos de la Escritura

La Biblia es una referencia imprescindible para cualquier cristiano. Los Libros Santos tienen, así lo reconocen los creyentes, una naturaleza humana y divina. Humana, porque han sido escritos por hombres elegidos para esta misión, y divina, porque estos autores han consignado en los textos, por inspiración del Espíritu Santo, lo que Dios ha querido comunicar en orden a la salvación. Si uno desea encontrar orientación en la travesía de la existencia puede acercarse a la Sagrada Escritura con la certeza de que siempre encontrará una guía saludable y una fuente de esperanza y de consuelo: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero”, dice el Salmo 119. Pero no solo ayuda a descifrar el misterio de la propia vida, sino que además nos permite leer las grandes claves que conforman nuestra cultura. Baste, a modo de ejemplo, pensar en el arte. Si uno visita, pongamos por caso, la catedral de Santiago de Compostela o el Museo del Prado, todo o gran parte de lo que podrá observar resultaría ininteligible al margen de la Escritura.

La hermenéutica de los textos, el arte de su interpretación, ha surgido, en buena medida, del esfuerzo de comprender la Escritura. Frente a las pretensiones del fundamentalismo, que apuesta por una lectura exclusivamente literalista, la Biblia “precisa de la interpretación, y precisa de la comunidad en la que se ha formado y en la que es vivida”, recordaba Benedicto XVI en un encuentro con el mundo de la cultura celebrado en París en 2008. La Biblia es un texto que halla su contexto en la vida, en la tradición, de la Iglesia. Los Libros Santos poseen una unidad, desde la que se despliega el sentido que aúna el todo. “Mediante la creciente percepción de las diversas dimensiones del sentido, la Palabra no queda devaluada, sino que aparece incluso con toda su grandeza y dignidad”, añadía también el papa Ratzinger.

Los Padres de la Iglesia y otros autores de la Antigüedad cristiana, además de los teólogos medievales, no estaban limitados por un solo significado del texto, sino que permitieron que este expresara su mensaje de diversas maneras, que corresponden a diferentes niveles de significado. A estos niveles de significado se le llaman “sentidos de la Escritura”. Se suele distinguir entre el sentido literal y el sentido espiritual. El sentido literal, que es el fundamento de los demás niveles, es el de las palabras de la Escritura consideradas en sí mismas; es aquello que ha sido expresado directamente por los autores humanos inspirados. El sentido espiritual no se reduce simplemente al texto de la Escritura, sino que considera como signos las realidades y los acontecimientos de los que habla el texto. En la exégesis medieval, se distinguían tres sentidos espirituales: el alegórico, que incluía la tipología; el sentido tropológico o moral; y el sentido anagógico o futuro.

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29.05.25

Alasdair McIntyre, crítica y alternativa a la modernidad

El filósofo Adaslair McIntyre (Glasgow, 1929 – Indiana, 2025), fallecido el pasado 21 de mayo, es uno de los autores que más a fondo ha planteado una crítica a la crisis moral de la modernidad, así como una alternativa a la misma. Y lo ha hecho situándose en los “márgenes” de la modernidad, para comprenderla desde dentro y juzgarla desde fuera. Los recursos para una renovación ética y política se encuentran, nos dice, en el pensamiento de Aristóteles y de Tomás de Aquino y en una comprensión narrativa de la vida humana.

Se suelen distinguir tres etapas en su larga trayectoria filosófica. Entre 1951 y 1971 lleva a cabo sus primeros desarrollos en el campo del pensamiento: se ocupa de la relación entre marxismo y cristianismo; de filosofía de la religión, teología natural y psicoanálisis; así como de ética y sociología. En 1970 se traslada a EEUU y, entre 1971 y 1977, realiza una reflexión autocrítica. A partir de 1977 se dedica al proyecto “Tras la virtud”.

La crítica a la crisis moral de la modernidad parte de un diagnóstico según el cual no hay forma de ponerse de acuerdo racionalmente sobre asuntos morales - pensemos, a modo de ejemplo, en la cuestión del aborto o de la eutanasia -. Lo que prima en ese ámbito de la vida no son los criterios racionales, sino el emotivismo; es decir, los sentimientos y los intereses de cada uno. La alternativa a esa crisis la encuentra McIntyre en una concepción neo-aristotélica de la actuación moral que anteponga las virtudes a las reglas y normas.

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21.05.25

León XIII, tradición y progreso

La elección del nombre “León” por parte del actual pontífice hace pensar en su homónimo predecesor más próximo, el papa León XIII, Joaquín Pecci (Carpineto 1810-Roma 1903), cuya vida se extendió por casi todo el siglo XIX; una centuria marcada, sobre todo, por el ideal de progreso en las diferentes áreas de la existencia humana: la ciencia, la política, la economía, la cultura…

Hijo de un funcionario de los Estados Pontificios y perteneciente a una familia de la pequeña nobleza, Joaquín Pecci fue ordenado sacerdote en 1837. Se doctoró en Teología y pronto ingresó en la Academia de Nobles Eclesiásticos de Roma – hoy Pontificia Academia Eclesiástica -, donde se formaban, y aún se forman, los sacerdotes al servicio de la diplomacia de la Santa Sede. Fue enviado como delegado pontificio a poner orden en diversos territorios de los Estados de la Iglesia, tarea que desempeñó con competencia, y Gregorio XVI lo nombró nuncio apostólico en Bélgica en 1843. En ese país estuvo muy atento a los elementos que podían ayudar a potenciar la presencia de la Iglesia en el mundo moderno. En 1846 fue nombrado arzobispo de Perusa, siendo creado cardenal en 1853. Su episcopado se caracterizó por la eficacia de su gobierno buscando conciliar siempre la tradición de la Iglesia con el progreso de los tiempos. Pío IX lo llamó a la Curia, nombrándolo camarlengo de la Santa Iglesia Romana en 1877. Tras un cónclave de solo dos días, fue elegido papa el 20 de febrero de 1878.

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