InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: Papas

12.09.09

¿Cómo surgió la imagen negativa de Pío XII?

¿CÓMO SURGIÓ LA IMAGEN NEGATIVA DE PÍO XII?

J. D. VELASQUEZ

Cuando Pio XII murió, el mundo entero lloró su tránsito a la casa del Padre, los católicos nos enorgullecíamos de este papa grande y las comunidades hebreas manifestaban abiertamente su aprecio y reconocimiento por haber salvado a muchos judíos de la deportación y de la muerte. El presidente estadounidense Eisenhower –de confesión presbiteriana– declaró: “El mundo ahora es más pobre después de la muerte del Papa Pío XII. Su vida ha estado enteramente dedicada a Dios y a servir a la humanidad”. Golda Meir, ministra israelí de Asuntos Exteriores, dijo: “Lloramos a un gran servidor de la paz que levantó su voz por las víctimas cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo”. El político de izquierda y ex primer ministro francés Mendès-France –de origen judío- afirmó: “Quienquiera que se ha acercado al Papa se ha asombrado por su valor como estadista, cuya acción se extiende sobre uno de los periodos más dramáticos de la historia. No se puede olvidar que en el ardor de su fe, la adhesión a la paz fue uno de los constantes valores de su pontificado”. El rabino jefe de Londres, doctor Brodie, en un mensaje enviado al arzobispo de Westminster, escribió: “Nosotros miembros de la comunidad judía, tenemos razones particulares para dolernos de la muerte de una personalidad que, en cualquier circunstancia, ha demostrado valiente y concreta preocupación por las víctimas de los sufrimientos de la persecución”. El mariscal Bernard Law Montgomery –protestante convencido- declaró al diario Sunday Times: “Siento un inmenso respeto y admiración por Pio XII. Era un hombre sencillo y amigable que irradiaba amor y caridad.” Incluso el liberal gobernador del Estado de Nueva York, Haverell Harriman, afirmó: “Como ningún otro hombre de nuestro tiempo y como pocos hombres en la historia, ha sabido asumir en la santidad los principios de la humanidad”.

¿Qué pasó para que tan solo unos pocos años después comenzara a circular la leyenda negra de su supuesta pusilanimidad y colaboración con el régimen nazi? Y es que no deja de sorprender que solo cinco años después de su muerte una pieza teatral estrenada en Berlín el 20 de febrero de 1963 haya conseguido trocar la opinión, y así, el que hasta entonces había sido considerado un gran hombre y un gran Papa, se convertía de repente en un personaje oscuro y mezquino al que se acusaba de cinismo, oportunismo y filonazismo, culpable de un silencio y una pasividad cómplices de la Shoah.

Die Stellvertreter (El Vicario), del joven y hasta ese momento desconocido autor protestante alemán Rolf Hochhuth, era una anodina y sencilla obra de ficción que puede ser resumida así: un jesuita, el P. Ricardo Fontana se entera por un S.S, el teniente Kurt Gerstein, que Hitler se dispone a exterminar a los judíos. El religioso recorre Roma con el fin de suplicar al Papa que haga una declaración pública. Pio XII se niega. El P. Fontana se coloca entonces una estrella amarilla en la sotana y se va a morir a un campo de concentración nazi. En la obra también se afirma con desparpajo que muchos Jesuitas eran miembros de las S.S y que Himmler era admirador de la orden. También se afirma que solamente la Iglesia católica sabía lo de los campos de exterminio y a pesar de esto calla y guarda silencio. Se cuenta que los católicos consideraban a Hitler como un salvador, además que Pio XII era abiertamente admirador del Fuhrer. Todo esto en abierta contradicción a lo que podemos comprobar históricamente.

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10.09.09

Pío VII, un Papa débil, prisionero de Napoleón Bonaparte (y II)

EPISODIO DOLOROSO COMO POCOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

RODOLFO VARGAS RUBIO

El vuelo del águila siguió ganando altura: el 25 de marzo de 1802, aprovechando la caída de William Pitt, Francia había firmado la paz con la Gran Bretaña en Amiens (consecuencia natural del Tratado de Lunéville). Momentáneamente libre de cuidados respecto a las potencias europeas, y reconciliado con la Iglesia, Bonaparte aprovechó su popularidad para preparar su gran apoteosis. El 19 de mayo del mismo año, creaba la Legión de Honor, condecoración que vino a substituir las antiguas Órdenes del Rey (la del Espíritu Santo y la de San Miguel) y a la Orden Real y Militar de San Luis, suprimidas por la Revolución. El 5 de agosto siguiente, un plebiscito transformaba su consulado decenal en vitalicio. De allí a convertirse en monarca no había más que un paso, pero no lo daría hasta no haber temblar a todas las testas coronadas de Europa abatiendo el principio de legitimidad. En el mejor estilo jacobino, hizo, en efecto, capturar, someter a un simulacro de juicio y ejecutar sumariamente a un príncipe de la sangre: Luis de Borbón, duque de Enghien, hijo del príncipe de Condé, que fue fusilado en las tapias del castillo de Vincennes el 21 de marzo de 1804. Fue el primero de sus grandes errores, pero el hecho es que tres días después, el 28 de marzo, el Senado proclamaba emperador a Bonaparte.

Éste, sin embargo, quería consagrar de alguna manera su monarquía de nuevo cuño y decidió que fuera el Papa quien le ciñese la corona imperial en París. De este modo, Europa no tendría más remedio que reconocer su régimen. En cuanto se conoció el deseo de Napoleón, los miembros del Consejo de Estado –entre los cuales figuraban antiguos jacobinos– le manifestaron sus reservas: temían que el acto de coronación constituyese un triunfo para el Papado; por eso, le querían disuadir de llevarlo a cabo y que se contentara con una ceremonia civil. Pero el Corso conocía muy bien el valor de los símbolos y su poder de fascinación sobre el pueblo y arguyó que una coronación privada de elementos religiosos sería un acto vacío y sin significación. Por otra parte, no había que temer nada del Pontificado Romano: hacía mucho que no eran ya los tiempos de un Gregorio VII, que obligó a todo un Enrique IV a ir a Canossa, o de un Inocencio III, que puso en entredicho a todo el reino de Francia para castigar a Felipe II Augusto.

Cuando Pío VII supo de las intenciones de Napoleón, fue presa de una gran turbación hasta el punto de enfermar seriamente. Convocado el Sacro Colegio, la mayoría de los veinte cardenales consultados por el Papa se mostraron contrarios a que éste accediera. Sería como consagrar aquella misma Revolución que había hecho tanto sufrir a Pío VI. Constituiría un atentado al principio de legitimidad y un insulto a los Borbones. Además, existía ya un emperador: Francisco II, cabeza del Sacro Imperio Romano-Germánico, heredero de los Césares, de Carlomagno, de los Otones, de los Hohensatufen y de los Habsburgo. Y se suponía que el Imperio era uno solo para toda la Cristiandad. Pero, ¿había todavía Cristiandad? Otros purpurados, aun concediendo la posibilidad de la coronación imperial, consideraban que era Napoléon quien tenía que ir a Roma o, al menos, a algún otro lugar del Estado Pontificio, a menos que se considerara a Pío VII como un mero capellán de aquél. El cardenal Consalvi, sin embargo, convenció a todos de que era más sabio condescender y no provocar las iras del hombre que había acumulado tal poder que podía hacer pagar muy caro a la Iglesia una negativa del Romano Pontífice. Pero puso ciertas condiciones para salvar el decoro y sacar algún provecho a favor de la religión.

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31.08.09

Pío VII, un Papa débil, prisionero de Napoleón Bonaparte (I)

PÍO VII Y NAPOLEÓN: HISTORIA DE UN ENFRENTAMIENTO


RODOLFO VARGAS RUBIO

Los defensores de la autenticidad de la famosa Profecía de los Papas atribuida a san Malaquías de Armagh suelen aducir como argumento a su favor el acierto del lema asignado por ella a Pío VII: “Aquila rapax” (Águila rapaz). Y es que la mayor parte de su pontificado transcurrió bajo la sombra amenazante de Napoléon, el hombre que, como esa grandiosa ave, se elevó hasta las cumbres más altas del poder, desde donde se abatió sobre las naciones de Europa haciéndolas presas de sus garras, no perdonando ni siquiera a la Sede de Pedro. Precisamente, hace algunas semanas se cumplieron doscientos años del inicio del cautiverio del papa Chiaramonti por disposición del enfant gaté de la Revolución. Queremos hacernos eco de esta efeméride relatando las vicisitudes que marcaron la difícil relación entre ambos.

Dom Barnaba Gregorio Chiaramonti, cardenal benedictino y obispo de Imola, tenía 57 años cuando fue elegido sucesor de su pariente y paisano Pío VI el 14 de marzo de 1800, en un cónclave algo fuera de lo común. Por de pronto, se había reunido en la abadía benedictina de la isla de San Giorgio Maggiore en la laguna de Venecia, rompiendo así una continuidad de casi cuatrocientos años de cónclaves romanos. También contó con la participación del número más bajo de electores desde 1534: sólo participaron 35 de los 45 cardenales del Sacro Colegio. Éste se hallaba dividido entre zelanti y politicanti. Los primeros reivindicaban los derechos de la Iglesia conculcados por la Revolución y rechazaban todo compromiso con ésta, mientras los segundos, considerando que la nueva situación creada por ella era irreversible, se mostraban partidarios de acuerdos prágmáticos que salvaran lo esencial. Hubo la intervención de las potencias católicas, que hicieron uso del privilegio del exclusive, produciéndose un impasse, del cual se salió cuando los votos de los electores convergieron en un nombre propuesto por monseñor Ercole Consalvi: el del cardenal Chiaramonti. Su elevación al sacro solio dio un mentís a la Revolución que había pretendido que Pío VI (muerto el 29 de agosto de 1799 a consecuencia de los padecimientos de su duro cautiverio) sería el último de los Papas.

Cuando Pío VII se convirtió en Romano Pontífice la estrella de Bonaparte acababa de iniciar su ascenso fulgurante: el águila emprendía el vuelo. Por medio del golpe de Estado del 18 de Brumario (9 de noviembre) de 1799, había acabado con el corrupto y desprestigiado Directorio y, convertido en Primer Cónsul, se había hecho con un poder omnímodo, que le iba a permitir consolidar la Revolución, dándole estabilidad institucional y una fachada de respetabilidad. Durante diez años Francia había vivido en medio de una vorágine de cambio con episodios de violencia extrema y sangrienta que habían acabado por hartar a la población. Ésta empezaba a mirar con nostalgia a las instituciones tradicionales que habían hecho la grandeza del país en el pasado: la monarquía y la religión católica. Bonaparte comprendió que no podría gobernar sin asumir la herencia de la primera y prescindiendo de la segunda (anclada como estaba en la idiosincrasia gala). Por eso, empezó a dar los pasos para construir su cesarismo y quiso reconciliarse con la Iglesia de Roma, acabando con el cisma provocado por la Constitución Civil del Clero de 1790.

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21.07.09

RECUERDOS DEL PONTIFICADO DE JUAN PABLO II (I)

LA INDECISIÓN DE LOS CARDENALES ENTRE SIRI Y BENELLI LLEVÓ AL PONTIFICADO, CON LA AYUDA DEL ESPÍRITU SANTO, A WOYTILA

Como preparación para el V aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II y -así lo auguramos- su posible próxima beatificación, comenzamos una serie de temas con recuerdos de su inolvidable pontificado.

Cuenta George Weigel en su importante biografía sobre el Papa Juan Pablo II algunos detalles de gran interés sobre el cónclave que condujo a la elección del primer papa Polaco de la historia. Dicho cónclave se debe entender a la luz del celebrado pocos meses antes y en el que fue elegido Juan Pablo I. ¿En que sentido se debe entender esta afirmación? Sea en lo que se refiere a las candidaturas posibles, sea en lo que se refiere a las filtraciones que hubo después del cónclave. El cardenal Jean Villot, el camarlengo responsable de guiar un interregno papal más, no había quedado muy satisfecho con las filtraciones que se habían producido en el Cónclave de agosto. Después de dicha reunión algunos cardenales no votantes, quizás por no haber comprendido bien la nueva legislación promulgada por Pablo VI, se creyeron eximidos de la obligación de confidencialidad y contaron detalles de lo sucedido en la Capilla Sextina. Antes de este segundo Cónclave, Villot les reprochó a los cardenales su actitud, recordándoles el juramento de confidencialidad que habían hecho. Consecuentemente, bien pocos detalles sobre el extraordinario proceso que produjo el primer Papa no italiano en 455 años y el primer Papa eslavo de la historia han salido jamás a la luz pública.

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