11.01.18

Amar a todos siempre

Con todo mi cariño, para todos los profesores del Colegio Juan Pablo II de Puerto Real.

Como se ve en esta foto del claustro de profesores del Colegio Juan Pablo II de Puerto Real, el grado de represión y de imposición en el espinoso asunto del vestuario de profesoras y profesores resulta tan opresivo y tan inquisitorial, que las caras de amargura y tristeza de todos ellos resultan más que significativas. No me extraña que hayamos salido en todos los medios de comunicación por lo escandaloso del tema.

Bromas aparte, esta foto es del último día de trabajo del curso pasado y ya no había niños en el Colegio. Pero nuestras profesoras y nuestros profesores tienen la suficiente educación y el suficiente sentido común como para venir al colegio con la indumentaria adecuada.

En cualquier caso, ante la penúltima persecución sufrida por nuestros centros, vuelvo a publicar este artículo que, desde mi punto de vista, recoge el espíritu que nos mueve en nuestras obras educativas. Advierto que yo no soy portavoz de la Fundación ni de nadie más que de mí mismo.


Los Colegios Juan Pablo II y la Fundación Educatio Servanda estamos consagrados al Sagrado Corazón de Jesús. Y reflexionando sobre lo que ello implica, me encontré en un libro de Florentino Alcañiz, S.J., Consagración Personal al Corazón de Jesús, una frase que me ha dado que pensar:

“¡Cuántas personas piadosas están haciendo cada día consagraciones que se hallan en los libros píos y, sin embargo, no son almas consagradas de verdad!: más bien que hacer consagraciones, las rezan. Son rezadoras de consagraciones.”

La consagración es un pacto: “Cuida tú de mi honra y de mis cosas, que mi Corazón cuidará de ti y de las tuyas”.

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4.01.18

Desde las periferias

Desde las periferias de España y de Europa, desde la provincia con la tasa de desempleo más alta de toda Europa; desde este Sur castigado por la pobreza y el narcotráfico; desde la frontera a donde arriban las pateras que llegan a cruzar el Estrecho de Gibraltar: las que no sucumben y naufragan en las aguas que separan el Norte del Sur con el Sur del Norte… Desde mi propia pobreza, quisiera romper muros y construir puentes para ofrecer un hospital de campaña para todos los herejes modernistas. Yo no quiero que os condenéis. Quiero que os salvéis. Pero la herejía, la apostasía y el cisma son pecados muy graves. Así que os llamo a la conversión. Y ya sé que yo no soy nadie. Pero el celo del Señor me consume.

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30.12.17

7.12.17

¡Reparad!

“¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Cristo es ofendido y de suplica por la conversión de los pecadores?”

Consolemos a Cristo, ofendido por tantos pecados, a fin de que Él no se fije en nuestras faltas y en las de los demás y mire sólo nuestro amor y nuestras buenas acciones. Que nuestros sufrimientos espirituales y físicos aumenten nuestra unión con Cristo ¡Es hermoso sufrir por Cristo! La reparación es un camino seguro hacia el establecimiento de la Civilización del Amor.

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26.11.17

Piedad, Honor y Educación

El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Hoy, domingo, celebraremos los católicos la festividad de Cristo Rey. Curiosa coincidencia. Providencial.

En los últimos días, las noticias en televisión, en prensa, en radio y en la Red se llenan de estadísticas y datos que denuncian la violencia que sufren las mujeres en nuestra sociedad. Hay pancartas en los ayuntamientos con lemas como “Municipio libre de terrorismo machista”. Hay campañas de denuncia y concienciación. “La violencia machista es una lacra social que hay que erradicar”, dicen los políticos. Y lo dicen con razón. Una lacra es un mal físico o moral. Y, efectivamente, somos todos víctimas de una grave enfermedad moral que acaba causando víctimas inocentes: mujeres y niños asesinados, agredidos, heridos; en el mejor de los casos, marcados de por vida por la violencia sufrida en sus propias carnes. Agresiones sexuales, violaciones… Manadas de cerdos aprovechándose y violando a una chica, tal vez borracha, que podría ser mi propia hija…

Esta tabla que aparece en el diario El Mundo me parece muy reveladora:

Nunca se ha hablado más de igualdad en colegios y medios de comunicación. Nunca se han hecho más campañas a favor de la dignidad de la mujer. Y hay jóvenes ahora que son más machistas que mis abuelos, que en paz descansen: jóvenes que controlan el móvil de su novio o de su novia, que les dicen con quién pueden hablar y con quién no y cómo deben vestirse o arreglarse… Alucinante. 

Pero ¿qué soluciones proponen? Endurecer las leyes, proteger a las mujeres en situación de riesgo, minutos de silencio delante de las instituciones, ponerse lacitos en las solapas, gastar dinero en propaganda en los medios de comunicación… Todo eso está bien. Es necesario. Pero insuficiente. Al final es absolutamente inviable poner a un policía detrás de cada mujer o de cada niño que sufre situaciones de riesgo. Y a un tipo que está dispuesto a suicidarse con tal de asesinar a su esposa, a su novia o a sus propios hijos, poco le importan las penas de cárcel, los minutos de silencio o las campañas de propaganda institucional.

La violencia machista no es un problema exclusivamente español ni exclusivamente occidental. Según las estadísticas, al parecer el país donde más mujeres mueren víctimas de la violencia machista es la India. No son las sociedades cristianas las más machistas, como algunos, cegados por las ideologías, pretenden explicar. Que se lo digan a las mujeres que viven en sociedades islámicas, por ejemplo.

El problema de la violencia machista es un problema moral. En estos días estoy explicando el Cantar de Mio Cid a mis alumnos de 3º de ESO, que lo están leyendo. Y ya en la primera obra literaria que se conserva en español aparece la violencia machista como tema importante. Y el juglar del siglo XII se encarga de dejar bien claro que quienes abusan y maltratan a sus mujeres son unos cobardes y unos miserables. Los infantes de Carrión representan a la perfección a ese tipo de bestias malnacidas.

En cambio, el Cid representa el ideal de caballero cristiano: buen padre, buen esposo, buen caballero; valiente, justo con sus hombres y leal a su rey. El Cid es el ejemplo de hombre de honor: un concepto totalmente pasado de moda. ¿Quién enseña a sus alumnos hoy en día la importancia del honor? ¿Qué padre enseña a sus hijos a comportarse en nuestros tiempos como un hombre o una mujer de honor? Un hombre de honor es el que se comporta conforme a unos principios morales sólidos. Un hombre de honor cumple siempre su palabra: no miente ni engaña nunca. Un hombre de honor honra a sus padres, ama a su esposa y a sus hijos: no cae en el adulterio. Un hombre de honor defiende al débil y hace frente al matón de turno. Un hombre de honor no roba ni mata, ni es codicioso ni avaro ni violento. Un hombre de honor no necesita policías ni guardas de seguridad porque sus principios no le permiten delinquir: su conciencia no se lo consentiría. Un hombre de honor no se quedaría nunca con nada que no fuera suyo ni robaría una caja fuerte, aunque supiera que nadie lo iba a ver. Un hombre de honor nunca le pone la mano encima a una señora o a una joven o a una niña. A las mujeres no se les pega, se las protege y se las respeta porque cualquiera de ellas podría ser tu madre, tu abuela, tu hermana o tu hija. A una mujer hay que tratarla siempre con respeto y, si las feministas me lo permiten, con delicadeza y cortesía. Un hombre de honor nunca abusa sexualmente de una mujer ni se aprovecha de que una chica esté borracha o drogada para violarla: eso es asqueroso, indigno, atrozmente bárbaro. Al contrario, un hombre con honor protegerá y defenderá a la chica de la que algún desalmado pretenda abusar y la protegerá hasta dejarla en un lugar seguro. Un caballero deja siempre pasar delante a una señora por las puertas y cede siempre su asiento en el metro o en el autobús… 

A mis hijos y a mis alumnos los educo en estos mismos principios, porque no sabría educarlos de otra manera. La educación cristiana pasa por enseñar los mandamientos de la Ley de Dios, que no sólo hay que conocerlos, sino también – y sobre todo – practicarlos. Educar en la piedad en una sociedad impía: esa es la gran asignatura pendiente en nuestras escuelas. Hay que infundir a nuestros niños el amor a Dios para que también amen a sus semejantes. Así lo dice el diccionario de la Academia de la Lengua:

Piedad: Virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión.

¡Cómo cambiaría el mundo si todos fuéramos piadosos! El amor a Dios es imprescindible en una educación que pretenda formar hombres y mujeres honorables (con honor), porque sabemos que nosotros solos no podemos ser santos, que eso es imposible sin la gracia de Dios. Seamos humildes y conscientes de nuestra fragilidad y nuestra debilidad extrema. Sin la ayuda de Dios no vamos a ninguna parte. Todo se lo debemos a Él: la propia vida, la familia, el trabajo, la salud… todo está en manos del Señor. Dios nos ama a cada uno de nosotros desde antes de que existiéramos y es el Señor quien nos ha dado la vida y nos la da a cada instante y tiene en su infinita bondad un plan trazado para cada uno de nosotros. Nuestra vida está en sus manos permanentemente. Y nos da la vida para que amemos, para que seamos sus manos, sus ojos, sus brazos; para que seamos signos visibles de su amor infinito. ¡Qué importante es vivir en gracia de Dios! ¿No os dais cuenta de que si viviéramos en gracia de Dios el mundo sería completamente distinto e infinitamente mejor?  ¿Tan ciegos estáis?

Sí. El mundo está ciego. Vive en las tinieblas más absolutas. La modernidad ha pretendido endiosar al hombre y arrinconar a Dios. Y cuando prescindimos de Dios y nos alejamos de Él, el mundo se convierte en un lugar terrorífico, en un infierno inhumano y cruel, donde Satanás hace de las suyas. El nazismo y el comunismos – ideologías impías por excelencia – son buena prueba de las atrocidades de las que es capaz el ser humano que cambia al único Dios verdadero por el mismísimo Demonio.

El mundo moderno está tratando de convencernos con toda su maquinaria propagandística de que la vida no tiene sentido, de que no hay nada más allá de la muerte, de que no hay más dios que el propio hombre y de que seremos felices si prescindimos de cualquier ley divina y vivimos como el superhombre nietzscheano por encima del bien y del mal; o sea, haciendo en cada momento lo que nos dé la gana, sin cortapisa moral alguna. Nos dicen que la felicidad es el puro placer hedonista: el sexo al margen de cualquier norma moral. Todo vale con tal de pasarlo bien. Nos estamos animalizando; nos hacen creer que la pornografía está bien, que la prostitución está bien. Nos están diciendo que el amor para siempre es un “ideal imposible”, que el hombre es infiel por naturaleza; que la fornicación y el adulterio es lo normal y lo razonable. Y que los católicos somos una especie de carcas que queremos amargarles la fiesta con mandamientos y prohibiciones. Nuestro mundo decadente e impío cifra la felicidad en el placer a cualquier precio. Disfrutar, pasarlo bien… Y nunca ha habido tantos suicidios… Suicidios cuyas estadísticas se ocultan bajo el pretexto de no alarmar o no provocar un efecto contagio. Y sabemos que es el suicidio la primera causa de muertes no naturales, por encima de los accidentes de tráfico. Y sobre los accidentes se hacen campañas sin parar. Pero sobre el suicidio, ni media palabra… Porque deja al descubierto una sociedad enferma moralmente. Deja al descubierto el vacío y la gran mentira de la modernidad.

Banalizan el sexo, convierten a las mujeres en objetos al servicio del hombre, al servicio de proporcionar placer al hombre. La pornografía es una verdadera peste al alcance de un clic para cualquier niño a través de Internet. Y España es uno de los países que más “consume” prostitución de todo el mundo: un puesto del “honor” en el ranking de la degradación moral. Y luego nos extrañamos de que pase lo que pasa.

El mundo moderno, nauseabundamente degenerado, echa leña al fuego de las bajas pasiones, favorece las causas, y luego se lamenta de sus consecuencias. Nos quejamos de la violencia contra las mujeres y los niños pero no vamos a la raíz del problema. La raíz del problema es el pecado del mundo: nuestro pecado. Y la única solución es la conversión a Cristo: confesión, oración, penitencia, participar en la santa misa siempre que sea posible. Dejemos que la gracia de Dios nos santifique para poder ser siervos del Señor y vivir entregando nosotros también nuestra carne y nuestra sangre por amor a cuantos nos rodean.

Hoy celebramos los católicos la festividad de Cristo Rey. Sólo cuando Cristo sea realmente el Señor de nuestras vidas el mundo cambiará. Ya está bien de lemas baratos: “Otro mundo es posible”. El mundo cambiará cuando reconozca a Cristo como Rey, cuando cada uno de nosotros seamos buenos hijos de Dios y de María Santísima. Porque de Cristo es el poder y la gloria por los siglos de los siglos. El Señor es quien lo puede todo: no nosotros. Sigamos el ejemplo de María y digámosle sí al Señor para que Él nos llene con su gracia y nos haga santos e irreprochables a sus ojos. Eso es lo único que importa.

Dentro de poco empieza el Adviento: “Ven, Señor Jesús”. Ven pronto, Señor: entonces, habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, donde habitará la justicia; y el pecado, el dolor y la muerte ya no tendrán poder alguno.

¡Viva Cristo Rey!