Filosofía Moderna y Doctrina Católica

Les dejo aquí aquello que en estos días me ha ocupado intelectualmente. Toda la vida tiene uno que seguir formándose y aprendiendo. Todos somos ignorantes y vivimos cómodamente en la caverna, atados a nuestra comodidad, dando por hecho que lo sabemos todo y que no necesitamos aprender más. Pero no es así. Siempre hay cosas nuevas que Dios, en su Divina Providencia, te va haciendo comprender poco a poco, según el Señor lo va estimando oportuno. Nada de lo que sigue es mío. Es lo que he ido leyendo y tratando de entender últimamente - en la medida en que mi razón me lo va permitiendo por la gracia de Dios. La mayoría de lo que viene a continuación está tomado del libro de Antonio Royo Marín, O. P. titulado Dios y su obra. Pero también hay fragmentos tomados de artículos del P. Iraburu y de otras fuentes. Como no se trata de un trabajo académico, sino más bien de unos apuntes personales, no voy a llenar el texto de citas ni de bibliografía. Tal vez resulte un tanto deslavazado o pueda dar una sensación caótica pero, para mí, hay una unidad de fondo: Dios gobierna el universo y nuestras vidas según su divina providencia… Nuestra vida está en sus manos… Necesitamos la gracia de Dios para alcanzar el fin que nos es propio, que es el cielo, es decir, Dios mismo.

Este es un texto que, en definitiva, recoge enseñanzas de maestros importantes sobre temas filosóficos y teológicos que me interesan. Y me gusta tener todo esto junto, a modo de recopilación, que me permita volver sobre estos temas cuando me haga falta. 


La tradición kantiana y su visión antropológica de la persona y la visión cristiana del hombre son absolutamente incompatibles. No hay posibilidad de síntesis entre dos concepciones radicalmente opuestas del hombre: son como el agua y el aceite. Todo intento de llegar a una síntesis entre la doctrina católica y las novedades de la filosofía moderna resultará baldía y estéril y será una pérdida de tiempo.

1.- La tradición kantiana y el concepto de persona

Dejemos claro para empezar que para Kant no todos los seres humanos son personas y poseen, como tales, derecho al respeto.

El hombre, y todo ser racional en general, […] existe “como fin en sí mismo”, que tiene, por tanto, “una dignidad, es decir, un valor incondicionado e incomparable” y puede por ello pretender “respeto”. Pero Kant no se refiere a los seres pertenecientes al género homo sapiens, porque no todos los hombres son seres racionales autónomos y por tanto personas caracterizadas con el atributo “dignidad”.  El estatus “persona” supone la imputabilidad de sus acciones y con ello la capacidad existente en acto para la autodeterminación según principios morales y (jurídicos).

Resumiendo:

1.- Un hombre es persona cuando es responsable de sus actos.

2.- Un hombre es persona cuando se puede autodeterminar; es decir, cuando tiene la capacidad de darse fines racionales y determinarse, a la postre, moralmente; es decir, conforme al imperativo categórico. O sea, que un hombre es persona cuando tiene la capacidad de darse leyes morales a sí mismo de manera autónoma, sin depender de ninguna otra instancia. El hombre autónomo kantiano no depende ni siquiera de Dios.

3.- El hombre “y con él toda criatura racional es fin en sí mismo”, porque y en tanto que él es “el sujeto de la ley moral” [Kant, 2005 (1788), p. 104]; es decir, que la persona es aquel ser racional capaz de determinar por sí mismo y por sí solo sus propias leyes morales. En eso consiste su autonomía y su capacidad de autodeterminación.

Kant concibe los fines de las acciones de los seres racionales como independientes de toda teleología[1] natural y precisamente por ello como libres.

Kant distingue en su filosofía moral “una división de clases entre seres humanos en mayoría de edad y seres humanos en minoría de edad […]”. Personas, propiamente, son solo las que Kant considera como “mayores de edad”: las que no dependen de nadie y son autónomas para tomar decisiones libres sobre su vida.

Pero siguen existiendo, en todo caso, seres humanos que bajo ninguna circunstancia pueden cumplir las condiciones kantianas con que se cualifica a las personas: niños, personas con discapacidades mentales, dementes o en permanente estado de coma. Todos estos, para Kant no son personas. No tienen autonomía y no pueden autodeterminarse y por lo tanto, no tienen los derechos ni la dignidad de las personas. Esta es la filosofía que subyace a las leyes del aborto, de la eutanasia, del sucidio asistido… Como escribiría Nietzsche años más tarde, “los tarados y débiles tienen que perecer. Y hay que ayudarles a perecer". 

Kant subraya que los seres naturales que no representan personas son meramente cosas, que quien no es fin en sí mismo y autónomo posee únicamente valor instrumental; que todo, excepto las criaturas racionales capaces de autonomía puede ser “usado también como medio”. “En el reino de los fines”, dice Kant, “todo tiene o un precio o una dignidad”. Por eso comercian con los restos de niños abortados, experimentan con embriones humanos, se pueden alquilar los vientres de las mujeres (pobres) para que gesten los hijos de los ricos, se permite la prostitución, etcétera, etcétera, etcétera.

Los “fines en sí mismos” lo son, no solo por no tener un fin instrumental (no son medios para alcanzar un fin determinado), sino porque ellos solos legislan con autonomía sus propias leyes morales. Ya no es Dios quien con la Ley Eterna Universal determina el bien y el mal: ahora es el propio hombre autónomo quien decide qué está bien y qué mal. Dios ya no pinta nada, porque si dependiéramos de Dios, ya no seríamos autónomos y por lo tanto, ya no tendríamos dignidad; seríamos “menores de edad”.

El concepto de libertad kantiano es la llamada libertad negativa, que se llama así porque excluye toda injerencia ajena al sujeto a la hora de legislar sobre el bien y el mal, sin otro límite que la libertad del otro.

Siguiendo la tradición kantiana, hay una serie de libertades que forman parte del ámbito inexpugnable de la autonomía del sujeto: la libertad religiosa y de conciencia, el derecho a la intimidad, la inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia; la libertad de expresión; o la libertad de movimiento dentro y fuera de mi propio Estado. Estas libertades que surgen del ámbito de la autonomía del sujeto son lo que hemos venido en llamar “Derechos Humanos”. 

Y como cada uno es su propio legislador, la sociedad vive un conflicto permanente y la única manera de regular los derechos y libertades de cada individuo con los demás es la ley positiva: el derecho. Por eso el Estado Moderno lo legisla todo: lo que debemos  hacer o dejar de hacer y dónde y cuándo hacerlo: dónde se puede fumar y dónde no, qué debemos comer o beber y qué no… El Estado Moderno lo regula todo. La ley es la que evita una permanente situación de conflicto. Con el Estado de Derecho y el imperio de la ley positiva, el hombre se ve forzado a ser buen ciudadano, aunque no sea moralmente una buena persona. Hasta una raza de demonios, decía Kant, con tal de que utilizara la racionalidad, podría alcanzar la paz perpetua, solo con que consiguiera organizarse bien desde el punto de vista jurídico.

 

2.- El Hombre según la Doctrina Católica

Cuerpo y alma

Decía Juan Pablo II que “hoy día en el mundo de la cultura es fuerte la exigencia de evitar una antropología “dualista”, que contrapone el alma y el cuerpo de una forma casi hostil.”

Digan lo que digan todos los filósofos modernos, es dogma de fe creer que el hombre está formado por un cuerpo material y un alma espiritual[2]. Y el dogma debe ser aceptado por los fieles bajo pena de excomunión, puesto que, si no se acepta, se incurre en herejía.

El hombre fue creado por Dios. Nuestros primeros padres, Adán y Eva, fueron creados o formados inmediatamente por Dios (de fe, expresamente definida).

El alma humana es una substancia espiritual que en su ser y su obrar es de suyo independiente de la materia; si bien, mientras permanece unida al cuerpo, se sirve de los órganos corporales para el ejercicio de ciertas funciones. Con todo, el alma no es una substancia completa ni puede propiamente llamarse “persona”. El yo, la persona, no es el cuerpo solo ni el alma sola, sino el compuesto que resulta de la unión substancial entre las dos.

Sabemos no solo por la razón y la sana filosofía, sino incluso por la solemne declaración dogmática de la Iglesia, que el alma es la forma substancial del cuerpo.

Concilio IV de Letrán. “Firmemente creemos y simplemente confesamos que uno solo es el verdadero Dios… que por su omnipotente virtud, a la vez, desde el principio del tiempo, creó de la nada a una y otra criatura: la espiritual y la corporal; es decir, la angélica y la mundana, y después la humana, como común, compuesta de espíritu y cuerpo”.

El mismo dogma se vuelve a reafirmar en el Concilio Vaticano I.

La creación del cuerpo y del alma por Dios lo sabemos únicamente por la divina revelación, cuyo testimonio es incomparablemente más seguro y firme  que el de la simple razón natural, puesto que se trata del testimonio de Dios, que no puede engañarse, porque es infinitamente sabio; y no puede engañarnos, porque es infinitamente santo.

El alma humana es creada por Dios de la nada en el momento mismo de infundirla en el cuerpo (de fe).

El obispo Sheen decía lo siguiente:

Nuestra alma tiene dos facultades. Una de ellas es la facultad de conocer y la otra es la facultad de amar. Somos como los animales, en tanto en cuanto tenemos sensaciones y pasiones, pero el conocimiento y el amor son específicamente humanos. El conocimiento pertenece al entendimiento o razón del ser humano, el amor pertenece a su voluntad. El objeto del intelecto es la verdad. El objeto de la voluntad es la bondad o amor”.

Por su parte, el cuerpo de cualquiera de los descendientes de Adán procede inmediatamente de sus padres por generación natural. Y respecto a la creación del primer hombre, no es necesario entender al pie de la letra lo del polvo de la tierra. El principio formal revelado es que el hombre ha sido creado por Dios.

El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Sin embargo, esta imagen divina no es unívoca y perfecta, sino analógica e imperfecta. La imagen de Dios existe en todo hombre, bueno o malo, justo o pecador. Pero en los justos, mediante la gracia, se da una imagen mucho más perfecta que alcanza el grado sumo de perfección en la gloria de los bienaventurados.

Es el estado actual de la naturaleza humana, caída por el pecado de Adán pero restaurada por la redención de Cristo. El Redentor le devolvió al hombre los dones sobrenaturales y los medios para alcanzar la vida eterna (principalmente mediante los sacramentos y la institución de la Iglesia).

En el estado de justicia original, nuestros primeros padres Adán y Eva poseyeron la gracia santificante, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. En el alma de nuestros primeros padres inhabitaba la Santísima Trinidad como en un templo.

Dios también adornó a Adán y Eva con dones preternaturales que perfeccionaban en grado sumo la naturaleza humana: integridad (inmunidad a la concupiscencia desordenada), inmortalidad, impasibilidad (estaban exentos de dolor y sufrimiento y disfrutaban de felicidad natural de cuerpo y alma), dominio perfecto sobre los animales y sabiduría insigne.

Catecismo

II “Corpore et anima unus”

362 La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que “Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios.

363 A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana (cf. Mt 16,25-26; Jn 15,13) o toda la persona humana (cf. Hch 2,41). Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre (cf. Mt 26,38; Jn 12,27) y de más valor en él (cf. Mt 10,28; 2M 6,30), aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: “alma” significa el principio espiritual en el hombre.

364 El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la “imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20; 15,44-45):

«Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día» (GS 14,1).

365 La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo (cf. Concilio de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.

366 La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios (cf. Pío XII, Enc. Humani generis, 1950: DS 3896; Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 8) —no es “producida” por los padres—, y que es inmortal (cf. Concilio de Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final.

367 A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu. Así san Pablo ruega para que nuestro “ser entero, el espíritu […], el alma y el cuerpo” sea conservado sin mancha hasta la venida del Señor (1 Ts 5,23). La Iglesia enseña que esta distinción no introduce una dualidad en el alma (Concilio de Constantinopla IV, año 870: DS 657). “Espíritu” significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural (Concilio Vaticano I: DS 3005; cf. GS 22,5), y que su alma es capaz de ser sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios (cf. Pío XII, Humani generis, año 1950: DS 3891).

368 La tradición espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de “lo más profundo del ser” “en sus corazones” (Jr 31,33), donde la persona se decide o no por Dios (cf. Dt 6,5; 29,3;Is 29,13; Ez 36,26; Mt 6,21; Lc 8,15; Rm 5,5). 

Magisterio de San Juan Pablo II
Discurso de Juan Pablo II al Congreso Internacional «De anima in doctrina Sancti Thomae in homine», el 4 de enero de 1986.

Hoy día en el mundo de la cultura es fuerte la exigencia de evitar, de una manera casi hostil, una antropología “dualista”, que contrapone el alma y el cuerpo. A la luz de la enseñanza bíblica, se afirma con fuerza la unidad psicofísica del ser humano. La misma exigencia está presente en Santo Tomás, y —como dije en una audiencia general de 1981 (2 de diciembre)— consiste en que él «en su antropología metafísica (y a la vez teológica) prescindió de la concepción filosófica de Platón sobre la relación entre el alma y el cuerpo, y se acercó al pensamiento de Aristóteles”. En efecto, como admite Santo Tomás, el hombre en verdad padece una división interna entre la “carne” y el “espíritu”. Sin embargo, según el de Aquino, esta oposición interna y dolorosa es “antinatural”, porque es consecuencia del pecado; mientras que la exigencia profunda del hombre de la unidad y de la armonía entre la vida física y la espiritual es satisfecha por la vida de la gracia.

El Doctor Angélico, en su tratado “De homine, qui ex spirituali et corporali substantia componitur” (S. Th., I, 75, prol.), refleja claramente las enseñanzas del Concilio Lateranense IV, que entonces estaban recientes: presentaban la naturaleza humana como intermedia entre la naturaleza puramente espiritual o angélica y la naturaleza puramente corporal, “quasi communem ex spiritu et corpore constitutam” (Concilio Lateranense IV, c. I – De fide catholica, Denzinger 800). Por tanto, existe una distinción real y esencial entre el alma y el cuerpo. El hombre para el Doctor universal es “essentia composita” (S. Th., I, 76, D, “substantia composita” (Cont. Gent., II, c. 68). Pero su ser es solamente uno: “Unum esse substantiae intellectualis et materiae corporalis” (ib.). “Unum esse formae et materiae” (ib.), donde el alma es “la forma” y el cuerpo, “La materia”.

Efectivamente, como se sabe, con su famosa doctrina del alma espiritual como “forma sustancial” del cuerpo, Santo Tomás solucionó el arduo problema de la relación entre el alma y el cuerpo que salvase, por una parte la distinción de los componentes esenciales, y por otra la unidad del ser personal del hombre. Y es igualmente sabido que esta doctrina, y también la de la inmortalidad del alma humana, fue confirmada por dos sucesivos Concilios Ecuménicos (Lateranense IV y V) y después, pasó a ser patrimonio de la fe católica. La doctrina antropológica como “la unidad del alma y del cuerpo» ha sido tomada de nuevo por el Concilio Vaticano II; por tanto, este Concilio puede encontrar en el pensamiento del Doctor Angélico un intérprete particularmente adecuado.

El Pecado Original

El pecado del primer hombre fue principalmente de soberbia, a la que se unieron la desobediencia, la gula, la curiosidad y la infidelidad.

Efectos del pecado original:

  • Pérdida total de los dones sobrenaturales: gracia santificante, virtudes infusas, dones del Espíritu Santo, inhabitación amorosa de la Santísima Trinidad en el alma.
  • Pérdida total de los dones preternaturales: integridad, inmortalidad, impasibilidad, dominio sobre los animales.
  • Disminución parcial de las fuerzas naturales con relación a la práctica de la virtud.

Del pecado original se deriva cierta inclinación al pecado pero ni el pecado original ni los pecados personales, por muy numerosos que sean, pueden destruir completamente todo el bien de la naturaleza humana.

El pecado original dejó en la naturaleza humana cuatro heridas: la ignorancia, la malicia, la concupiscencia desordenada y la debilidad o flaqueza. La muerte y demás efectos corporales (enfermedad y defectos humanos) son también efectos del pecado original.

Dios Gobernador

La Divina Providencia, considerada como atributo de Dios, no es otra cosa que la razón del orden de las cosas a sus fines preexistentes en la mente divina. Es como el plano del arquitecto con el que se construirá el edificio.

Por divina gobernación se entiende la ejecución en el tiempo del plan mental de la providencia, concebido por Dios desde toda la eternidad.

Todo lo que Dios creó lo conserva y gobierna con su providencia, alcanzando poderosamente de uno a otro confín y disponiéndolo todo suavemente (de fe divina, expresamente definida).

El gobierno divino es universal: “Yo anuncio desde el principio lo porvenir y de antemano lo que no se ha hecho”  (Isaías 46).

Nada podría subsistir sin Él:  “Y ¿cómo podría subsistir nada si Tú no quisieres?” (Sabiduría 11).

Todo depende de Él:  “Todos esperan de ti que les des el alimento a su tiempo. Ti se lo das y ellos lo toman; abres tu mano y sácianse de todo bien. Si Tú escondes tu rostro, se conturban; si les quitas el espíritu, mueren y vuelven al polvo” (Salmo 104).

Ese imperio total de Dios no anula la libertad del hombre:

-       Dios hizo al hombre desde el principio y le dejó en manos de su albedrío. (Eclesiástico, 15)

-       Ante el hombre están la vida y la muerte; lo que cada uno quiere le será dado. (Eclaesiástico 15).

-       “porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (Filipenses 2, 13).

-       Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros,
pediréis lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos. (Jn. 13)

Dios llena de beneficios a los que se dejan gobernar por Él:

-       El Señor es mi pastor, nada me falta (salmo 22).

Los malvados triunfan momentáneamente pero serán castigados:

-        No te impacientes por los malvados, no envidies a los que hacen el mal. Porque pronto serán segados como el heno y como la hierba tierna se secarán. Sí, un poco todavía y el impío ya no será. Los impíos serán exterminados; la prosperidad de los malvados será tronchada (Salmo 37).

El fin último de la gobernación del universo es la suprema glorificación de Dios procedente de las criaturas.

La Divina Gobernación se extiende absolutamente a todos los seres y a todo cuanto acontece en el mundo, por pequeño e insignificante que sea. Dios produce las cosas buenas y permite las malas para obtener bienes mayores. Dios rige la historia: Él es el principio y el fin, Señor de señores y Rey de reyes.

Dios puede actuar inmediatamente sobre el entendimiento del hombre: el acto de entender algo procede del entendimiento en que se verifica como causa segunda; pero procede de Dios como de causa primera porque es Dios quien da el poder entender a todo el que entiende.

Dios puede actuar también directa e inmediatamente sobre la voluntad del hombre. Esta conclusión tiene una importancia enorme, pues nos da la clave para entender de qué manera puede Dios actuar sobre el corazón del más endurecido pecador, convirtiéndolo y llevándolo – si Dios así lo quiere – hasta la cumbre de la santidad. No hay voluntad humana que pueda resistirse a la acción de Dios y ello sin comprometer en lo más mínimo la libertad de la criatura, pues al moverla eficazmente, Dios le da la voluntad de cooperar libremente y sin coacción alguna a la acción infalible de Dios.

“Traza el corazón del hombre sus caminos, pero es Yavé quien dirige sus pasos (Proverbios 16).

“El corazón del rey es arroyo de aguas en manos de Yavé, y Él las dirige a donde le place” (Proverbios 21, 1).

La Iglesia ha enseñado en repetidas ocasiones esta doctrina:

-       San Celestino I: “Dios obra de tal modo sobre el libre albedrío de los corazones de los hombres que, el santo pensamiento, el buen consejo y todo movimiento de buena voluntad procede de Dios, pue por Él podemos obrar algún bien y sin Él no podemos nada”.

-       Concilio II de Orange: “Es un don de Dios que pensemos rectamente, que apartemos nuestros pies de la falsedad y nos mantengamos en la justicia; siempre que nosotros obramos el bien, es Dios quien en nosotros y con nosotros hace que obremos”.

“Dios hace muchos bienes en el hombre sin el concurso de este; pero el hombre no hace ningún bien sin que Dios le conceda que lo haga”.

-       Concilio de Trento: “Si alguno dijere que el libre albedrío del hombre, movido y excitado por Dios, nada coopera asintiendo a Dios que le excita y llama… sea anatema”.

Dice santo Tomás de Aquino:

“Así como el entendimiento es movido por su objeto (las cosas inteligibles) y a la vez por aquel que le ha dado la virtud de entender (Dios), así la voluntad es movida por su objeto, que es el bien, y por aquel que es autor de la facultad de querer.”

Algunas objeciones a santo Tomás.

  1. Todo lo que es movido por algún agente extrínseco sufre coacción. Pero la voluntad no puede ser coaccionada. Luego no es movida por ningún agente extrínseco y, por lo tanto, no puede ser movida por Dios.

SOLUCIÓN: se entiende que es coaccionado lo que es movido por otro cuando es movido contra su propia inclinación; pero si es movido precisamente por el que le da la propia inclinación, no se puede decir que haya coacción, igual que no se violenta a un peso grande si se le arroja al suelo según su propia inclinación a la tierra. Cuando Dios mueve la voluntad no ejerce sobre ella coacción alguna, ya que es Él quien le da su propia inclinación.

  1. Dios no puede hacer que cosas contradictorias sean a un mismo tiempo verdaderas. Y eso ocurriría si Dios moviese a la voluntad, porque moverse voluntariamente es moverse por si mismo y no por otro.  Luego Dios no puede mover la voluntad.

SOLUCIÓN: Moverse voluntariamente es moverse por sí mismo, es decir, por un principio intrínseco. Pero esto no excluye que ese mismo principio intrínseco  (o sea, la propia inclinación) proceda de otro principio extrínseco ( o sea, de Dios, que es precisamente quien le da esa inclinación intrínseca). De este modo, moverse por sí mismo no está en contradicción con ser movido por otro (nos movemos por nosotros mismos pero no por nosotros solos, porque el Señor pone en nosotros el querer y el hacer).

  1. El movimiento pertenece más al motor que al móvil, como es obvio; por eso el homicidio no se atribuye a la piedra, sino al que la arroja. Si Dios, pues, moviese la voluntad, se seguiría que las obras voluntarias no se imputarían al hombre ni para el mérito ni para el demérito. Y esto es falso. Luego Dios no mueve la voluntad.

SOLUCIÓN: Si la voluntad fuera movida de tal modo por otro que bajo ningún concepto se moviese ella por sí misma, sus obras no se le imputarían para el mérito ni para el demérito. Pero como el ser movida por otro no excluye que la voluntad se mueva también por sí misma, se sigue que no desaparece en ella la razón del mérito o del demérito.

Así es la soberana eficacia de la acción divina. Dios puede mover eficaz e infaliblemente la voluntad de las criaturas sin comprometer, no obstante, en lo más mínimo, la libertad que Él mismo les ha dado, o más exactamente, que les está dando en el momento mismo de moverlas eficaz e infaliblemente.

Dios actúa siempre como Causa Primera, de una manera física e inmediata, en todas y cada una de las acciones de cualquier agente creado, natural o libre, promoviendo físicamente la acción y concurriendo con ella hasta el final. Dios actúa no solo como causa final, sino también como causa eficiente primera, e incluso a modo de causa formal en el sentido de que la acción de Dios penetra en lo más hondo y entrañable de la acción; de suerte que la acción buen del hombre procede, a la vez, totalmente de Dios como causa primera y totalmente del hombre como causa segunda. No se trata de dos caballos tirando parcialmente del mismo carro (semipelagianismo), sino de una acción conjunta de Dios y de la criatura, de tal manera que la acción de Dios se infunde intrínsecamente en la acción de la criatura dándole todo lo que tiene de ser (el mérito es al cien por cien de Dios y al cien por cien del hombre).

Así pues, «no sólo recibimos de Dios la virtud de querer [la voluntad libre], sino también la operación. Dios es por tanto causa en nosotros no solamente de la voluntad, sino también de su querer». Parece evidente que aquello que «no tiene por sí mismo el ser, tampoco tiene por sí solo el poder obrar» (In Sent. d.37, q.2 ad 2). Y si esto es obvio en el plano natural, a fortiori lo es en el plano sobrenatural.

«El hombre necesita para vivir rectamente un doble auxilio de Dios. Por un lado, un don habitual (la gracia santificante) por el cual la naturaleza caída sea restaurada y, así restaurada, sanada y elevada, sea capaz de hacer obras meritorias de vida eterna, que exceden las posibilidades de la naturaleza. Y por otro lado, necesita el auxilio de la gracia actual para ser movida por Dios a obrar… ya que ningún ser creado puede producir cualquier acto a no ser por la virtud de la moción divina» (STh I,109,9). Por tanto, «la acción del Espíritu Santo, mediante la cual nos mueve y protege, no se limita al efecto del don habitual (gracia santificante, virtudes y dones), sino que además nos mueve y protege juntamente con el Padre y el Hijo». Esta doctrina expresa la enseñanza de la Biblia y de los Concilios, en la que se afirma que es Dios quien obra siempre en nosotros y con nosotros el querer y el obrar el bien, y que es la gracia la que causa la obediencia de nuestra voluntad (Flp 2,13; Indículo, c. 6; Orange II, c. 6; Trento ses. 6,16).

La moción de Dios no suprime la libertad del hombre, sino que la causa y activaEs posible el pecado, la resistencia a la gracia, en la medida en que Dios lo permite. Y la docilidad del hombre a la gracia es un acto libre y meritorio asistido por la gracia. Por eso, como enseña Trento, «no puede decirse que el hombre mismo no hace nada en absoluto al recibir aquella inspiración, puesto que puede también rechazarla; pero tampoco sin la gracia de Dios puede moverse, por su libre voluntad, a ser justo ante Él» (ses.6, 5). Dice Santo Tomás: «Dios no nos justifica sin nosotros, porque por el movimiento de la libertad, mientras somos justificados, consentimos en la justicia de Dios. Sin embargo, aquel movimiento no es causa de la gracia, sino su efecto. Y por tanto toda la operación pertenece a la gracia»

La gracia es eficaz por sí misma, intrínsecamente. El paso del teocentrismo cristiano bíblico y tradicional al antropocentrismo moderno deja a la mayoría de los cristianos ignorantes de esta verdad grandiosa. Cuántas veces los creyentes, psicológicamente, se captan hoy a sí mismos como si fueran causa de su ser, o como si al menos fueran causa de su propio actuar. No hay compatibilidad entre la doctrina católica y las filosofías modernas de tradición kantiana con su concepto de autonomía y autodeterminación (libertad negativa).

La enseñanza de la Escritura y de los Concilios nos asegura que no es el acto autónomo de la libertad el que da eficacia a la gracia, sino que, como dice Trento, es «Cristo Jesús, como cabeza sobre los miembros, quien continuamente (iugiter) influye su virtud (gracia) sobre los justificados, virtud que antecede siempre a sus buenas obras, las acompaña y sigue» (Ses. 6,16). De otro modo, la Causa divina, primera y universal, no sería también causa primera del acto libre del hombre, no produciría todo el ser y todas las diferencias del ser. Y el acto humano libre le quedaría substraído, y sólo tendría su causa en el hombre (Aquí aparece la cuestión de la autonomía moral del hombre de origen kantiano). Lo cual es un gravísimo error filosófico y teológico.

Solo Dios puede mover y cambiar infaliblemente la libertad humana sin violentarla. «El corazón del rey, como una corriente de agua, está en manos de Dios, que lo puede dirigir a donde quiera» (Prov 21,1). La Escritura, los Concilios, la Liturgia enseñan esta verdad con gran frecuencia, concretamente en oraciones de petición.

Sin embargo, «algunos, que no entienden cómo Dios puede causar la moción de la voluntad en nosotros sin lesionar la libertad de la voluntad, interpretan mal estas enseñanzas de la Escritura, entendiendo que Dios causa en nosotros el querer y el obrar en cuanto que causa en nosotros la virtud de querer [virtutem volendi, la voluntad], pero no en cuanto que nos haga querer eso o lo otro… Éstos resisten evidentemente la enseñanza de las Sagradas Escrituras. Isaías dice: “tú obras, Señor, en nosotros todo lo que nosotros hacemos” (26,12). Por tanto, no solamente tenemos de Dios la virtud de la voluntad, sino también el querer» (CGentes 3,84). «Dios, sin duda, mueve la voluntad inmutablemente, por la eficacia de su fuerza motora; pero por la naturaleza de la voluntad movida, que está abierta a diversas acciones, no le impone una necesidad, sino que permanece libre» (De malo 6 ad 3m).

Esta acción causal de Dios en la libertad humana es única. «Solo Dios puede mover la voluntad como agente sin violentarla» (CGentes 3,88); «solo Dios puede inclinar la voluntad, cambiándola de esto a lo otro, según su voluntad» (De veritate 22,9). Por eso cuando pedimos en la liturgia, «mueve, Señor, los corazones de tus hijos» (dom. 34, T. Ord.), no le suplicamos que violente nuestra libertad personal, sino que por su gracia la libere de sus cautividades, y de este modo «podamos libremente cumplir su voluntad» (ib. 32).

El deseo de Dios es la más grande perfección del hombre. Precisamente porque Dios es Dios, cuanto más dependientes, tanto más independientes, tanto más autónomamente existentes y subsistentesuna cosa se aleja del no ser en la medida que es.

La felicidad y el fin último del hombre

La inteligencia y la voluntad son dos facultades del alma que se necesitan y que se complementan; juntas hacen que el hombre sea un ser libre y feliz. “Así como el entendimiento asiente por necesidad a los primeros principios, así también la voluntad se adhiere al fin último que es la bienaventuranza“.

El deseo de este fin último de la contemplación beatífica de Dios no es de aquellos sobre los cuales tenemos dominio. Razón por la cual, todos los hombres desean la felicidad.

Tomás de Aquino sostiene que la felicidad se busca por sí misma y no en orden a otro fin. Y aporta la razón que justifica la vocación universal a la felicidad: “Nosotros tenemos libre albedrío respecto de las cosas que no queremos por necesidad o por instinto natural. De aquí que no pertenezca al libre albedrío, sino al instinto natural, el que queramos ser felices“.

Santo Tomás hace ver que aquello que hace plenamente feliz al hombre no pueden ser las riquezas, los honores, los placeres, la fama, el poder, el saber y otras cosas del tipo porque satisfacen solamente al cuerpo o porque son demasiado dudosas e inciertas y no contribuyen a la plena realización del hombre.

Los fines se desean, pero solo se eligen los medios. De aquí la ordenación del hombre a la felicidad: no puede sino tender a ella. Todos los hombres tienden a la felicidad, pero no todos están de acuerdo en cuanto a poder decir qué es.

El hombre necesita un bien infinito, porque es el único  adecuado a la capacidad infinita de sus facultades espirituales, el intelecto y la voluntad. Por lo tanto, el único objeto que lo puede satisfacer plenamente realizando totalmente sus capacidades espirituales, es Dios. “Por lo tanto en Dios solamente consiste la plena felicidad del hombre“.

La tradición latina ha traducido indistintamente “felicitas” por “beatitudo“. Sin embargo, la beatitud o bienaventuranza, parece referirse principalmente a la felicidad producida por el contacto y la posesión (intelectual, volitiva, amorosa, mística) de un bien absoluto, de un primer principio, de Dios; hace referencia a la felicidad que se adquiere en una vida ulterior a la presente. En este sentido, la contemplación en esta vida será una participación imperfecta de la que, de modo más perfecto, se dará en la otra vida.

Señor, nos creaste para ti y nuestra alma está inquieta hasta que descanse en Ti. La felicidad en esta vida terrenal siempre será incompleta. Solo seremos plenamente felices en Dios.

La Predestinación

Dios no ama igualmente a todos los hombres. Y si alguien es más santo, es porque ha sido más amado por Dios. Es evidente que las criaturas existen porque Dios las ama: «Tú amas todo cuanto existe, y nada aborreces de lo que has hecho, que no por odio hiciste cosa alguna» (Sab 11,25). También es evidente que entre los seres creados, concretamente entre los hombres, hay unos mejores que otros, hay unos que tienen más bienes que otros. ¿Y de dónde viene que unas personas sean mucho más buenas que otras? Del amor de Dios. Dios no ama igualmente a todos los hombres. Y si uno es más bueno, es porque ha sido más amado por Dios.

Dios no ama más a una persona porque sea más perfecta y santa, sino que ésta es más santa y perfecta porque ha sido más amada por Dios. Esta verdad es constantemente proclamada en la Escritura. En ella resplandece el amor especial de Dios por su pueblo elegido, Israel, «el más pequeño» de todos los pueblos (Dt 7,6-8); por María, haciéndola inmaculada ya antes de nacer; por los cristianos, «elegidos de Dios, santos, amados» (Col 3,12); por «el discípulo amado», etc.

Por eso Santo Tomás enseña que, «por parte del acto de la voluntad, Dios no ama más unas cosas que otras, porque lo ama todo con un solo y simple acto de voluntad, que no varía jamás. Pero por parte del bien que se quiere para lo amado, en este sentido amamos más a aquel para quien queremos un mayor bien, aunque la intensidad del querer sea la misma… Así pues, es necesario decir que Dios ama unas cosas más que a otras, porque como su amor es causa de la bondad de los seresno habría unos mejores que otros si Dios no hubiese querido bienes mayores para los primeros que para los segundos» (STh I,20, 3). Es éste un principio teológico fundamental, que aplica el santo Doctor al misterio de la predestinación (I,23, 4-5) y a toda su teología de la gracia (I-II,109-114).

La predestinación es un gran misterio, cuyas profundidades insondables la inteligencia humana jamás penetrará del todo. Sólo en el seno de la contemplación beatífica veremos claramente lo que Dios ha dispuesto y ordenado como efecto de su infinita sabidurías y de su infinito amor.

Para San Agustín, la predestinación “es la presciencia y preparación de los beneficios de Dios con los que ciertísimamente se salvan todos los que se salvan.”

La presciencia es la ciencia de aprobación por la cual Dios conoce y aprueba a los que ha elegido para la vida eterna. “Por la predestinación Dios tuvo presciencia de las cosas que Él había de hacer”.

La preparación es ciencia práctica que impera e intima conducir a las criaturas racionales a la vida eterna con los medios oportunos.

De los beneficios de Dios; o sea de los medios sobrenaturales que necesitamos para alcanzar la vida eterna, tales como la vocación, la gracia santificante, gracias actuales, etc.

La predestinación divina es absolutamente cierta e infalible y no puede fallar en modo alguno.

Para Santo Tomás, la predestinación “es el plan de la transmisión de la criatura racional al fin de la vida eterna preexistente en la mente divina”.

El fin último de la predestinación es la gloria de Dios y de Cristo, a la cual se ordenan como a su fin todas las cosas de la naturaleza, de la gracia y de la gloria.

La vida eterna de las criaturas es un medio con relación a la gloria de Dios y de Cristo.

Dios ha predestinado desde toda la eternidad a todos los que han de obtener la vida eterna (de fe) y sin la divina predestinación, nadie se salvaría de hecho.

Dios quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad.

“Si alguno dijere que la gracia de la justificación no se da sino en los predestinados a la vida, y todos los demás que son llamados, ciertamente son llamados pero no reciben la gracia, como predestinados que están al mal por el poder divino, sea anatema”.

Dios quiere que todos los hombres se salven y, sin embargo, parece claro que muchos mueren en pecado, y por lo tanto, se condenan. ¿Cómo se explica esto? Dios quiere con verdadero amor la salvación de todos pero no impone la salvación a nadie. Dios quiere la salvación de todos con su voluntad antecedente, de una manera general e inconcreta, antes de prever el pecado y la obstinación de los culpables; pero no lo quiere con su voluntad consiguiente, o sea, después de la previsión de esa conducta pecaminosa y obstinada.

En conformidad con la voluntad salvífica universal de Dios, Jesucristo murió por la salvación de todos los hombres sin excepción. En conformidad con la voluntad salvífica universal, y por atención a los méritos de Cristo, Dios prepara, ofrece y confiere a todos los hombres, sin excepción, los auxilios necesarios y suficientes para salvarse. Y no creemos que los malos se perdieron porque no pudieron ser buenos, sino porque no quisieron ser buenos.

Santo Tomás tiene como cosa ciertísima que, si es preciso, Dios revelará interiormente al último salvaje las verdades de la fe que es necesario creer para salvarse o le enviará a un misionero que se las explique, como envió a San Pedro a Cornelio; pero ni uno solo de ellos dejará de recibir los auxilios santificantes para la salvación.

La predestinación es total y absolutamente gratuita, sin que nadie la pueda merecer. Es un don que Dios concede gratuitamente a quien le place, a quien Él quiere, sin tener en cuenta para nada los méritos futuros del predestinado, que suponen forzosamente la previa infusión gratuita de la gracia santificante.

“Nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo… para alabanza de la gloria de su gracias” (Efesios 1, 5-6)

Dios conoce el número de los predestinados no solo en su conjunto, sino en particular; o sea, quiénes son concretamente los que se van a salvar; y este conocimiento es cierto e infalible, de suerte que el número de los predestinados no puede aumentar ni disminuir. Y solo Dios puede conocer el número de los elegidos.

Nadie puede saber con absoluta e infalible certeza si está o no predestinado; o sea, si recibirá o no de Dios el gran don de la perseverancia final, a no ser que lo sepa por especial revelación divina. Sin embargo, el hombre puede descubrir en sí mismo o en los demás ciertas “señales de predestinación”, que, aunque no engendren certeza absoluta, son suficientes para poder esperar confiadamente de la misericordia de Dios el gran don de la perseverancia final. ¿Cuáles son esas señales?

  • Vivir habitualmente en gracia de Dios.
  • Espíritu de oración.
  • Una verdadera humildad.
  • Paciencia cristiana en la adversidad. El futuro réprobo se desespera cuando le sale mal alguna cosa. El justo sabe, en cambio, reaccionar como el santo Job y acepta con resignación y paciencia los infortunios que Dios permite que vengan sobre él  en castigo de sus pecados.
  • El ejercicio de la caridad para con el prójimo y de las obras de misericordia.
  • Un amor sincero y entrañable hacia Cristo, Redentor de la humanidad..
  • La devoción a María. Es señal grandísima de predestinación , como el sentir poco atractivo hacia ella lo es de reprobación.
  • Un gran amor a la Iglesia, dispensadora de la gracia y de la verdad.

Quede claro que, aunque la divina predestinación es, de suyo, eterna e irreformable, lleva consigo la exigencia de nuestras buenas obras, sin las cuales no nos salvaríamos. Cierto que, si estamos predestinados, no dejaremos de realizar esas buenas obras, puesto que están predestinadas también. La mejor señal de predestinación es la práctica y el ejercicio de las buenas obras, viviendo siempre en gracia de Dios y evitando con grandísimo cuidado todas las ocasiones de pecado.

Vivamos siempre en gracia de Dios y no nos planteemos nunca el problema de si estamos o no predestinados. Ciertamente que lo estamos si vivimos cristianamente y estamos dispuestos a morir antes que separarnos voluntariamente de Dios por el pecado mortal.

La Libertad en Cristiano: algunos apuntes de la Encíclica Libertas Praestantissimum

La libertad, don excelente de la Naturaleza, propio y exclusivo de los seres racionales, confiere al hombre la dignidad de estar en manos de su albedrío y de ser dueño de sus acciones. Pero lo más importante en esta dignidad es el modo de su ejercicio, porque del uso de la libertad nacen los mayores bienes y los mayores males. Sin duda alguna, el hombre puede obedecer a la razón, practicar el bien moral, tender por el camino recto a su último fin (que es Dios mismo). Pero el hombre puede también seguir una dirección totalmente contraria y, yendo tras el espejismo de unas ilusorias apariencias, perturbar el orden debido y correr a su perdición voluntaria.

Jesucristo, liberador del género humano, que vino para restaurar y acrecentar la dignidad antigua de la Naturaleza, ha socorrido de modo extraordinario la voluntad del hombre y la ha levantado a un estado mejor, concediéndole, por una parte, los auxilios de su gracia y abriéndole, por otra parte, la perspectiva de una eterna felicidad en los cielos.

El objeto directo de esta exposición es la libertad moral, considerada tanto en el individuo como en la sociedad. Conviene, sin embargo, al principio exponer brevemente algunas ideas sobre la libertad natural, pues si bien ésta es totalmente distinta de la libertad moral, es, sin embargo, la fuente y el principio de donde nacen y derivan espontáneamente todas las especies de libertad. El juicio recto y el sentido común de todos los hombres, voz segura de la Naturaleza, reconoce esta libertad solamente en los seres que tienen inteligencia o razón; y es esta libertad la que hace al hombre responsable de todos sus actos. No podía ser de otro modo. Porque mientras los animales obedecen solamente a sus sentidos y bajo el impulso exclusivo de la naturaleza buscan lo que les es útil y huyen lo que les es perjudicial, el hombre tiene a la razón como guía en todas y en cada una de las acciones de su vida. Pero la razón, a la vista de los bienes de este mundo, juzga de todos y de cada uno de ellos que lo mismo pueden existir que no existir; y concluyendo, por esto mismo, que ninguno de los referidos bienes es absolutamente necesario, la razón da a la voluntad el poder de elegir lo que ésta quiera. Ahora bien: el hombre puede juzgar de la contingencia de estos bienes que hemos citado, porque tiene un alma de naturaleza simple, espiritual, capaz de pensar; un alma que, por su propia entidad, no proviene de las cosas corporales ni depende de éstas en su conservación, sino que, creada inmediatamente por Dios y muy superior a la común condición de los cuerpos, tiene un modo propio de vida y un modo no menos propio de obrar; esto es lo que explica que el hombre, con el conocimiento intelectual de las inmutables y necesarias esencias del bien y de la verdad, descubra con certeza que estos bienes particulares no son en modo alguno bienes necesarios. De esta manera, afirmar que el alma humana está libre de todo elemento mortal y dotada de la facultad de pensar, equivale a establecer la libertad natural sobre su más sólido fundamento.

La libertad es, por tanto, como hemos dicho, patrimonio exclusivo de los seres dotados de inteligencia o razón. Considerada en su misma naturaleza, esta libertad no es otra cosa que la facultad de elegir entre los medios que son aptos para alcanzar un fin determinado, en el sentido de que el que tiene facultad de elegir una cosa entre muchas es dueño de sus propias acciones. Ahora bien: como todo lo que uno elige como medio para obtener otra cosa pertenece al género del denominado bien útil, y el bien por su propia naturaleza tiene la facultad de mover la voluntad, por esto se concluye que la libertad es propia de la voluntad, o más exactamente, es la voluntad misma, en cuanto que ésta, al obrar, posee la facultad de elegir. Pero el movimiento de la voluntad es imposible si el conocimiento intelectual no la precede iluminándola como una antorcha, o sea, que el bien deseado por la voluntad es necesariamente bien en cuanto conocido previamente por la razón.

No obstante, como la razón y la voluntad son facultades imperfectas, puede suceder, y sucede muchas veces, que la razón proponga a la voluntad un objeto que, siendo en realidad malo, presenta una engañosa apariencia de bien, y que a él se aplique la voluntad. Pero así como la posibilidad de errar y el error de hecho es un defecto que arguye un entendimiento imperfecto, así también adherirse a un bien engañoso y fingido, aun siendo indicio de libre albedrío, como la enfermedad es señal de la vida, constituye, sin embargo, un defecto de la libertad. De modo parecido, la voluntad, por el solo hecho de su dependencia de la razón, cuando apetece un objeto que se aparta de la recta razón, incurre en el defecto radical de corromper y abusar de la libertad. Y ésta es la causa de que Dios, infinitamente perfecto, y que por ser sumamente inteligente y bondad por esencia es sumamente libre, no pueda en modo alguno querer el mal moral; como tampoco pueden quererlo los bienaventurados del cielo, a causa de la contemplación del bien supremo. Esta era la objeción que sabiamente ponían San Agustín y otros autores contra los pelagianos. Si la posibilidad de apartarse del bien perteneciera a la esencia y a la perfección de la libertad, entonces Dios, Jesucristo, los ángeles y los bienaventurados, todos los cuales carecen de ese poder, o no serían libres o, al menos, no lo serían con la misma perfección que el hombre en estado de prueba e imperfección.

El Doctor Angélico se ha ocupado con frecuencia de esta cuestión, y de sus exposiciones se puede concluir que la posibilidad de pecar no es una libertad, sino una esclavitud. Sobre las palabras de Cristo, nuestro Señor, el que comete pecado es siervo del pecado, escribe con agudeza: «Todo ser es lo que le conviene ser por su propia naturaleza. Por consiguiente, cuando es movido por un agente exterior, no obra por su propia naturaleza, sino por un impulso ajeno, lo cual es propio de un esclavo. Ahora bien: el hombre, por su propia naturaleza, es un ser racional. Por tanto, cuando obra según la razón, actúa en virtud de un impulso propio y de acuerdo con su naturaleza, en lo cual consiste precisamente la libertad; pero cuando peca, obra al margen de la razón, y actúa entonces lo mismo que si fuese movido por otro y estuviese sometido al dominio ajeno; y por esto, el que comete el pecado es siervo del pecado» .

La razón prescribe a la voluntad lo que debe buscar y lo que debe evitar para que el hombre pueda algún día alcanzar su último fin (que es Dios mismo), al cual debe dirigir todas sus acciones. Y precisamente esta ordenación de la razón es lo que se llama ley. Por lo cual la justificación de la necesidad de la ley para el hombre ha de buscarse primera y radicalmente en la misma libertad, es decir, en la necesidad de que la voluntad humana no se aparte de la recta razón. No hay afirmación más absurda y peligrosa que ésta: que el hombre, por ser naturalmente libre, debe vivir desligado de toda ley (es decir, de manera autónoma). Porque si esta premisa fuese verdadera, la conclusión lógica sería que es esencial a la libertad andar en desacuerdo con la razón, siendo así que la afirmación verdadera es la contradictoria, o sea, que el hombre, precisamente por ser libre, ha de vivir sometido a la ley (la ley la establece Dios: no el hombre autónomo). De este modo es la ley la que guía al hombre en su acción y es la ley la que mueve al hombre, con el aliciente del premio y con el temor del castigo, a obrar el bien y a evitar el mal.

Tal es la principal de todas las leyes, la ley natural, escrita y grabada en el corazón de cada hombre, por ser la misma razón humana que manda al hombre obrar el bien y prohíbe al hombre hacer el mal.

(La tradición kantiana niega la ley natural y la Ley Eterna y Universal de Dios y no admite otra ley moral que la que el hombre se da a sí mismo de manera autónoma. Las únicas leyes que admiten son las leyes positivas. Recordamos: Y como cada uno es su propio legislador, la sociedad vive un conflicto permanente y la única manera de regular los derechos y libertades de cada individuo con los demás es la ley positiva: el derecho.).

La ley natural es la misma ley eterna, que, grabada en los seres racionales, inclina a éstos a las obras y al fin que les son propios; ley eterna que es, a su vez, la razón eterna de Dios, Creador y Gobernador de todo el universo.

A esta regla de nuestras acciones, a este freno del pecado, la bondad divina ha añadido ciertos auxilios especiales, aptísimos para dirigir y confirmar la voluntad del hombre. El principal y más eficaz auxilio de todos estos socorros es la gracia divina, la cual, iluminando el entendimiento y robusteciendo e impulsando la voluntad hacia el bien moral, facilita y asegura al mismo tiempo, con saludable constancia, el ejercicio de nuestra libertad natural. Es totalmente errónea la afirmación de que las mociones de la voluntad, a causa de esta intervención divina, son menos libres. Porque la influencia de la gracia divina alcanza las profundidades más intimas del hombre y se armoniza con las tendencias naturales de éste, porque la gracia nace de aquel que es autor de nuestro entendimiento y de nuestra voluntad y mueve todos los seres de un modo adecuado a la naturaleza de cada uno. Como advierte el Doctor Angélico, la gracia divina, por proceder del Creador de la Naturaleza, está admirablemente capacitada para defender todas las naturalezas individuales y para conservar sus caracteres, sus facultades y su eficacia.

Hay que poner en la ley eterna de Dios la norma reguladora de la libertad, no sólo de los particulares, sino también de la comunidad social. Por consiguiente, en una sociedad humana, la verdadera libertad no consiste en hacer el capricho personal de cada uno; esto provocaría una extrema confusión y una perturbación, que acabarían destruyendo al propio Estado; sino que consiste en que, por medio de las leyes civiles, pueda cada cual fácilmente vivir según los preceptos de la ley eterna. Y para los gobernantes la libertad no está en que manden al azar y a su capricho, proceder criminal que implicaría, al mismo tiempo, grandes daños para el Estado, sino que la eficacia de las leyes humanas consiste en su reconocida derivación de la ley eterna y en la sanción exclusiva de todo lo que está contenido en esta ley eterna, como en fuente radical de todo el derecho (¿puede ser esta concepción más distinta y contraria a la de la tradición kantiana?). Con suma sabiduría lo ha expresado San Agustín: «Pienso que comprendes que nada hay justo y legítimo en la [ley] temporal que no lo hayan tomado los hombres de la [ley] eterna»[5]. Si, por consiguiente, tenemos una ley establecida por una autoridad cualquiera, y esta ley es contraria a la recta razón y perniciosa para el Estado, su fuerza legal es nula, porque no es norma de justicia y porque aparta a los hombres del bien para el que ha sido establecido el Estado.

Por tanto, la naturaleza de la libertad humana, sea el que sea el campo en que la consideremos, en los particulares o en la comunidad, en los gobernantes o en los gobernados, incluye la necesidad de obedecer a una razón suprema y eterna, que no es otra que la autoridad de Dios imponiendo sus mandamientos y prohibiciones. Y este justísimo dominio de Dios sobre los hombres está tan lejos de suprimir o debilitar siquiera la libertad humana, que lo que hace es precisamente todo lo contrario: defenderla y perfeccionarla; porque la perfección verdadera de todo ser creado consiste en tender a su propio fin y alcanzarlo. Ahora bien: el fin supremo al que debe aspirar la libertad humana no es otro que el mismo Dios.

El principio fundamental de todo el racionalismo es la soberanía de la razón humana, que, negando la obediencia debida a la divina y eterna razón y declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad (He aquí la condena rotunda a Kant y a su autonomía moral). Esta es la pretensión de los referidos seguidores del liberalismo; según ellos no hay, en la vida práctica, autoridad divina alguna a la que haya que obedecer; cada ciudadano es ley de sí mismo. De aquí́ nace esa denominada moral independiente, que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la observancia de los mandamientos divinos, concede al hombre una licencia ilimitada. Las consecuencias últimas de estas afirmaciones, sobre todo en el orden social, son fáciles de ver. Porque, cuando el hombre se persuade que no tiene sobre si superior alguno, la conclusión inmediata es colocar la causa eficiente de la comunidad civil y política no en un principio exterior o superior al hombre, sino en la libre voluntad de cada uno; derivar el poder político de la multitud como de fuente primera. Y así como la razón individual es para el individuo en su vida privada la única norma reguladora de su conducta, de la misma manera la razón colectiva debe ser para todos la única regla normativa en la esfera de la vida pública. De aquí el número como fuerza decisiva y la mayoría como creadora exclusiva del derecho y del deber. (Refutación a los planteamientos kantianos, modernos y democráticos que plantean que la verdad procede de las mayorías y no de Dios).

Es totalmente contraria a la naturaleza la pretensión de que no existe vinculo alguno entre el hombre o el Estado y Dios, creador y, por tanto, legislador supremo y universal. esta doctrina es en extremo perniciosa, tanto para los particulares como para los Estados. Porque, si el juicio sobre la verdad y el bien queda exclusivamente en manos de la razón humana abandonada a sí sola, desaparece toda diferencia objetiva entre el bien y el mal; el vicio y la virtud no se distinguen ya en el orden de la realidad, sino solamente en el juicio subjetivo de cada individuo; será́ licito cuanto agrade, y establecida una moral impotente para refrenar y calmar las pasiones desordenadas del alma, quedará espontáneamente abierta la puerta a toda clase de corrupciones. En cuanto a la vida pública, el poder de mandar queda separado de su verdadero origen natural, del cual recibe toda la eficacia realizadora del bien común; y la ley, reguladora de lo que hay que hacer y lo que hay que evitar, queda abandonada al capricho de una mayoría numérico, verdadero plano inclinado que lleva a la tiranía.

La libertad, cuando es ejercida sin reparar en exceso alguno y con desprecio de la verdad y de la justicia, es una libertad pervertida que degenera en abierta licencia; y que, por tanto, la libertad debe ser dirigida y gobernada por la recta razón, y consiguientemente debe quedar sometida al derecho natural y a la ley eterna de Dios. Si hay que obedecer a la voluntad de Dios legislador, por la total dependencia del hombre respecto de Dios y por la tendencia del hombre hacia Dios, la consecuencia es que nadie puede poner límites o condiciones a este poder legislativo de Dios sin quebrantar al mismo tiempo la obediencia debida a Dios. Es necesario, por tanto, que la norma de nuestra vida se ajuste continua y religiosamente no sólo a la ley eterna, sino también a todas y cada una de las demás leyes que Dios.

Los (católicos) liberales pretenden que las leyes divinas deben regular la vida y la conducta de los particulares, pero no la vida y la conducta del Estado; y consideran que es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada. Pero es absolutamente contrario a la naturaleza que el Estado pueda lícitamente despreocuparse de esas leyes divinas o establecer una legislación positiva que las contradiga.

(No es lícito ni decente ser católico a unas horas y enemigo de Dios a otras. No se puede ir a misa y comulgar y, al mismo tiempo, promover, apoyar y financiar el aborto en todo el mundo; o aprobar leyes inicuas e impías como la eutanasia o las llamadas “leyes de género”, que atentan frontalmente contra la moral y contra la Ley de Dios). 



[1] Teleología: causa final. Según Kant, el hombre no tiene ninguna causa final; es decir, su vida no tiene una finalidad, un “para qué”. La finalidad del hombre es el hombre mismo. El hombre sería un fin en sí mismo.

[2] Dogma: Entendemos por dogma una verdad que pertenece al campo de la fe o de la moral, que ha sido revelada por Dios, transmitida desde los Apóstoles ya a través de la Escritura, ya de la Tradición, y propuesta por la Iglesia para su aceptación por parte de los fieles.

 

14 comentarios

  
Reggie Dunlop
Sin ánimo de polemizar con usted pues le admiro por la labor que hace, creo que lo que dice es insuficiente.

Si creemos que Dios permite el mal para sacar un bien mayor, es de suponer que Dios ha permitido la filosofía moderna para sacar un bien mayor en la teología católica.

Por tanto, la cosa no estaría tanto en condenar la filosofía moderna, como ver en qué puntos es razonable, y así intentar mejorar la teología católica sin subvertir ese riesgo.


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Pedro L. Llera
No hay síntesis posible entre la verdad y el error. Dios permite el error para que brille con más esplendor la luz de la Verdad. No hay puntos razonables. Un pastel puede ser suculento y atractivo pero basta una gota de veneno para que sea mortal.
En este escrito me he centrado en el concepto de hombre y en el de libertad para que quede patente la diferencia abismal entre la concepción filosófica moderna y la clásica aristotélico-tomista. No hay puntos razonables de encuentro. Y quienes han intentado encontrar esos puntos de acuerdo están profundamente errados.
05/11/21 2:09 AM
  
Ramón montaud
Nada que decir a su excelente texto, y ya que se ha citado al dominico Santo Tomás de Aquino, mencionar que ha sido tenido en cuenta por las altas instancias de la Iglesia católica en la era contemporánea
Santo Tomás es recomendado por los papas León XIII (es famoso por su encíclica Aeterni Patris) y Pío X (destacó su motu propio Doctoris Angelici), al tiempo que surgen los grandes inspiradores del neotomismo: Pierre Mandonnet y Ambroise Gardeil. Y, al fin, en el siglo XX se trata de los papas Pío XI (Studiorum ducem), Juan Pablo II (formado en el Angelicum). Alasdair MacIntyre afirma que la síntesis de Tomás de Aquino del pensamiento de San Agustín con el de Aristóteles es más profundo que otras teorías modernas.

En la Iglesia en general, es la referencia de los Concilios Trento y Vaticano I (en la constitución Dei Filius), a la vez que se coloca como paradigma de estudios en general en el Vaticano II (se vuelve a nombrar como autoridad a seguir en cuestiones especulativas y metafísica) y en el Código de Derecho Canónico (can. 589 y 1366). De hecho, hoy, numerosos escritos de los Papas vuelven constantemente a él.
Figura en el Calendario de Santos Luteranos.
Como anécdota las reliquias de Santo Tomás de Aquino se encuentran en la iglesia desacralizada de los jacobinos en Toulouse. He estado allí.
05/11/21 7:56 AM
  
Oriol
¿La noción de moral autónoma de Kant implica vivir desligado de toda ley? He leído unos cuantos posts suyos sin decir nada, pero, por favor, pásese un par de años estudiando filosofía antes de seguir diciendo disparates.
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Pedro L. Llera
De toda ley, no. El imperativo categórico está ahí...
Desligado de la ley de Dios, sí.
Gracias por perdonarme la vida. No sabe cuánto se lo agradezco. Pero, en cualquier caso, la descalificación ad hominem solo le retrata a usted.
Dios le bendiga.
05/11/21 11:43 AM
  
Fray Escoba BCN
Apreciado Pedro L. Llera,

Ha hecho ud una síntesis perfecta de lo que todo católico debe saber para deambular por este mundo, sin ser de este mundo del todo, o por lo menos no tomárselo en serio. Como ud bien nos recuerda Dios lo es todo y Cristo es el único Camino que nos llevará a Él.

Esta vida es un tránsito y solo el católico coherente es capaz de saber enfrentarse a ella con coraje y humildad.

Mi esposa y yo padres de 2 niños, nos enteramos ayer de que nuestro hijo que esperábamos con toda ilusión, Dios ha querido llevárselo con casi 5 meses de gestación. Sus escritos han sido muy oportunos en estos momentos de aflicción y dolor.

Solo Dios y los sacramentos nos pueden salvar.

Un abrazo
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Pedro L. Llera
Siento mucho su pérdida y les acompaño en el sentimiento.
Ante la pérdida de un hijo, poco más se puede decir. Nosotros no somos capaces de entender esto. Dios sabrá por qué ocurren estas cosas.
Dios les bendiga.
05/11/21 11:59 AM
  
Néstor
“La libertad parece tocar el núcleo de la persona de un modo más decisivo que el de la inteligencia”.

En esta frase, que según entiendo, se atribuye a Burgos, hay una profesión de voluntarismo que no está lejos de la visión kantiana y que históricamente es una consecuencia de ella.

Porque al cerrar a la inteligencia humana el acceso al ser de las cosas, Kant la desvalorizó lo suficiente como para que otras potencias del hombre apareciesen como más importantes, por ejemplo, la voluntad, con su capacidad de libre elección.

En realidad, la libertad depende de la inteligencia, porque no hay elección posible sin previa contemplación de las alternativas elegibles.

A partir de ahí ya no se puede hablar de "autonomía" de la voluntad, porque lo que la inteligencia le presenta a la voluntad es el bien, que es el objeto de ésta, y ese bien puede ser verdadero o sólo aparente, lo cual es decisivo, y sin embargo, no depende de la voluntad misma.

Saludos cordiales.
05/11/21 12:47 PM
  
Néstor
Por otra parte, al distinguir lo "psíquico" y lo "espiritual" se incurre en el verdadero dualismo, porque lo "psíquico", o se explicará entonces por un alma no espiritual, o sin alma alguna, pero en ambos casos lo espiritual queda separado de lo humano.

En realidad, desde la etimología misma del término, no hay psiquismo sin alma, y en el hombre hay una sola alma, que es la espiritual. Por esto tampoco tiene alcance ontológico la distinción entre "alma" y "espíritu" en el hombre.

Saludos cordiales.
05/11/21 12:59 PM
  
Néstor
Muy buena su presentación de la doctrina tomista en el tema de la gracia y la libertad. En cuanto a esta última, en efecto, el poder elegir mal no pertenece a su esencia. Pero si hablamos de la libertad creada, el poder elegir mal (no el elegirlo, claro) le pertenece de suyo, es decir, mirando al solo concepto de libertad creada como tal, por la limitación propia de la creatura. Otra cosa es que por algún otro elemento agregado esa libertad creada no pueda de hecho pecar, como sucede en el caso de los bienaventurados en el Cielo, por la visión beatífica, y en el caso de Nuestro Señor Jesucristo ya en esta vida, por la unión hipostática.

Y todavía hay que distinguir el caso de Jesucristo y el caso de su Madre: él no podía pecar, ella de hecho no pecó, por la especial asistencia divina. Lo cual quiere decir que Nuestro Señor no podía pecar tampoco en sentido dividido, mientras que la Virgen no pudo hacerlo solamente en sentido compuesto.

Así se entiende que la doctrina católica diga que uno de los elementos esenciales del pecado es el libre consentimiento, sin el cual no hay pecado formalmente hablando.

Eso quiere decir que, aún como defecto de esa misma libertad, la libertad de elección puede ejercerse, y de hecho se ejerce, respecto del mal.

Saludos cordiales.

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Pedro L. Llera
Muchísimas gracias, Néstor, por sus comentarios y su amabilidad.
05/11/21 1:09 PM
  
África Marteache
Oriol: El imperativo categórico es ambiguo, no está ligado más que aquello que tú consideres como razonable. La razón no establece criterios morales porque no está para eso, no se puede decir que un terrorista sea irracional ni que el que mata al violador de su hija lo sea tampoco. Si una persona llega a la conclusión de que no debe matar a alguien, cometer fraude o ser bígamo no es más razonable que si considera lo contrario. La prueba está en la misma biografía de los filósofos que no tienen por qué ser ejemplo de moralidad sin que eso afecte para nada a la calidad de su filosofía.
Nadie sería tan osado como para comparar a un filósofo como Heidegger con un pensador mediocre como Theodor Haecker, pero tampoco son comparables sus biografías y eso lo sabían muy bien los nazis. "Ser y Tiempo" pasó la censura porque el censor no entendió bien el texto y declaró: "Este mamotreto no nos sirve para nada pero tampoco nos perjudica", sin embargo las publicaciones de Haecker, entre ellas la traducción al alemán de la obra del Cardenal Newman, si debían perjudicarles porque le cerraron la editorial y lo confinaron en su casa.
No lo sé a ciencia cierta pero dudo que los soviéticos prohibieran a Hegel porque de Hegel se puede ir a Marx perfectamente, como también se puede ir a otros pensadores, todo radica en la interpretación. Ni Kant ni Hegel son moralistas.
05/11/21 9:01 PM
  
África Marteache
A Hegel, en concreto, los que más le han atacado son los pensadores liberales que llegaron a considerarlo como "enemigo de la libertad" porque la democracia no debe gran cosa a su filosofía, pero eso no echa abajo su coherencia. Pues si, por otras razones, a los liberales les cae Hegel como patada en salva sea la parte, no veo por qué a los cristianos les tiene que caer bien. Las especulaciones de Kant y de Hegel no establecen conductas éticas claras, para eso tienes que ir a Kierkegaard que es otra cosa. Kierkegaard aparece en Castellani o en Theodor Haecker porque era un filósofo cristiano, peculiar eso sí, pero cristiano. Kant y Hegel eran cristianos de aquella manera, pero se cuidaron muy mucho de apartar su cristianismo de su filosofía, Dios está por alguna parte pero no podemos conocerlo, si optamos por la Fe tenemos que hacerlo fuera de la racionalidad. Muchos han llegado a la misma conclusión por su influencia y se han convertido en agnósticos.
05/11/21 9:33 PM
  
África Marteache
Cuando Theodor Haecker publicó su libro "¿Qué es el Hombre? Heidegger lo vio en el escaparate de una librería e hizo un comentario sarcástico: "¿Para qué se lo pregunta si ya lo sabe?". Efectivamente, Haecker era católico y todos sabemos que la pregunta no estaba abierta sino que partía de unas premisas ya dadas por la Doctrina Católica, mientras que esa misma pregunta en un filósofo que ha apartado su fe, si es que la tiene, será contestada según sus propias especulaciones dando lugar a diferentes respuestas.

Estoy harta de oír en mi propia casa que si tú partes de unas premisas ya dadas haces un bucle y llegas al punto de partida lo que impide a los creyentes la filosofía, pues por la misma regla de tres la ética es imposible para alguien que aparta a Dios porque la ética no puede ser especulativa. El ateo que piensa que la ética espartana o nazi eran una barbaridad ¿en que se apoya? Desde el punto de vista de la razón, que es su único punto de apoyo, ambas éticas eran racionales y conducían a una finalidad buscada. De las dos se deducen pedagogías y , si estas eran asimiladas, el objetivo se cumplía. Para una razón práctica servían perfectamente, solo alguien que parte de un credo y una moral ya dadas puede decir que eran una barbaridad porque le aplica el baremo objetivo que tiene y que viene de Dios.
El principio kantiano: «Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal» le sirve perfectamente a un nazi porque lo que él pretende es, precisamente, que su conducta sea ley universal.
El procedimiento deductivo hace que los actos sean buenos o malos según la norma ética derivada del Cristianismo, pero Kant utiliza el procedimiento inductivo de manera que de la conducta de uno se derive una ley universal de lo bueno o lo malo. ¡Menudo chollo para un malvado!
Que yo sepa el único en toda Alemania que se atrevió a decir desde un púlpito que el Nacionalsocialismo era contrario a la Ley de Dios fue el beato Jacob Gapp, pero si quitamos a Dios de en medio no hay razón para decir nada sobre la moralidad de aquella ideología. Ni de ninguna otra tampoco porque no tenemos más punto de apoyo que nuestra propia subjetividad: "A mí me parece mal" o "a mí me parece bien". Para que a todos nos parezca mal matar judíos a mansalva tendríamos que recurrir a la Ley Natural, pero ésta adolece del mismo problema que la Ley de Dios y ningún ateo cree que exista tal cosa.
Y el consenso no sirve para establecer reglas morales: una partida de linchadores está totalmente de acuerdo en que colgar al cuatrero sin juicio ninguno es correcto, pero los que miramos desde fuera no opinamos igual aunque sea la Ley de Lynch.
Nosotros cuando pecamos sabemos que transgredimos la Ley de Dios, pero el ateo puede no transgredir su moral subjetiva porque ésta es pura casuística y siempre podrá buscar una excusa.
Así que la moral o esta inscrita en el corazón humano o nos viene de Dios, no queda otra, el imperativo categórico hace aguas por todas partes y no es, precisamente, el punto fuerte de la filosofía de Kant.



06/11/21 12:17 AM
  
Cos
África Marteache
Estoy harta de oír en mi propia casa que si tú partes de unas premisas ya dadas haces un bucle y llegas al punto de partida lo que impide a los creyentes la filosofía
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Decía Gustavo Bueno que hacer filosofía es hacer filosofía contra alguien, es decir, que un creyente puede hacer filosofía como cualquiera. Eso sí, filosofía cristiana, porque hay muchas escuelas de filosofía.
Por otro lado, África, hay que preguntarle a sus familiares de dónde parten ellos para hacer filosofía. De algún sitio tendrán que partir, de algún sitio concreto, no de abstracciones en las que se refugian algunos del tipo de "la ciencia" o "la razón" o cosas así.
06/11/21 8:05 PM
  
África Marteache
No, Cos, los filósofos no suelen partir de ahí pero es muy largo explicarlo.
No sé si Gustavo Bueno hacía filosofía contra alguien pero no es un buen punto de partida, la filosofía parte de conceptos como la nada, el ser y otros de este tipo y, si luego llegan a conclusiones diferentes a otro filósofo, ya se verá, pero partir de las premisas dadas por otro para rebatirlas carece de sentido.
¿Qué es el ser? ¿qué es la nada? ¿son el mismo concepto? ¿son conceptos diferentes? etc...
Lo que pasa es que no pueden evitar lo pensado por filósofos anteriores y toman aquello que creen que está demostrado y contradicen aquello que les parece que no está demostrado.
Un filósofo cristiano, tipo Rober Spaemann, por ejemplo, no parte de cero sino de lo que su fe le aporta y no puede llegar a conclusiones distintas de las que ha partido sino tratar de demostrar hasta donde le sea posible que son verdaderas.
Fíjate en este comentario tan curioso de Bertrand Russell, lógico, matemático y ateo, en su "Historia de la Filosofía":
"Por mi parte, prefiero el argumento ontológico, el cosmológico y los demás de la vieja serie, a la ilogicidad sentimental que ha brotado de Rousseau. Los antiguos argumentos eran, al menos, serios; si eran válidos, probaban su punto; si no lo eran , quedaba ante la crítica la posibilidad franca de demostrar que eran falsos. Pero la nueva teología del corazón prescinde del razonamiento; no puede ser refutada, porque no se propone probar sus puntos. En el fondo , la única razón que se ofrece para su aceptación es que nos permite entregarnos a sueños agradables. Ésta es una razón indigna, y si yo tuviera que escoger entre Tomás de Aquino y Rousseau, escogería al santo sin ninguna vacilación"
(RBA. Grandes Obras de la Cultura, pág. 749)
¿Qué pensaría Russell de la mermelada sentimental que actualmente pretenden meternos como filosofía si ya Rousseau le parecía un farsante?


06/11/21 9:43 PM
  
Reggie Dunlope
Pedro L. Llera
No hay síntesis posible entre la verdad y el error. Dios permite el error para que brille con más esplendor la luz de la Verdad. No hay puntos razonables.
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¿Realmente cree lo que dice? ¿Lo han pensado bien?

¿Realmente cree que ahora brilla la Verdad en el mundo y lo hace con más esplendor que en tiempos pasados?

Si usted quiere ser sincero consigo mismo sabe que no es así. Es imposible que lo sea, porque la Fe se está apagado en Occidente, y eso, inevitablemente conduce al obscurecimiento de la Verdad.

¿Se imagina usted a Santo Tomás de Aquino reaccionando contra la filosofía moderna como usted o Nestor hacen?

De verdad, ¿Cree que Aquino, sin comprometer las verdades de fe, hubiera despachado todo el asunto, así sin más, sin intentar ver qué es lo razonable de los nuevos modos de pensar y expurgando los errores?

No lo creo, pues Aquino no reaccionó en su tiempo como usted ha hecho, sino hizo todo lo contrario reintegrando y expurgando a Aristóteles y a sus comentaristas.


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Pedro L. Llera
"¿Realmente cree que ahora brilla la Verdad en el mundo y lo hace con más esplendor que en tiempos pasados?"
Respondo: Por supuesto que no. Ahora el esplendor de la Verdad no brilla en el mundo. Y no brilla, entre otras cosas, porque desde la Revolución Francesa (aunque podríamos remontarnos al nominalismo) la filosofía se ha apartado de Dios. Y ahora ya no es Cristo el centro, sino el hombre. Se ha abandonado el denostado teocentrismo, en nombre de una supuesta "mayoría de edad" del ser humano, y se ha impuesto un antropocentrismo que ha pretendido acabar con Dios y con la Iglesia: véase la persecución de los católicos durante los años de la Revolución (la guillotina), La Vendee, la persecución masónica de los católicos en México (la Cristiada) o la persecución de los católicos por parte de los socialistas, comunistas y anarquistas durante la Segunda República española y en al Guerra Civil.
Quien se aparta de Dios, que es la Verdad, vive en el error. El pensamiento del hombre está afectado por el pecado original y necesita ser redimido por le gracia de Dios. Hay mucha soberbia en el pensamiento moderno.
07/11/21 11:33 PM
  
Reggie Dunlope
Cuando Theodor Haecker publicó su libro "¿Qué es el Hombre? Heidegger lo vio en el escaparate de una librería e hizo un comentario sarcástico: "¿Para qué se lo pregunta si ya lo sabe?"

Estoy harta de oír en mi propia casa que si tú partes de unas premisas ya dadas haces un bucle y llegas al punto de partida lo que impide a los creyentes la filosofía.
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Estoy con Heidegger, pero no le has entendido bien. Quizá si reflexionas respecto a su proyecto vital, puedas entenderlo mejor.

El proyecto de Heidegger es repensar la metafísica, que según él, termina en Occidente con Nietzsche (Dios ha muerto, pero nuestros conciudadanos no lo saben todavía).

Ante ese panorama desalentador para la filosofía (y para el hombre) Heidegger vuelve a los orígenes de la filosofía para repensar las premisas básicas de la metafísica y principia con los pre-socráticos, apoyándose en sus dotes filológicas, indagando el auténtico significado de aquellos fragmentos en griego, y desde allí arranca su proyecto de renovación de la metafísica, sobre unas premisas mejores según él, y que yo no voy a discutir, porque no viene a cuento.

Pues bien, con lo dicho puede usted entender el sarcasmo con el que Heidegger recibió el libro de Haecker, puesto que Heidegger bien sabía, que para decir algo importante (nuevo) sobre el misterio del hombre, necesariamente implica repensar las premisas de las que se parte, que es lo que había hecho Heidegger con la metafísica griega, pero que Haecker no hacía en su libro, al no desafiar ninguna premisas de la antropología teológica "católica" de su tiempo.

El problema está en las premisas. En que hay muchos católicos que por sistema, se niegan a reexaminar sus premisas, porque de hacerlo, creen que pueden poner en riesgo su Fe, y sin apercibirse que muchas premisas "católicas", que damos por ciertas, no lo son en absoluto, pero están tan asentadas en la historia de la teología católica, que desafiarlas resulta problemático.

El bucle lo puede usted observar en infocatólica. Fíjese que sus blogueros (Néstor, LLera, Forment, Gracian, Iraburu,...etc) están todos cortados por un mismo patrón : el tomista.

Para ellos, el tomismo es una premisa que no se puede desafiar en lo más mínimo, aunque la teología católica sea algo mucho mayor que la teología tomista.

De hecho, hasta interpretan mal el Concilio Vaticano II. Los Padres Conciliares bien sabían que la doctricna pre-conciliar estaba demasiado enraizada en los tomistas, porque estos partían de Santo Tomás de Aquino, pero al no querer desafiar ninguna de las premisas tomistas se acababa razonando en bucle.

Por eso, los Padres Conciliares entendiendo que el tomismo debía ser actualizado, y para ello, pidieron volver a los orígenes del cristianismo, es decir a los Padres Apostólicos y a esa teología común con los ortodoxos hasta el siglo VIII, que es donde se concentran el mayor número de doctores de la Iglesia, para insuflar vida a la teología católica, puesto que el tomismo estaba resultando insuficiente en la época contemporánea.

Pero, paradójicamente, estos blogueros no siguen el ejemplo de nuestro maestro Santo Tomás de Aquino, el cual si llevó a cabo ese proyecto en su tiempo, y sin necesidad que se lo dijera ningún Concilio.

Leer a Aquino es leer continuamente a los Padres de la Iglesia. Leer a los Nestor, Alonso, LLera, Iraburu, es no leer a los autores que sí leía Aquino.

No exagero. Coja cualquier texto de ellos y verá como solo sale Santo Tomás. Coja la Suma Teológica y al leer a Tomas, observará como él nunca siguió a un solo Doctor. Leer de muchas fuentes es lo que hizo que Aquino no entrara en bucle.

Aquino sí desafío ciertas premisas "católicas" de su tiempo que no eran tales, como está bien documentado en la historia de la teología.

Por último, Cos tiene más razón que un santo. Siempre se hace filosofía contra alguien, porque ese alguien ha de tener necesariamente alguna premisa equivocada, también Santo Tomas.

Para mí es un misterio como católicos hechos y derechos que conocen la doctrina del pecado original, y el lamentable estado pensante en el que ha quedado el ser humano tras aquella catástrofe, se crean que ellos no puedan tener premisas equivocadas, aunque el resto las tengamos por doquier. Solo aciertan en esto último.

Si se hace filosofía contra alguien es porque se le reconoce valor. Así que antes de dispararme, sepa que la estaba elogiando.


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Pedro L. Llera
"se crean que ellos no puedan tener premisas equivocadas..."
Por supuesto que yo puedo tener premisas equivocadas. Y el pecado original y el pecado personal me afectan como a cualquiera... Claro que sí.
Precisamente porque me puedo equivocar, me agarro a la doctrina segura de los santos. Y entre ellos, el más excelso es Santo Tomás de Aquino. Su doctrina ha sido reconocida por todos los pontífices y es segura: no porque lo diga yo, sino porque así lo ha reconocido la Iglesia siempre.
León XIII escribió una encíclica - Aeterni Patris - "sobre la restauración de la filosofía cristiana conforma a la doctrina de Santo Tomás de Aquino". En ella dice el Papa:
"Pero lo que es más, los Romanos Pontífices nuestros predecesores, honraron la sabiduría de Tomás de Aquino con singulares elogios y testimonios amplísimos. Pues Clemente VI[26], Nicolás V [27], Benedicto XIII [28] y otros, atestiguan que la Iglesia universal es ilustrada con su admirable doctrina; San Pío V [29], confiesa que con la misma doctrina las herejías, confundidas y vencidas, se disipan, y el universo mundo es libertado cotidianamente; otros, con Clemente XII[30], afirman que de sus doctrinas dimanaron a la Iglesia católica abundantísimos bienes, y que él mismo debe ser venerado con aquel honor que se da a los Sumos Doctores de la Iglesia Gregorio, Ambrosio, Agustín y Jerónimo; otros, finalmente, no dudaron en proponer en las Academias y grandes liceos a Santo Tomás como ejemplar y maestro, a quien debía seguirse con pie firme. Respecto a lo que parecen muy dignas de recordarse las palabras del B. Urbano V: «Queremos, y por las presentes os mandamos, que adoptéis la doctrina del bienaventurado Tomás, como verídica y católica, y procuréis ampliarla con todas vuestras fuerzas»[31]. Renovaron el ejemplo de Urbano en la Universidad de estudios de Lovaina Inocencio XII[32], y Benedicto XIV[33], en el Colegio Dionisiano de los Granatenses. Añádase a estos juicios de los Sumos Pontífices, sobre Tomás de Aquino, el testimonio de Inocencio VI, como complemento: «La doctrina de éste tiene sobre las demás, exceptuada la canónica, propiedad en las palabras, orden en las materias, verdad en las sentencias, de tal suerte, que nunca a aquellos que la siguieren se les verá apartarse del camino e la verdad, y siempre será sospechoso de error el que la impugnare»[34]."

08/11/21 1:15 AM

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