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5.03.23

A los Obispos y Sacerdotes Fieles

Quiero dirigirme hoy a los obispos y sacerdotes santos, que haberlos, haylos y alguno me leerá. Y quisiera transmitirles un mensaje de apoyo y, sobre todo, de gratitud. Porque sabemos que muchos sacerdotes y obispos buenos y fieles a Jesucristo lo están pasando muy mal en estos tiempos terribles que nos está tocando vivir por los designios siempre misteriosos de la Divina Providencia: hágase siempre la Voluntad de Dios. A mí me habría gustado vivir tiempos más apacibles y tranquilos pero si Dios dispuso que viviéramos nosotros en esta época tan turbulenta, Él sabrá por qué.

En el régimen de terror impuesto por la curia de la Anti-Iglesia (que decía Karol Wojtyla)[1] , cortar cabezas resulta tan habitual como el pan nuestro de cada día. Es lo que tienen los herejes liberales que defienden tanto la libertad: que ponen la guillotina a trabajar en la plaza pública para cortarles el pescuezo a quienes no piensen como ellos o a quienes no estén dispuestos a someterse a sus postulados. A eso lo llaman libertad de conciencia o libertad de expresión. Cada cual que piense como quiera, que cada individuo se autodetermine… pero que todos obedezcan sin rechistar lo que yo mando: lo propio de las tiranías. Porque aquí somos muy sinodales y proclamamos la descentralización pero para celebrar las misas tradicionales, los obispos es mejor que pidan permiso a Roma y que no decidan por su cuenta. No vaya a ser…

Los obispos y sacerdotes indietristas, rígidos, apegados a una ideología del pasado, con cara de pepinillos en vinagre; cerrados, tristes, atrapados y carreristas, (o sea, los obispos y sacerdotes fieles a la santa doctrina de siempre y a la liturgia de los santos) están siendo excluidos, cancelados, descartados, misericordiados. Dios los llamó a una vida santa por medio de Jesucristo y cargan con su cruz en medio de esta crisis atroz que sufre la Iglesia, en estos tiempos funestos del reinado del Anticristo.

Porque claro que quedan obispos y sacerdotes santos. Y muchos de ellos viven atemorizados, pasmados, asombrados, desconcertados, atónitos…

Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos; llevando siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. (2 Cor. 4, 8-18).

Yo creo que no hay nada más penoso ni más martirial que ser un sacerdote fiel o un obispo como Dios manda en estos tiempos de apostasía y de herejía. Hay mucho sufrimiento.

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