¿Qué tienen en común todas estas noticias que hemos leído recientemente?
El arzobispo Vincenzo Paglia ha sido noticia después de que declarara el viernes a un periodista que la ley italiana de 1978 que despenaliza el aborto es un «pilar» de la «vida social» italiana y que «no está en absoluto» en discusión en el país.
El sacerdote jesuita disidente, P. James Martin, ha recurrido a las redes sociales para denunciar a un obispo de Dakota del Sur por publicar una serie de directrices pastorales que defienden la fe contra la agenda radical LGBT. Martin dijo que «la gente debería poder y ser alentada a “celebrar” quiénes son y, más importante, cómo los hizo Dios, incluyendo a las personas LGBTQ».
En una diócesis católica suiza, una mujer concelebra una misa, saltándose a la torera la doctrina y las leyes de la Iglesia: un abuso litúrgico más; uno de tantos: como el que celebró misa encima de una colchoneta dentro del agua en una playa… O los que solo dan la comunión en la mano o los que ponen a seglares – hombres y mujeres – de manera ordinaria a ser ministros extraordinarios de la comunión; o los que se inventan la misa de manera creativa.
El cardenal Roche, por su parte, critica a los enemigos “tradicionalistas”, tratándolos de «histéricos» y protestantes. Los malos, al parecer, somos los que profesamos la fe católica de siempre: la de los santos, la de nuestros padres, la que levantó iglesias y catedrales; la que fundó una civilización durante siglos.
Y por otra parte, tenemos dos políticas que defienden el aborto: una estadounidense y otra castiza.
¿Qué tienen todos estos políticos y eclesiásticos en común? Pues que todos ellos son liberales y actúan con mentalidad y presupuestos liberales.
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