Hablar hoy de la Cerdaña parece implicar hablar de turismo de alto nivel, de segundas residencias de alto standing, en una palabra del hipermundo “pijo”. Y nótese que digo “hipermundo” y no submundo, concepto que sería del todo inadecuado. Contraponiendo los dos neologismos, entiendo deslindar ese “saloncito de gente bien” en el que algunos se empeñaron y se empeñan en convertir nuestra comarca de la Baja Cerdaña.
Todo comenzó con la construcción de la línea de ferrocarril Barcelona-La Tor de Carol a principios del siglo pasado, y con ella el desembarco de la burguesía catalana en la comarca pirenaica, antaño olvidada y abandonada a su suerte. Tan olvidada que la mitad de la comarca, la Alta Cerdaña, fue entregada a Francia en el siglo XVII como contrapartida a una paz, que con un Tratado, el de Fuenterrabía, cercenaría nuestro territorio histórico.
Sea como fuere, la “gente de orden” fue encargando a los grandes arquitectos modernistas del momento sus grandes torres-chalet, empezó a esquiar en La Molina, a dar golpes a la pelotita con el bastón en el Real Club de Golf de Puigcerdá, ideando un estanque dorado artificial, l´Estany, para que sus criadas pudieran pasear los carritos con sus bebés en las tardes de veraneo. ¡Qué bucólico! Casi la Arcadia félix.
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