Los zarpazos del progresismo hace 40 años
El Concilio Vaticano II había concluido en diciembre del 65 y en menos de dos años el Papa Pablo VI había tenido que contemplar como aquellos pilares de la fe y aquellos resortes institucionales que él creía bien afianzados se derrumbaban. Durante todo el Concilio el Papa había auspiciado una renovación de la Iglesia que trajera fecundidad y frescura a un catolicismo que sin duda, en su visión de la realidad, juzgaba anquilosado, y si no estéril, al menos incapaz de enfrentarse a los retos sociales e ideológicos que el mundo occidental vislumbraba. Estaban también muy presentes en la mente del Papa las duras situaciones que los regímenes coloniales o las dictaduras infligían al llamado Tercer Mundo. Deseaba el Santo Padre que los cristianos fuesen la semilla de renovación de un mundo que parecía despertarse de muchas pesadillas y de no menos somnolencias.