Capítulo 31: Los accesorios del altar (y 3): Candelabros y velas

En el centro, el altar con las tres gruesas velas ardientes. Thabraca

 

Un tosco mosaico sepulcral de los siglos IV o V hallado en Thabraca (Túnez), y que representa el interior de una basílica cristiana de tres naves, trae, entre otras cosas, la figura del altar, sobre el cual arden tres gruesas velas. Se trata del más antiguo documento sobre este punto; sin embargo, acerca de su valor documental puede dudarse, ya que ningún escritor de aquella época hace alusión a candelas o candelabros que se pusieran sobre el altar conforme a la práctica litúrgica vigente. El primer testimonio auténtico relativo a un servicio de luces ( cereostata ) directamente ordenadas a la celebración de la misa, se contiene en una rúbrica del I OR. Describiendo el rito de la misa papal en la iglesia estacional, dice que en el cortejo que acompaña al pontífice desde el secretarium hasta el altar, septem acolyti illius regionis cuius domus vel dies fuerit, portantes septem cereostata accensa, praecedunt ante Pontificem usque ante altare (1). Algunos liturgistas, entre ellos Batiffol, han visto en los siete cirios una práctica inspirada en la visión apocalíptica del Hijo del Hombre entre los siete candeleros de oro; otros, más verosímilmente, como dijimos, los relacionan con la costumbre, propia del protocolo ceremonial romano, de hacer que precedan a ciertos altos magistrados, cuando entran en la sala de audiencia, cierto número de lacayos con antorchas encendidas y un oficial con el Líber mandatorum, es decir, el código. El libro se colocaba luego encima de una mesa delante del magistrado, y a los dos lados se dejaban los candelabros encendidos.

Misa inicio pontificado Juan Pablo II (1978)

 

Sea lo que fuere de tales hipótesis, el mencionado I Ordo añade que los siete acólitos, llegados al altar, dejen en tierra los candelabros, cuatro a la derecha y tres a la izquierda, y que continúen éstos encendidos hasta el final de la misa. Esta práctica de colocar en tierra los candeleros delante del altar se mantuvo invariablemente durante la Edad Media; dan fe de ello expresamente las antiguas Consuetudines de los monasterios.

Pero he aquí que a un cierto punto, al parecer durante la primera mitad del siglo XI, que se empiezan a poner los candelabros sobre el altar. Encontramos dos sobre la mensa en un fresco del siglo XI en la basílica de San Clemente en Roma y en algunas miniaturas de la misma época. Al final del siglo XII, Inocencio III atestigua que ésa es la praxis romana: In cornibus altaris duo sunt constituta candelabra, quae mediante Cruce, faculas ferunt accensas (2). Con todo, el uso no se convirtió en común tan rápidamente. Son frecuentes las miniaturas de los siglos XIII y XIV en las que, a excepción del cirio que lleva en la mano el acólito, no se ven candelabros sobre el altar o a lo máximo ponen uno solo en un lado, en simetría con la cruz puesta en el otro.

Al estilo benedictino: 6 candelabros sobre el muro

En lo referente al número de cirios en el altar, parece ser que se colocaban según el grado de la solemnidad del día. Las Consuetudines Farfenses del siglo XI prescriben que ante el altar se enciendan 7 en la fiesta de Santo Tomás y en la Circuncisión, 12 de Navidad a Epifanía, en Pascua 12 y 10 más detrás del altar. Las Consuetudines Fructurarienses contemplan 7 para las fiestas más importantes, 5 para las intermedias y 3 para las ordinarias.

En cambio, como hemos dicho, bajo Inocencio III el uso de Roma sólo consentía 2 incluso para los solemnes días estacionales. Fue en la segunda mitad del s. XIII cuando, seguramente bajo influencia monástica, la Capilla Papal admitió 7 candelabros sobre el altar. El XIV Ordo del Cardenal Stefaneschi observa: Quando Papa celebrat solemniter, debent poni super altare faculae semptem (3). Este número septenario es el prescrito por el Ceremonial de los Obispos para las Misas Pontificales. Para las misas solemnes prescribe 6, 4 para las cantadas y 2 para las misas rezadas.

Los procedimientos utilizados en la antigüedad cristiana para iluminar convenientemente el altar fueron varios. De ordinario se colgaba del centro del baldaquín un candelero a manera de araña ( pharus ) , en forma de corona, sobre el que se disponían muchas lámparas. Así era el ya mencionado que regaló Constantino a la basílica de Letrán. También encima del baldaquín se solían colocar algunas velas. La medalla de Successa (s.IV) contiene tres en gradación descendente.

Candelabro de Hettilo (s. XI) Catedral de Hildesheim

En los intercolumnios de la nave central, así como en el arquitrabe de la pérgola, se suspendían las llamadas gabatae, especie de platos de bronce o plata con emblemas sagrados que llevaban en el borde tres o más lámparas. El Líber pontificalis recuerda del papa Símaco que fecit gabatas sex cum cruce ex argento purissimo, quae pendent ante arcum maiorem (4). Algunas lámparas ardían día y noche: gabatas argénteas cum lampadibus obtulit et continuatim vigiliis ardere praecepit (5). Tampoco faltaban candelabros fijos alrededor del altar, generalmente de bronce, provistos de lámparas de cera o de aceite ( cicendelae ) o bien rematados en una copa que se llenaba de cera y se encendía mediante una mecha especial. El Líber pontijicalis enumera entre los regalos de Constantino a las iglesias: Candelabra aurichalca septem ante altaría, quae sunt in pedibus X, cum ornatu suo ex argento interclusa sigillis prophetarum, pens. singula libras triginta (6). El inventario del año 303 de la iglesia de Cirta (África) comprende dos candelabros. Es célebre el Polycandelum de plata en forma de cruz, sobre el que podían disponerse en hermosa simetría 1.570 candelas, mandado colocar en San Pedro por el papa Adriano I (+ 795). Los escritores antiguos, celebrando la iluminación de las iglesias en sus tiempos, sobre todo los días de fiesta, usan términos enfáticos y a veces hiperbólicos. Baste ver lo que escribe Eteria sobre la iglesia de la Natividad, de Jerusalén, en el día de la Epifanía: Numerus autem vel ponderatio de ceriofalis. vel cicindelis, aut lucernis vel diverso ministerio, numquid vel existimari aut scribi potest ? (7)

También en la Edad Media se proveyó para iluminar la iglesia y el altar con lámparas de aceite, con lámparas colgantes de grandes dimensiones en forma de corona, imitando las iluminaciones de las ciudades del momento, como la de Hildesheim (s. XI) o de Aquisgrán (s. XII), o en forma de doble cruz como la de San Marcos en Venecia o en forma de árbol ramificado como en el Duomo de Milán. Se colgaban en el coro, delante del altar o en el transepto. En el periodo gótico las tradicionales coronas colgantes cayeron en desuso y se prefirieron los simples candelabros de hierro forjado con un trípode como base y portando a una cierta altura dos o tres círculos concéntricos, móviles, con punzones sobre los cuales se clavaban las velas, Aún quedan muchos ejemplares similares a aquellos en nuestras iglesias.

 

NOTAS

  1. Siete acólitos de la región correspondiente a la iglesia o al día, llevando siete cirios encendidos, van delante del Pontífice hasta llegar ante el altar.
  2. En las esquinas del altar hay colocados dos candelabros que, con la cruz en medio, llevan velas encendidas.
  3. Cuando el Papa celebra solemnemente, deben ponerse sobre el altar siete velas.
  4. Hizo seis gabatas con una cruz, de plata purísima, que cuelgan ante el arco mayor.
  5. Donó gabatas y mandó que durante las vigilias ardieran de continuo.
  6. Siete candelabros de bronce dorado, de 10 pies, con su ornato incrustado con los sellos de los profetas, siendo el peso de cada uno de 0 libras.
  7. Y el número o el valor de portavelas o candelabros o de lámparas de distintos usos, ¿acaso es posible valorarlo o escribirlo?

    Dom Gregori Maria