[DE] Capítulo 30: Los accesorios del altar (2) La cruz

Narsai de Nisibe (c.450) habla ya de una cruz puesta sobre el altar durante el santo sacrificio. Acaso este uso de la liturgia siro-caldea tenía relación con la antiquísima costumbre de levantar una cruz del lado del Oriente y orar mirando en aquella dirección. No parece, sin embargo, que fuese práctica general entre los griegos, ni mucho menos entre los latinos.

En Occidente, la cruz como insignia litúrgica aparece por vez primera en el fastuoso ceremonial de las procesiones estacionales (letanías). En Roma, cada región y cada instituto tenían la suya. También el papa iba precedido por su cruz. Sabemos que Carlomagno en el 800, cuando fue coronado emperador, regaló al papa una riquísima cruz procesional, quam almificus Pontifex in letanía praecedere constituit, secundum petitionem ipsius piissimi imperatoris (1). En un fresco de la basílica de San Clemente (s.Xl) representando el traslado de las reliquias del mismo Santo, vemos el espectáculo de una procesión, en la que destaca la hermosa cruz estacional del papa con otras tres cruces procesionales.

Cruz procesional de S. Salvador de Fuentes -Arte astur s.X

La cruz procesional debía poder descomponerse, como también ahora, en dos partes: el asta y la cruz propiamente dicha. Esta última, acoplándola a un soporte a propósito, podía ser colocada fácilmente sobre la mesa del altar. Así es cómo la cruz procesional pasó a ser la cruz del altar. Un claro indicio de esta evolución lo hallamos en las rúbricas del XI OR (mitad del s.XIl) relativas a la procesión de la Candelaria: Tunc subdiaconus regionarius levat crucem stationalem de altari; plane portans eam in manibus usque ad ecclesiam. Cum autem venit oras levat eam sursum; quam fert ante Pontificem in processione usque ad Sanctam Mariam Maiorem…: ibique… subdiaconus regionarius. more sólito, portat Crucem ad altare… Et dominus papa cantat misma (2).

La primera figuración de la cruz sobre un altar la encontramos en una miniatura del siglo XI. Un fresco de la basílica de San Lorenzo en Roma, de la segunda mitad del s. XIII, nos representa ya la cruz en el centro de la mensa entre dos candelabros. Se puede creer que en esta época era ya praxis común, por lo que atestigua Inocencio III: Inter duo candelabra in altari Crux collocatur media (3). Lo que no implica que la cruz permaneciese permanente sobre el altar. Más bien, por cuanto observa el Ordo Bernhardi, debemos pensar lo contrario: se colocaba antes de la Misa y se quitaba al final. En muchas diócesis de Francia, hasta bien entrado el siglo XVI, estaba vigente la costumbre de que en la Misa Solemne fuese el mismísimo celebrante a llevar la cruz y deponerla sobre el altar.

Permanece la duda si las primeras cruces mostraban la imagen del Crucificado. La cruz del fresco antes mencionado de San Lorenzo no lo lleva y es cierto que las cruces procesionales más antiguas no lo llevan. El Crucifijo (la cruz con el Crucificado) empieza a aparecer a partir del siglo XIV y aún más tarde.

Completamente acorde con la práctica tradicional de los postreros siglos de la Iglesia, responde, a su vez, a aquella veneración que sentían hacia la cruz y el Crucificado los primeros cristianos. En los siglos de las persecuciones, la cruz, salvo poquísimas excepciones, no aparece nunca en el culto público a no ser encubierta bajo la forma de monograma o de un símbolo, como, por ejemplo, el áncora, con un trazo transversal en la anilla, o el tridente, en que va atravesado el pez (Cristo). Semejante reserva se debía al temor de las profanaciones por parte de los paganos; temor fundado, como lo demuestra la caricatura blasfema del Palatino (un grafito que representa a Jesús crucificado con la cabeza de asno y un hombre ante él: alrededor una frase escrita en griego “Alexamenos adora a su Dios”) . Mas no por esto hemos de creer que en la devoción privada no se utilizase la imagen del Crucificado. Prueba de esto son las dos piedras preciosas cristianas (s. II-III), que representan a Cristo en la cruz rodeado de los apóstoles, y una gnóstica, en que se ve al Crucificado entre María Santísima y San Juan.

Con el advenimiento de la paz, la cruz viene a ser símbolo de gloria. En el palacio imperial de la nueva Roma y en la concavidad absidal de las basílicas brilla la cruz con los fulgores de la pedrería y del arte, pero todavía no lleva la figura de Cristo crucificado.

La cruz con el Crucificado (crucifijo = fijado o clavado a la cruz) aparece por vez primera representado en un marfil de técnica robusta, que se conserva en Londres, y en un tosco panel de la puerta de madera de Santa Sabina, en Roma. Se trata de representaciones de carácter realístico, con la efigie de Cristo desnudo, cubierto únicamente con una especie de faldón o subligáculo. El modelo debía de provenir del Oriente, en donde para oponerse a la herejía monofisita se quería hacer resaltar la muerte del hombre, con lo cual se afirmaba la dualidad de naturalezas unidas en la persona de Cristo. Pero pronto se advierte en Occidente una reacción contra aquella corriente, que se consideraba poco respetuosa hacia Cristo y como un desdoro de su resurrección. San Gregorio de Tours (+ 593), en efecto, cuenta que, habiéndose pintado en San Genesio de Narbona, un Jesús crucificado casi desnudo, se apareció Cristo a un sacerdote protestando y pidiendo que le vistiesen. Así tenemos los crucifijos cubiertos con el colobium o túnica, con mangas o sin ellas, que llega hasta los talones, como el crucifijo del evangeliario de Rábula (final del s.VI), de San Valentín (s.VIl) y de Santa María la Antigua (s.VIIl); de la misma época es la representación de la cruz teniendo, en lugar de Cristo, un Cordero, como se ve en una columna del baldaquín de San Marcos de Venecia (s.VI), y en la cruz de Justino II.

Evangeliario de Rábula (siglo VI)

 

A partir del siglo X, la iconografía del crucifijo sigue el tipo desnudo por razones de exactitud histórica y acaso por un sentimiento de piedad hacia Cristo, hecho opprobrium hominum et abiectio plebis (4). Esto, sin embargo, no fue obstáculo para que se representara a veces a Cristo sobre la cruz, derecho, apoyando los pies sobre la peanilla, con la cabeza erguida, sin contracciones dolorosas en el rostro, con la cabeza inclinada o adornada con corona real, conforme a la frase litúrgica: Regnavit a ligno Deus (5). En el siglo XIII y en los dos siguientes prevalece generalmente el elemento doloroso y realístico. Cristo presenta toda la ruina de su humanidad: su cabeza, caída sobre un hombro; los ojos, cerrados; el costado, rasgado; los pies, uno sobre otro; los ángeles recogen en cálices la sangre que sale de las heridas; es el Vír dolorum (6) del profeta. Es la época en que la devoción a la pasión y a las cinco llagas entró con tanta fuerza en la ascética popular.

La Iglesia, sin preferir ninguna de las dos tendencias, deseó siempre que el crucifijo fuese digna expresión de la idea sublime que estaba llamado a representar sobre el altar. El Ceremonial de los obispos aconseja que, en las fiestas principales, el crucifijo sea de oro o plata, y en los días ordinarios, siquiera de cobre dorado. Las numerosas y espléndidas cruces medievales y modernas que se conservan en nuestras iglesias son una prueba del alto aprecio en que se tuvo siempre a este objeto, el más importante de todos los accesorios del altar.

En la Iglesia antigua, así en Oriente como en Italia, hubo una especie de glorificación simbólica de la cruz, que se llamó etimasia (= preparación del trono). Puede comprobarse en algunos marfiles, mosaicos y sarcófagos de los siglos V-VI. Consistía en lo siguiente: sobre un trono ricamente engalanado y provisto de almohadones se colocaba una cruz, como reina sentada en su trono real. La escena encerraba el simbolismo de Cristo, juez supremo del universo; pero, en realidad, era una glorificación de la cruz, con la cual Él triunfó sobre sus enemigos.

Crucifijo de Cimabúe en S. Domenico de Arezzo

 

Más tarde, durante la Edad Media y hasta el siglo XVI, la importancia y el significado que hoy tiene el crucifijo sobre el altar lo tenía la cruz triunfal o cruz del coro. Existía en casi todas las iglesias sobre la pérgola ( trabes ) , es decir, sobre aquella estructura de madera, piedra o metal que se alzaba sobre la cancela del altar, uniendo ambos lados y haciendo de alta línea divisoria entre el coro y la nave. La pérgola estaba siempre adornada, a veces ricamente esculpida o pintada o decorada con trabajos de orfebrería. En el centro de ella se levantaba un grandioso crucifijo, que tenía en los cuatro brazos lobulados de la cruz la representación de los cuatro evangelistas, por un lado; la de los cuatro mayores doctores de la Iglesia occidental, en el otro; y a los lados de la cruz, las estatuas de María Santísima y del apóstol San Juan. En aquellas iglesias donde la pérgola se había transformado en lectoría, la cruz se colocaba en ella; y, en defecto de una y de otra, se colgaba con cadenillas del arco triunfal del altar; muchas iglesias la ponían en el centro de la nave mayor. Éste era el lugar preferido en tiempo de Durando, lugar que, por lo demás, contaba a su favor con una antigua tradición que se remontaba hasta el siglo VIII.

Hacia esta grandiosa imagen de la cruz, visible a todo el mundo y que dominaba desde lo alto a toda la asamblea cristiana, se enderezaba preferentemente la devoción popular, aun cuando esta cruz no fuese objeto de especial culto litúrgico. Ante ella, sin embargo, se detenían las procesiones y los fieles la saludaban con esta aclamación: Ave, Rex noster (7). La cruz triunfal desapareció con la demolición de las lectorías y pérgolas; son raras las iglesias que la han mantenido en alto, suspendida del arco mayor del altar.

 

NOTAS

  1. Que el providente pontífice mandó preceder en la letanía, según petición del mismo piadosísimo emperador.
  2. Entonces el subdiácono de la región levanta del altar la cruz estacional, llevándola simplemente en las manos hasta la puerta de la iglesia. Cuando llega a la puerta la levanta en alto, y la lleva ante el Pontífice en la procesión hasta Santa María la Mayor…: y allí… el subdiácono de la región, conforme a la costumbre, lleva la cruz al altar… Y el señor papa canta la misa.
  3. La cruz se coloca en medio del altar entre dos candelabros.
  4. Oprobio de los hombres y abyección de la plebe (injurioso para los nobles y despreciable para los plebeyos).
  5. Reinó Dios desde el madero (de la cruz).
  6. Varón de dolores.
  7. Salve, Rey nuestro.

    Dom Gregori Maria