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10.09.08

Priscila, amiga, cómplice y colaboradora

“Después de esto marchó de Atenas y llegó a Corinto. Se encontró con un judío llamado Aquila, originario del Ponto, que acababa de llegar de Italia, y con su mujer Priscila, por haber decretado Claudio que todos los judíos saliesen de Roma; se llegó a ellos y como era del mismo oficio, se quedó a vivir y a trabajar con ellos. El oficio de ellos era fabricar tiendas.
Cada sábado en la sinagoga discutía, y se esforzaba por convencer a judíos y griegos.”. (Hechos 18,1-4)

“Saluden a Prisca y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús. Ellos arriesgaron su vida para salvarme, y no sólo yo, sino también todas las Iglesias de origen pagano, tienen con ellos una deuda de gratitud. Saluden, igualmente, a la Iglesia que se reúne en su casa.”
( Rm 16, 3-5)

Es curioso observar la naturalidad y gratitud con que San Pablo trataba a los miembros de su comunidad, especialmente, a las mujeres, ya que con su aportación generosa, su desinterés, su compañía, y sus fraternales cuidados permitían al Apóstol desarrollar mas libremente su labor al servicio de Cristo.

Retomando la lista de las mujeres relacionadas con San Pablo debo confesar que Priscila, esposa de Aquila, es la que más me ha cautivado hasta ahora. Tal vez sea porque su matrimonio ejemplar tiene mucho que enseñarme todavía sobre el compromiso y la entrega de los esposos al servicio del Reino de Dios. O tal vez, porque me ilusiona pensar que mi hogar puede trasformarse en una pequeña comunidad con proyección evangelizadora, una iglesia domestica, con las puertas siempre abiertas a las necesidades materiales y espirituales de todos los que la componen y se acerquen a ella.

Por ello, no me resulta extraño encontrar la referencia a este matrimonio en seis pasajes del Evangelio: Hechos 18,21; Corintios 16,19; Hechos 18,8; Hechos 18,26; Romanos 16,3 y 2 Timoteo 4,19.

La amistad y complicidad en los miembros de la Iglesia

Me llena de satisfacción suponer que para San Pablo el encuentro con Priscila y Aquila, unos judíos procedentes de Roma, probablemente ya cristianos, debió ser un grandísimo descanso físico y psíquico en su ardua tarea. Conocedores de que eran miembros de un solo Cuerpo, no solo le hospedaron en su casa y le dieron trabajo en su pequeña empresa de construcción de tiendas; sino que esta extraordinaria pareja se convirtió en su confidente discreto, en su báculo férreo, su auxilio, su refugio,… anticipándose con generosidad a sus necesidades, llegando incluso a defenderlo hasta arriesgar sus vidas por él.

De tal manera que, a través del ejemplo de la amistad leal y sincera, y la complicidad de este matrimonio, el apóstol nos invita a ver “el rostro amable de Jesucristo”, a vivir “los mismos sentimientos que Cristo tenía en su corazón” (Col. 1, 9) y a exprimir nuestra vida por el bienestar de la Iglesia enseñando su doctrina a todas las gentes.

Y como suele pasar habitualmente, el roce hace el cariño. Además de pasar largas horas trabajando codo con codo tejiendo lonas para ganarse el pan, de charlar con sosiego durante horas de lo humano y de lo divino, de aconsejarse mutuamente, de servirse en recíproca atención los unos con los otros, Priscila y Aquila compartieron con el apóstol una única misión: el desarrollo de la recién nacida Iglesia. Y para esto no dudaron en abrir las puertas de su casa a los que deseaban escuchar la Palabra de Dios y celebrar la Eucaristía.

Y esto, merece “una deuda de gratitud” de por vida.

Es más, me uno a las maravillosas palabras de agradecimiento de Benedicto XVI que afirma: “a la gratitud de esas primeras Iglesias, de la que habla san Pablo, se debe unir también la nuestra, pues gracias a la fe y al compromiso apostólico de los fieles laicos, de familias, de esposos como Priscila y Aquila, el cristianismo ha llegado a nuestra generación… En particular, esta pareja demuestra la importancia de la acción de los esposos cristianos… Así sucedió en la primera generación y así sucederá frecuentemente”.

No creo que exagere ni un ápice si afirmo que Priscila, como suele ocurrir con las mujeres de todas las familias, no fue un elemento pasivo, una mujer florero. No, al contrario. Estoy segura que fue ella la que tomó la iniciativa en las costumbres familiares de la vida de piedad, e incluso, mucho me temo que en la decisión de realizar el voto de “nazir”, por el que ambos se consagraron a Dios (Hechos 18,18) contribuyendo de una manera única al servicio de la Iglesia, cuyo ejemplo y compromiso valiente sí podemos imitar.

Precisamente por esto, no nos debe extrañar que Priscila, sabiéndose verdadera amiga de sus amigos y llena de espíritu de compañerismo, no dudara en ahogar las injurias, las burlas y los sufrimientos a las que estaba sometido el apóstol de forma heroica en abundancia de bien.

Es más, su sentido de la responsabilidad ante la Iglesia de Jesucristo, les llevó, con un corazón grande, leal y amable a evitar el escándalo que pudieran producir las palabras del joven Apolos en los fieles que le escuchaban en la sinagoga.

Un pequeño gesto de amor a imitar: la corrección fraterna

“Llegó entonces a Efeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente conocía el bautismo de Juan. Y comenzó a hablar con denuedo en la sinagoga; pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios. Y queriendo él pasar a Acaya, los hermanos le animaron, y escribieron a los discípulos que le recibiesen; y llegado él allá, fue de gran provecho a los que por la gracia habían creído; porque con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo".(18:24-28)

Gracias a la lectura de los Hechos de los Apóstoles hemos podido conocer un poco más los pequeños gestos de amor por la obra de Dios que Aquila y Priscila realizaban y , sobretodo, el respeto y la complicidad fraternal que sentían por los siervos del Señor. Por ello nos resulta más que comprensible que al escuchar al joven y elocuente Apolos, le corrigieran sus errores doctrinales con cariño sobrenatural y confianza.

Es más, debo confesar que me admira la valentía, la benevolencia, la justicia y la equidad que demostraron al ayudar a Apolos en su vida cristiana, conscientes en todo momento de que serán muchos los que se acercaran a la Iglesia a través de este joven discípulo.

No les debió resultar fácil permanecer indiferentes ante el error, seguramente les hubiera resultado más cómodo hacer como que no han oído ni visto lo que ocurría en la sinagoga. Pero esto no les impidió “pasar un mal rato“- como nos pasa a los padres cuando corregimos a los hijos para formarles e instruirles para que saquen lo mejor que llevan dentro-, para servir a la verdad, con la humildad del que se sabe un instrumento en manos de Dios. Pues como aconsejaba San Pablo: “Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor y no te abatas cuando seas por Él reprendido; porque el Señor reprende a los que ama, y castiga a todo el que por hijo acoge” (Hb 12, 5-6)

Eso si, “por respeto al buen nombre del hermano, de su dignidad” optaron por no decirle nada en la sinagoga en medio de los que le escuchaban. Al contrario, esperaron a que concluyera su predicación, y en la intimidad de su hogar, como hicieron después con muchos otros discípulos,“le expusieron más exactamente el camino de Dios”, para que su ministerio fuera más eficaz.

Esta declaración de amor a la unidad de la Iglesia, de confianza en el hermano, de caridad a la hora de corregir y de humildad es el mejor ejemplo que nos pueden ofrecer los protagonistas de este texto. De cómo los imitemos dependerá en gran parte la eficacia de nuestra misión y el éxito de nuestra vida.

¡Cuánta delicadeza, cuánta ternura, Señor!

5.09.08

Mujeres nobles, cultas e instruidas

“Atravesando Anfípolis y Apolonia llegaron a Tesalónica, donde los judíos tenían una sinagoga (Hch 17, 1)…… Algunos de ellos se convencieron y se unieron a Pablo y Silas así como una gran multitud de los que adoraban a Dios y de griegos y no pocas de las mujeres principales. (Hch 17, 4)


Por la noche, los hermanos enviaron hacia Berea a Pablo y Silas. Ellos, al llegar allí, se fueron a la sinagoga de los judíos. (Hch 17, 10)…Creyeron, pues, muchos de ellos y, entre los griegos, mujeres distinguidas y no pocos hombres”. (Hch 17, 12)

La “revolución” del mensaje de Jesucristo

A pesar de que la situación de la mujer ateniense en la época de San Pablo era mucho más abierta que la del pueblo judío, es de todos conocido que, incluso las atenienses acomodadas, cultas e instruidas de las que nos habla el apóstol en este texto carecían de lo que hoy concebimos como derechos ciudadanos.

Sabido es que la vida de las mujeres estaba dirigida primordialmente al matrimonio, las labores domésticas, el hilado y a la crianza de los hijos, especialmente, hijos varones con los que perpetuar la especie. La dependencia del marido era tal que podía amonestarla, repudiarla o apedrearla en caso de adulterio, siempre que éste estuviera probado.

Normalmente estaban encerradas en casa. Se les negaba la entrada en el templo, aprender la ciencia sagrada ni como entretenimiento ni para su educación, dar testimonio de su fe; y lo que es peor aun, sus opiniones eran rechazadas e ignoradas, incluso por su padre o su marido.

Pues bien, en este ambiente, entendido veinte siglos después como discriminatorio y radical, cada palabra, cada gesto, cada silencio de San Pablo, al igual que hizo Jesucristo, supuso una revolución. Una revolución que, a pesar de los prejuicios de la época, el apóstol no abandonó ni un instante hasta volver a situar a las mujeres en un lugar relevante de la historia de la Iglesia, como se puede observar dando un ligero repaso a las páginas del Nuevo Testamento.

En el caso de estas mujeres, cultas e instruidas, nobles de espíritu, los textos sagrados no nos las presentan como mujeres engreídas y orgullosas de su condición que desprecian a los que les rodean; ni en actitud distante y rígida que mira a los demás por encima del hombro. Al contrario; son mujeres que no se conforman con el honor, la gloria y la riqueza de su condición; ni mucho menos; buscan algo más. Buscan la Verdad.

Nadie da lo que no tiene

Y debió ser este afan de formación espiritual y humana, lo que les llevo a estas nobles mujeres a encontrarse con el Señor, puesto que, al escuchar a San Pablo en la sinagoga, que se “convencieron y se unieron” a él en su fascinante misión.

Dios conquistó su corazón, abrió su inteligencia para comprender y les colmó de dones no solo para profundizar y difundir la bondad y la verdad de sus enseñanzas, sino para trabajar con entusiasmo para que Cristo reine en la tierra.

Eso si, sin olvidar que no podremos enseñar lo más valioso que tenemos si no lo conocemos. Y no lo conoceremos si no lo vivimos.

Del mismo modo que estas mujeres alimentaron, a través del mensaje de Cristo, la fuerza de su amor y de sus ansias de felicidad. Y que, conscientes de sus cualidades y defectos, toman el camino de trasformar su realidad cotidiana en busca de un proyecto divino, cueste lo que cueste, y digan lo que digan. Ya que, movidas por el amor y la responsabilidad, deciden libremente dar lo mejor que poseen.

Valía personal no les faltaba para llevarla a cabo. Ya que, como suele ocurrir, el corazón inquieto y abierto de las personas instruidas no solo recibe con celo y entusiasmo todo lo que le suponga un enriquecimiento personal, sino que lo hace vida y lo defiende con argumentos sólidos.

Un saber que eleva a lo alto

Y Dios ha querido engrandecer a los hombres con unas cualidades propias que le lleven a descubrir la grandeza, la belleza, la bondad y la verdad de sus obras.

De tal forma que, como ocurre con las buenas lecturas, las audiciones musicales, el teatro, la mirada a una obra de arte, los debates, etc. no solo nos llenan de un placer inmenso, sino que al mismo tiempo “engrandece a la persona; incluyendo su dimensión religiosa”, como afirma Benedicto XVI, puesto que cultivar la verdad, la bondad y la belleza de todo lo que nos rodea engrandece nuestro corazón y ennoblece el espíritu.

Dicho de otro modo, este afán de saber no es un placer únicamente sensible, lleno de afectos y sentimientos, sino que para descubrir la grandeza de la obra de Dios, una obra llena de luz y de Amor eterno, debe actuar la inteligencia y la voluntad, potencias sine qua non para el aprendizaje.

Y puesto que tanto el hombre como la mujer “buscan la verdad”, como nos recuerda el Santo Padre, y “la verdad que nos hace libres es Cristo, porque sólo él puede responder plenamente a la sed de vida y de amor que existe en el corazón humano”, me complace observar que, San Pablo, Maestro de Fe y Verdad, nos presenta a estas mujeres como protagonistas de un gran desafió para el futuro de la fe, de la Iglesia y del cristianismo.

Es más, me atrevo a afirmar que, hoy como hace dos mil años, existen muchas mujeres que se “apasionan por su mensaje, experimenta el deseo incontenible de compartir y comunicar esta verdad”. Y como es propio en ellas, no permitirán que se apague la Luz que ilumina su razón y que mengüen sus fuerzas del corazón ante el nuevo horizonte que se abre ante nosotros. Porque “allí donde está Dios, allí hay futuro”.

29.08.08

La pitonisa, mujer objeto

“Sucedió que al ir nosotros al lugar de oración, nos vino al encuentro una muchacha esclava poseída de un espíritu adivino, que pronunciando oráculos producía mucho dinero a sus amos.
Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os anuncian un camino de salvación.»
Venía haciendo esto durante muchos días. Cansado Pablo, se volvió y dijo al espíritu: «En nombre de Jesucristo te mando que salgas de ella.» Y en el mismo instante salió.
Al ver sus amos que se les había ido su esperanza de ganancia, prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron hasta el ágora, ante los magistrados; los presentaron a los pretores y dijeron: «Estos hombres alborotan nuestra ciudad; son judíos y predican unas costumbres que nosotros, por ser romanos, no podemos aceptar ni practicar.»
La gente se amotinó contra ellos; los pretores les hicieron arrancar los vestidos y mandaron azotarles con varas. Después de haberles dado muchos azotes, los echaron a la cárcel y mandaron al carcelero que los guardase con todo cuidado”. (Hechos 16,16-23)

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18.08.08

San Pablo y el genio femenino: Introducción y Lidia, mujer piadosa.

INTRODUCCION

Con el pretexto del año jubilar dedicado a San Pablo y gracias a la sugerencia del Santo Padre Benedicto XVI de promover la riqueza de los textos paulinos, verdadero patrimonio de la humanidad, me he propuesto releer los textos del apóstol.
Pero esta vez, con los ojos y el corazón de una mujer que no solo pretende redescubrir en ellos la novedad de la defensa de la dignidad femenina, en la que tanto se empeñó Jesucristo durante toda su predicación, sino que con el osado atrevimiento por mi parte, de desmitificar el machismo atribuido al apóstol durante décadas.

Es obvio que Jesucristo fue un vanguardista en el trato con las mujeres respetando su riqueza humana y espiritual como algo específicamente femenino e imprescindible para el futuro de la humanidad. No solo por considerar su naturaleza propia, ni inferior ni igual a la del hombre, sino que reconoció su dignidad – desde el mismo momento de la creación-, y el papel extraordinario que el genio femenino ha jugado en la construcción de la Iglesia.

De esta manera, a través del ejemplo de las mujeres sencillas, comprometidas, generosas, piadosas, valientes,… que formaron parte en la vida de San Pablo veremos que las palabras del apóstol no solo hicieron en su día temblar las columnas del Imperio, sino que son de una tremenda actualidad; ya que, si leemos con atención sus textos, no distan mucho de las alabanzas, gratitud y compromisos hacia las mujeres de Juan Pablo II en la Mulieris Dignitatem o de las de Benedicto XVI en la Spe salvi.

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24.07.08

¡Me voy de vacaciones!

“Padres e hijos reciben el título el mismo día, pero ninguno de ellos ha asistido nunca a un curso para ejercer su profesión” Mafalda

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Durante algunos días no podré acceder a Internet. Estaré disfrutando de la tranquilidad de un pueblecito donde tendré el privilegio de convivir con gente extraordinaria. Hombres y mujeres que saben encontrar, año tras año, los ingredientes perfectos para hacer que los demás descansen, se diviertan y disfruten “a tope” de los suyos. Ellos saben que es mucho más feliz el que da que el que recibe.

Además, como todos los años haremos deporte, piragüismo, nos acercamos a las fiestas de los pueblos, cantaremos, bailaremos en las verbenas, tocaremos la guitarra con nuestros amigos, divertiremos a nuestros niños, y no tan niños, con un sin fin de actividades,…
Espero, tengo mucha ilusión en ello, que estas vacaciones me sirvan para “emplear rectamente el descanso del espíritu y para cuidar la salud de la mente y del cuerpo” (Gaudium et spes, 62)

Y todo esto, a los pies de la Virgen, ¿qué más puedo pedir?

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