Crónica de un viaje a Roma (I)


Aunque esta semana es la Feria de Sevilla, no ha sido este el motivo de mi ausencia durante estos días de la bitácora. La razón ha sido otra, de índole profesional. Y es que en Roma se ha celebrado el cuarto congreso dedicado al SBR – un sistema biológico para tratar aguas residuales -, organizado por la IWA .

Es la segunda vez que he estado en Roma, la primera fue por el viaje de novios, y la verdad es que he encontrado la urbe mucho más sucia que hace siete años. Sin embargo, a pesar de la porquería presente, Roma conserva ese aire que la hizo la ciudad más grande del mundo, su capital.

Llegué el domingo por la noche a la urbe, por lo que poco pude hacer, a parte de ir a registrarme para el congreso y acomodarme en el Hotel, que se encontraba en el Trastevere.

El Trastevere es uno de los barrios más peculiares de Roma. Conserva un aire decadente que lo convierte en un sitio de singular belleza. En él están algunas de las basílicas cristianas más antiguas de Roma.

Lo primero que hice al día siguiente es encaminarme bien temprano al Aventino. Una vez allí, me dirigí a la Basílica de los Santos Bonifacio y Alesio. Cuenta la historia que Alejo era el hijo de un senador romano, cuya casa estaría debajo de la actual basílica. Alejo huyó de la casa paterna para dedicarse a la vida religiosa y a su vez, para no tener que casarse con un matrimonio que había concertado previamente el cabeza de familia. Cuando volvió, no lo reconocieron en su casa, viviendo a partir de entonces como un criado. Vivía debajo de una escalera y debajo de la misma halló la muerte. Precisamente esta escena es la que representó Andrea Bergondi, escultor y escayolista (1.760 -1.789), en la capilla dedicada al santo y que nos encontramos nada más entrar en la Iglesia, a la izquierda.

El santo, vestido de peregrino, descalzo, se encuentra en el momento del tránsito de esta vida a la otra. En su mano derecha porta una cruz. Encima suya un tramo de la escalera bajo la cual murió, donde unos ángeles la soportan. La escalera se encuentra guardada en una hermosa teca de cristal y madera. El Espíritu Santo, Paráclito, corona la escena. Otros ángeles llevan una corona de flores para depositarla en las sienes del Santo. Los restos del Santo se hayan, según indica la guía, bajo el altar de la basílica.

También se conserva dentro de la iglesia un pozo, de unos cinco metros de profundidad, proveniente de la casa de San Alejo, sobre la que está erigida la basílica.

Pero no es la única sorpresa que guarda esta bella basílica. A la derecha del altar, se encuentra el precioso icono de la Virgen de la Intersección, traída a Roma desde Damasco, en el siglo X.

A continuación, dirigí mis pasos a Santa Sabina, basílica erigida en el siglo V. Hoy es regentada por los dominicos. En la entrada, una hermosa puerta de madera donde se encuentra una de las representaciones más antiguas de la crucifixión. Festonean las paredes de la fachada lápidas paleocristianas donde los hermanos que nos precedieron en la fe, nos indican su dies natalis.

La muerte para nuestros hermanos no era un asunto tabú. Para un cristiano morir es vivir, nacer a la nueva vida, a una vida absoluta, porque allí nos espera Dios. Y la Iglesia celeste.

Vida beata, en definitiva.

Hoy, por el contrario, se exalta esta vida y se esconde la muerte. ¿Por qué?. ¿No será porque en el fondo se carece de esperanza?. ¿No será que, a pesar de todo y de todos, hay un afán de consumirse, buscar la salvación en las cosas terrenales, creyendo que después nada habrá?. ¿No se estará tapando, en definitiva, el gran fracaso que es para el hombre moderno la muerte, evitando así el engaño en que el que se soportan las bases de la sociedad actual?.

De lo que no se habla, no existe. La muerte es la piedra con la que el hombre tropieza una y otra vez. Como es incomprensible, para el hombre moderno, como es su fracaso, intenta por todos los medios afirmarse en la vida, buscar vivir el más tiempo posible. A costa de lo que sea. Y de quién sea. Por eso, si hace falta, experimenta incluso con sus semejantes, experimentando con embriones. En busca de la prolongación de una vida de la que no es el dueño en su totalidad -por lo menos del inicio y del final-. Por ello, cual Hércules furioso, arremete contra sus hijos si hace falta, para conseguir……la nada. Sin embargo, la enfermedad, el dolor, la muerte en definitiva, vuelve una y otra vez, como la piedra de Sísifo, para acabar con sus ilusiones.

De ahí la locura del cristianismo. Cristo es la raíz de nuestra esperanza. Él nos da la respuesta a la muerte. Demasiado para el hombre moderno. Por eso hay que extirparlo.

Vuelvo a Santa Sabina. La hermosa Iglesia tiene estructura basilical con dos hileras de columnas que soportan bellas arcadas de medio punto. La Iglesia es amplia, expedita, despojada de decoración, quizás más al gusto moderno en este caso. En la pared de entrada, frente al ábside, se encuentra un hermoso mosaico.

Cuando salgo fuera, vuelvo a mirar las lápidas. Hombres probos, esperan la resurrección de los muertos. Yo, como ellos, lo espero así.

Vuelvo a las conferencias.

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