El Cielo (I)

El reino de los cielos se incoa en esta tierra, en la que ya podemos conocer y amar a Dios, aunque imperfectamente, y se consumará en el más allá. El dogma del paraíso expresa la realización definitiva del hombre en la comunión beatífica con Dios en Cristo. En el término «cielo» reverbera la fuerza simbólica del arriba, y con ella se sirve la tradición cristiana para expresar la plenitud definitiva de la existencia humana gracias al amor consumado hacia el que se dirige la fe.

El Paraíso en la Sagrada Escritura.

La Biblia, de acuerdo con el modo de concebir el mundo por los judíos (el cielo arriba como bóveda celeste; la tierra en medio y, abajo, el abismo), habla de un cielo o del cielo de los cielos, como morada de Dios.

En el Antiguo Testamento se afirma una vida futura para los justos en la presencia de Dios, como hemos visto en el capítulo anterior. Un ejemplo de ello son las ofrendas por los difuntos del segundo libro de los Macabeos(1). En el Nuevo Testamento, se afirma con total claridad la existencia del cielo como existencia futura y como el principal motivo para decidir la conducta moral: las bienaventuranzas prometen una «abundante recompensa en el cielo» (2); lo importante es tener un «tesoro inagotable» (3), donde están inscritos los nombres de los Apóstoles (4). Cristo, en la Última Cena, dice que marca para preparar un lugar a los suyos en la casa del Padre, donde hay muchas moradas (5).

El Nuevo Testamento lleva a cabo una concentración cristológica de las expectativas escatológicas, contemplando un futura que tiene como centro vivificador y orientador a Jesucristo, recapitulador de todas las cosas. Al final, Él someterá toda la creación renovada al Padre, y así Dios será «todo en todos» (1 Cor 15, 28) (6). Para expresar las realidades del más allá se utilizan metáforas relacionadas con la felicidad humana: fiesta nupcial, banquete, mansión eterna, cielo, paraíso, ciudad nueva, nueva Jerusalén, vida eterna.

San Pablo y San Juan expresan la realización del hombre en la intimidad perfecta con Cristo. San Pablo entiende el «estar con Cristo» como una experiencia comunitaria y de comunión.

Las principales imágenes utilizadas por la teología provienen del Nuevo Testamento y son:

- Reino de Dios.

Sugiere una comprensión de la vida eterna en sus dimensiones social y cósmica, como presencia de Dios que llena toda la creación. Indica el señorío de Dios sobre una humanidad reunida por su voluntad y dirigida a realizar esa voluntad en un mundo en el que se desarrollan armónicamente las relaciones del hombre con los demás y del mundo.

- Visión de Dios.

En la Biblia «ver el rostro de Dios» significa mayormente estar en comunión existencial con Él. Así San Pablo habla de la vida eterna como de una visión «cara a cara» y de «visión perfecta» (1 Cor 13,8 – 13) que habrá de caracterizar el «vivir con el Señor» (2 Cor 5,8). En el mismo sentido se expresa San Juan (1 Jn 3,2).

Es una visión que genera la semejanza con Dios o con Cristo, es decir de una visión divinizadora que, como expresan los Santos Padres, nos hace hijos en el Hijo.

- La vida eterna.

Esta expresión se encuentra en San Pablo y en los Evangelios sinópticos referida a la condición futura, pero es San Juan el que desarrolla el significado de esta expresión en el contexto de su escatología. Partiendo de la comprensión de Dios como amor (1 Jn 4,8), San Juan identifica la vida eterna con la plenitud del amor. La vida eterna consiste en el conocimiento de Cristo, es decir, la comunión vital con Él.

- Estar con Cristo.

Es la expresión que precisa y concreta la concepción cristocéntrica de la vida presenta y futura. Escuchar su palabra, comer su carne significa tener la vida eterna (Jn 6). Para el futuro, San Pablo utiliza la expresión «vivir con el Señor» (2 Cor. 5,8). Cristo le promete a Dimas: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43).

(1) 2 Mac 7,9
(2) Mt 5,12; cf. Lc 6, 23.
(3) Cf. Lc 12,33.
(4) Cf. Lc 10,20.
(5) Cf. Jn 14, 2-3.
(6) Escatología, op.cit. p.136.

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