El Cielo (II)

Existencia del Cielo.

Como hemos visto, no hay verdad que se repita tantas veces en la Sagrada Escritura como la existencia del cielo, que constituye la bienaventuranza eterna. Ejemplos los encontramos diseminados por todas partes:

- Padre nuestro, que estás en el cielo… (Mt 6,9)

- Mirad que no despreciéis a uno de esos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en los cielos. (Mt 18,10).

- E irán juntos a la vida eterna (Mt 25,46).

- Yo soy el pan vivo bajado del cielo (Jn 6,51).

- Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23,43).

- Pues sabemos que, si la tienda de nuestra mansión terrena se deshace, tenemos de Dios una sólida casa, no hecha por mano de hombres, eterna en los cielos (2 Cor 5,1).

Aparte, tenemos las siguientes declaraciones dogmáticas:

- Concilio II de Lyon: «Las almas que, después de recibido el sacro bautismo, no incurrieron en mancha alguna de pecado, y también aquellas que, después de contraída, se han purificado mientras permanecían en sus cuerpos o después de desprenderse de ellos, son recibidas inmediatamente en el cielo» (Denz. 464).

- Benedicto XII: «Por esta constitución que ha de valer para siempre, por autoridad apostólica definimos que, según la común ordenación de Dios, las almas de todos los santos que salieron de este mundo (…) estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celeste con Cristo (…), donde son verdaderamente bienaventuradas y descanso eterno» (Denz. 530).

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