14.12.20

De las cosas de cada día (VII) Algo tan simple!

Cuando uno conoce que no es más importante que una mota de polvo en el universo pero se le ha dado suficiente luz en el entendimiento para reconocer el pecado propio y ajeno y dolerse y expiar por él; cuando uno ve que parece no tener efecto en algunas personas la profundidad de las llagas de nuestro señor Jesucristo; cuando uno ve que de todas formas continúan existiendo maestros de la ley corruptos cuyos superiores parece que no los aman lo suficiente como para corregirlos; cuando ni siquiera nuestros superiores saben hacerlo o lo hacen o aceptan que se les corrija de ninguna manera, ni siquiera por amor; cuando uno habla y habla para echar luz, de la poca  -aunque muy veráz- que se le ha dado, y no consigue ver ningún resultado; cuando uno pasa orando y orando por las autoridades y sencillamente no parece que vayan a convertirse a Dios en toda su vida; cuando uno observa que todo esto y mucho más parece no tener remedio es cuando uno debe recordar la historia del Universo pero también y sobre todo, la Historia de sSalvación, uno debe recordar quién tuvo el primer pensamiento sobre la creación, quién le dio forma y la sustenta; uno debe recordar a los primeros padres, a los profetas, a los patriarcas, a María santísima y a San José, a los apóstoles y a sus sucesores; debe uno recordar a los santos de antes y a los de ahora; debe también volverse hacia la bondad, verdad y belleza de los pequeños actos de quienes, alrededor y pese a sus defectos y recaídas en el pecado, aman a Dios sobre todas las cosas.

Uno debe recordar que literalmente, es nada; que si Dios estuviese ubicado en algún lugar del universo, desde su perspectiva, prácticamente, no existiríamos dentro de la vastedad del universo, dada la pequeñez del planeta y lo ínfimo de nuestros cuerpos con alma. Ciertamente, no somos “mayores que una mota de polvo” y “nuestra vida no es más que un soplo qué pasa”.

Para recordar y reflexionar sobre todo esto ayuda mucho hacer la Liturgia de las Horas pero, sobre todo, vivir en gracia para  rezarla desde un corazón que le pertenezca por completo a Nuestro Señor Jesucristo, tanto habrá de pertenecerle que parezca el suyo propio; para –de ese modo- orar en él y con él; para alabar, glorificar, adorar, gemir e implorar misericordia desde la perspectiva del último de la fila y quien a la vez, “es el primero en todo".

La Liturgia de las Horas contiene lo necesario para llevar todo nuestro ser a Dios para recibir de su gracia lo que nos permita comprender un poquito mejor el sentido de la Historia de Salvación y con ello, nuestra propia historia; de lo que no es raro, recibamos Paz.

Ahora, justo cuando tanto lo necesitamos para valorar con serenidad la Fe, la Esperanza y la Caridad que se nos han dado.

Fe, Esperanza y Caridad es lo que necesitamos para llegar a la vida eterna junto a Dios.

Sobre tres simples dones se sostiene el sentido de la existencia humana.

Bendito sea Dios! Algo tan simple!

Me hace pensar en que, el pensamiento del cual fuimos creados, debe haber sido igual de simple.

12.12.20

De las cosas de cada día (VI) Un regalazo divino!

“Aunque germinen como hierba los malvados y florezcan los malhechores, serán destruidos para siempre. Tú, en cambio, Señor, eres excelso por los siglos”.
Salmo 91

 

Me enriquece leer los escritos del padre Iraburu. Los tomo como regalo del cielo. 

Por este tiempo, como preparándonos para Navidad, nos tiene leyendo sobre espiritualidad.
Una, de tantas cosas que ha dicho,  llamó mi atención ya que la había pensado. Cito textualmente:

“todos estamos llamados a «engendrar» a Jesús en nuestras vidas, todos hemos de ser «madres» de Cristo. Dice el Señor: «quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,35). Por tanto, madre de Jesús se hacen cuantos «oyen la palabra de Dios y la ponen por obra» (Lc 8,21)”; por tanto, si la gracia nos hace madre de Cristo, ese nacimiento es del mismo Cristo en nosotros.

Aunque en teoría no parece que esté diciendo nada nuevo; sin embargo, será novedad para quien descubra en sí mismo que está en labor de parto.

No es algo de lo que se pueda hablar fácilmente, de hecho, a veces es preferible callar; sin embargo, el Espíritu inspira cuándo hablar, tal como ahora.

Y, para qué hablar? Para que se conozca la obra de Dios y aumente así la fe, la esperanza y el amor, propios y ajenos.

Y, para qué aumentar la fe? Para que creamos a Dios cuando nos dice que nos quiere santos. Para creerle que nos santifica a pesar nuestro.

A muchos les debe pasar como a mí; por ejemplo, tengo unos hermanos llenísimos de defectos; algunos de sus defectos son terribles pero, así y todo, veo claramente que el Señor los santifica y solo porque ese par de dos se le han rendido de forma incondicional.

Y, qué después de ver la fe aumentada? Que la esperanza aumenta a la enésima potencia. No es cosa de la imaginación, sino de Dios para “que nadie se engalle”.

Y, qué después de ver aquella esperanza grandotota, inabarcable, inmensa? Que, entonces, van desapareciendo los límites que ponemos al amor, es otro amor con el que amas y te sabes amado. Ya no es tuvo, sino de Dios, para que no te engalles.

Después de todo eso, qué? Que ya no importa otra cosa más que ser de Dios y estar con Él. Nada importa. 

Y,  el pastel tiene cereza? Como es cosa de Dios no podría faltar: la cereza es la Paz.   

Después, lo que sobreviniere será medio para llegar a la dicha eterna.

Es un regalazo! Un regalazo divino! 

Por eso, que “germinen los malvados y florezcan los malhechores, (que -de hecho- germinan y florecen), el Señor es excelso por los siglos”

Aunque pareciera, como lo de engendrar a Cristo no es un parto fácil, el Señor que es bueno nos ha dado a María, Madre del Redentor y Madre nuestra:

“Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas [ ] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿no estás bajo mi sombra? ¿no soy yo tu salud? ¿no estás por ventura en mi regazo? ¿qué más has menester? No te apene ni inquiete otra cosa”

 Amen


13.11.20

De cuando rezo el rosario (IX) María con la Iglesia en brazos

De un tiempo acá estoy pintando.

Lo estuve haciendo como pasatiempo durante los años que cuidé de papá pero lo abandoné; luego, cuando me puse a hacer cup cakes para vender, un amigo español llamado Joaquín de profesión chef  que vive en mi país, viendo mis trabajo un día me dijo: “Y, tú, pintando así vas a dedicarte a hacer quequitos?”

De ahí, que hoy en día, estoy pintando. Los quequitos solo para darme un gusto una vez por mes.

De lo último que estoy pintando es una Sagrada Familia; nunca he pintado arte religioso ni tampoco considero que mi estilo de pintura se preste a ello, sin embargo, me atreví y –ciertamente- me está costando mucho en comparación con lo rápido que salen otros cuadros. En este he tardado tanto que un día, riéndome de la frustración, me dije: Bueno, si a los grandes artistas les tomaba años, a mí, bien puede tomarme un mes terminar alguna cosita.   

Ayer en la tarde me puse a rezar el rosario en la salita donde pinto ya que hacía una tarde preciosa. La Sagrada Familia la tenía enfrente y detrás, una hermosísima vista del valle.

Miré con mucho afecto a María con Jesús en brazos y me dio un vuelco el corazón porque ahi mismo entendí que en Jesús, lleva a la Iglesia y que la misma, tiene su origen y culminación en El. La Iglesia existe desde siempre, lo mismo que el Verbo y, no tendrá fin.

María, no solo lleva en brazos a la Iglesia en Jesús sino que, en El, a cada uno que busca con vehemencia ser figura del Hijo por gracia de Dios. A cada uno que le da voto de confianza y se dona como hostia viva al Padre. A todo aquél que, como María, ha dicho “Hágase en mi según tu Palabra ” 

Es un misterio tremendo la distinción que ha otorgado el Señor Dios a María y, ella, como si tal cosa; cumple su deber hacia la Iglesia y hacia cada uno, tal como lo hizo con Jesús. 

San José, a su lado, la mira afectuosamente sobrecogido, como diciendo, tal como digo yo. “Es posible que esté ante de tanta maravilla! En verdad, me está sucediendo?”

Sí, me sucede como a San José, porque en brazos de María estoy, Ella me cuida como verdadera Madre y nunca me deja. Ni a mí ni a ninguno de sus hijos. 

Y puedo ver también que cuida de la Iglesia; que para ello, pide y espera asistencia de San José quien, como siempre, responde solícitamente. 

Viendo tanta cosa que veo en mi pintura, con el salmista digo: “Que es el hombre para que te fijes en el?” Quién el ser humano para darle poder de sostener a la Iglesia e hijos en brazos?

En verdad que somos creados a imagen y semejanza de Dios para, por gracia de Dios, reproducir la figura del Hijo pero además, para que María, otro ser humano, sea capacitada con la plenitud de la gracia para ser Reina y Señora de todo lo creado y para que, desde la autoridad concedida, administre para bien  nuestro y de la Iglesia, lo que de Dios recibe.

Este cuadro que no termino y que, de cierta forma está quedando algo raro, en comparación con los cuadros que pinto regularmente, contiene elementos que deseo tener siempre delante de mí para no olvidarlos. Empezando por el bonito y muy judío rostro de San José. Nunca he visto un San José como el mío y, me encanta.   

11.11.20

De las cosas de cada día (IV) Las certezas existen y, el control, lo tiene Dios.

Como si la pandemia fuera poco, los medios de comunicación y el propio Biden, han puesto en jaque la Democracia, al declararlo ganador antes de tiempo.

No hay duda de que son tiempos en los que no se puede tener certeza ni control sobre casi nada.

Dentro del presente estado de cosas, no sé qué habré estado soñando la otra noche; me parece que de haber sido algo en lo que mi vida corría peligro ya que, en algún momento, hice recuento de artículos para sobrevivencia. Mientras buscaba en una mochila, muy parecida a mi alma, me iba diciendo: “Si, aquí tengo la fe, aquí la esperanza y está el amor. Listo!".

Después de la verificar, me acurruqué; tras unos segundos, sonreí al verme en paz con “tan solo” los dones divinos; pero, por qué no estar en paz?

Uno, que –por lo regular- piensa más como piensa el mundo, dice que no existen certezas ni se tiene control; sin embargo, talcomo lo supe en mi sueño, las certezas existen y, el control, lo tiene Dios.   

De esto, mucho han conocido los santos y mártires de todos los tiempos.
 
En el Oficio de Lectura hemos empezado a leer el Libro de los Macabeos, es un libro al que siempre le he tenido miedo, sin embargo, leyendo las perícopas que día a día y tan bien hilvanadas nos presenta el Oficio, voy descubriendo las semejanzas con el tiempo presente.

Aquellas gentes –muchos no vivieron largo tiempo- enfrentaron sus días bajo amenaza de muerte dentro de circunstancias atroces; por ejemplo, de los siete hermanos, el primero fue martirizado de manera semejante a como padece un bebé en el vientre materno cuando, por métodos abortivos, es mutilado y quemado vivo. El mismo método aplicaron a los restantes hermanos.  

Cuando constato que, tal como Caín, el ser humano todavía odia su vida y que, todavía, adora dioses extraños, tal como los poderosos de este mundo adoran el dinero, es cuando me resulta  fenomenal que el gobierno de Trump, hace un par de semanas, haya firmado la Declaración de Ginebra y que, por lo mismo, algunos juzguen a su país como uno que se suma a tantos en los que “la vida y la salud corren peligro”, únicamente, por declarar que la vida humana inicia en la concepción.

Firmar esta Declaración antes de las elecciones fue ponerse la soga al cuello ya que no existe forma de interpretar que dijera algo diferente a  “En este país se respetará la Ley (de Dios) sin importar las consecuencias”; semejante a como hicieron los Macabeos antes de morir.

No comparo a Trump con ellos (ya que ni siquiera es católico, todavía), digo que existen certezas que hacen que declares a favor de Dios, Creador, Dueño y Señor.

(Yo digo que, aunque Trump resultara perdedor, saldrá siendo modelo para quienes podrían tener dudas de firmar declaraciones como la de Ginebra)

No sabemos cuánto tiempo tardaremos en salir de este infame periodo pero – de seguro- saldremos ya que la Historia tiene Dueño y, nunca ha sido ni será ninguno de los poderosos de este mundo. Lo atestiguan los Macabeos.

“Has de reconocer hoy y recordar que el Señor es Dios,

en lo alto del cielo y abajo en la tierra,

y que no hay otro.  

Guarda los mandatos y preceptos que te voy a dar hoy”  Dt 4, 39-40ª

 
Después de miles de años, lo dicho a Moisés, continúa siendo Palabra Viva que vivirá eternamente. 

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A todo esto, les informo que hace mucho bien rezar la Liturgia de las Horas.
Dios les ha de estar inspirando hacerlo, escuchen y obedezcan, no quedarán defraudados.

21.10.20

De las cosas de cada día (II) María es el hogar.



+Cristo: “He ahí a tu madre”, nos dio a María.
Juan, y nosotros, “la recibimos en nuestra casa” espiritual: vive con nosotros y nosotros con Ella.
José María Iraburu

 

En la última década he debido desprenderme de mucho. Digo “desprender” porque finalmente comprendí que  me fue pedido. De las cosas que no se me han pedido es la casa. Que si llegara a pedirla el Señor, tendría que estar dispuesta; aunque, me tendría que  equipar con  el arsenal completo que da a los santos.

A Job le fue pedido mucho; Job se desprendió de casi todo y, me parece que el Señor no le pidió su casa. Aunque no siempre sucede como a Job, el Señor bien que es capaz de pedir hasta límites insospechados pero también es cierto que da fuera de los límites de la imaginación, tal como sucedió a Job y a tantos.

En fin, ya me distraje de lo que venía a decir; mi falta de concentración es de risa.

Venía a decir algo sobre la casa; ¡eso es!, sobre la “casa espiritual” en la que el Señor ha dejado viviendo a su Madre: en la casa espiritual de Juan, el discípulo amado y en la nuestra, la de cada uno.

Por dejar Jesús a su Madre en nuestra casa, la Reina y Señora, en razón del Espíritu Santo que habita en ella, nos recibe en la suya. La Señora, nos recibe como a “reales” hijos suyos”, es decir, de la misma categoría de nobleza del Hijo;  nosotros, príncipes y princesas,  la recibimos como madre nuestra.

Esta casa, se torna por gracia, en “casa real”, casa de sacerdotes, profetas y reyes en la que habitamos todos.  

Eso es lo fenomenal de las “casas espirituales”, puede suceder que multitudes quepan en ellas.

Luego, sucede que algunos –además- nos consagramos a la Madre como servidores y, entonces, el vínculo que teníamos se torna vivencial; tal como lo fue para Juan y María ese día al pie de la Cruz.
 
Por consagrarnos, María no solo toma propiedad sino que la gracia nos introduce hasta el fondo de su alma y es por eso que la nuestra parece más iluminada, más amplia y más honda; en la que, además, podría suceder cualquier cosa maravillosa.

El responsable de asunto tan espectacular es el Espíritu Santo quien, por intercesión de la Madre, llama y atrae, orienta, amonesta, aconseja y se dona por completo para que seamos capaces de desear esa morada.   

Pienso que, por habernos instalado es que, lágrimas y gemidos sean tan prestamente escuchados, y que todo sea tan vivido que se puede oler, tocar, saborear, reír, platicar, perdonar, adorar, creer, esperar, trabajar y llorar. Amar y seguir amando.

Aunque –por momentos- la dicha se haga esperar pero, por eso, tampoco echa en falta el  justo su ofrenda, ni a la virgen su aceite, ni los dóciles y sinceros la sabiduría, y así con todo.  

Y, por eso también, que ya no se desea nada que no sea noble, justo y verdadero.  
Y, también por eso, que se daría la vida por esa perla o tesoro.  

Por eso se entiende bien a Pedro, Santiago y Juan, cuando con gratitud e inocencia una vez dijeron: “Qué bien se está aquí”

Sin duda, María es el hogar.

Esta casa nunca nos será pedida, por gracia, será nuestra casa definitiva.

Amén

 

PD Para mi, la entrada a la casa definitiva, pasa por un campo de lavanda.