La fe de María
“Permanece asiduamente en tu santuario interior. No te des a nada con exceso; conténtate con el uso sencillo de las cosas presentes de las que hay que ocuparse cuando es preciso, sin que tu corazón se pegue a ellas. Remite a Dios enseguida todo acontecimiento triste o alegre, vive sin multiplicidad, a fin de que Dios permanezca presente en ti. Rechaza todo impedimento. No desees complacer a nadie, salvo a Dios sólo. Elige con María la mejor parte, no vagabundees de aquí para allá.
Vuelve sin cesar a la soledad, a la conversación interior. El que tú buscas no puede encontrarlo ningún sentido ni ninguna inteligencia, sólo las almas puras lo reciben. Que Él sea tu pensamiento, tu búsqueda continua, y, pase lo que pase, sigue tu camino.
Vuelve siempre así al interior donde está presente la verdad misma. Permanece en paz, soporta todo, ten confianza en Dios, haz lo que esté en tu poder, y pronto recibirás una maravillosa luz para conocer los caminos tan perfectos de la vida interior”.
Juan Lanspergio, S. XVI -Monje Cartujo
Tomado de “Poco y católico”, en Facebook.— O —
Supongo que lo habrán hecho, me refiero a algún estudio sobre la razón por la que los gatitos aman los portales o pasitos.

Mi gatito no le prestaba atención al portal desde aquella vez que San José terminó hecho añicos en el suelo; sin embargo, decidió que este año no se privaría de darse un gusto.
Aquello fue un caos. De lejos se escuchaban voces de espanto. Quién era? Los pastorcillos que no daban crédito a sus ojos ante la escena.
El gatito, que –por buscar el calorcito del Niño- empujó a San José de cabeza a un barranco y que, sin pedir permiso a la mamá, decidió –sencillamente- acurrucarse sobre la piernecita del bebé.
“Avemaría!. Pueden imaginarlo?” Así habrá quedado el pobre portal.
Dichosamente, no hubo piezas quebradas, solo San José con una chichota descomunal y que adolorido, se escondía de María por la vergüenza que le daba haberse dejado sorprende por aquél monstruo.
Lo que San José no sabía es que Santa María, comprendía, perfectamente.
Una amenaza de este tamaño cerniéndose sobre la Sagrada Familia me hizo pensar en lo que sería para las santas personas, simplemente, vivir en ese periodo de la historia; por un lado, escribas y fariseos y, por otro, el imperio romano.
En nuestro tiempo, muchos se duelen por el estado al que ha llegado la Iglesia pero, si lo meditaran un poco, quizá delante del portal y –por en medio- un gatito, se darían cuenta que quizá este no es el peor momento de la historia y que, quizá fue uno muy malo, bastante malo, peligroso y difícil, el que vivieron María y José. Y, sin embargo, aquí estamos.
Se debe recurrir a la soledad, como dice el cartujo arriba citado, a la soledad y al silencio del santuario interior para tomar distancia en el tiempo y espacio. Alejarse hasta que podamos ver al planeta Tierra del tamaño de una mota de polvo para, empezar a comprender la magnitud y dimensión de la fe de María (y San José)
Alguno pide una fe como la suya? Pidámosla.

En mi familia, por ejemplo, de siempre disfrutamos recordar nuestras cosas graciosas, las que no llevan cuentan del tiempo que nos han hecho reír.
La mujer es el personaje principal quien, de forma imperativa, invita al hombre que la adore. “Adórame!”, le exige.
Porque uno se hace también preguntas difíciles pero, la respuesta, se queda casi siempre en el ámbito del misterio por no poseer conocimiento, no saber cómo adquirirlo o por cualquier otra razón. Sin embargo, yo me fio de la Gracia y por eso, aunque algunas preguntas se queden en el misterio, solo será temporalmente ya que, de alguna forma, tarde o temprano, obtengo respuestas. Así debe suceder a todos los sencillos de este mundo que, por bautizados, compartimos en el Espíritu del Creador.
Porque, no es que deba ser, solamente “presencia”, porque “presente” se puede estar estando ausente; me refiero a presencia de lo Bello, Verdadero y Bueno. Auténtica presencia de la Gracia.