InfoCatólica / Deo Omnis Gloria / Archivos para: Enero 2018, 05

5.01.18

¡Vivir hasta en Egipto!, si fuera el caso.

Uno, ingenuamente, piensa que podría llegar el día en que el Señor, abruptamente, nos transforme de tal manera que no volveremos a pecar como antes o a no hacerlo del todo con pecado mortal pero nos engañamos ya que, por más fabulosos cambios que la gracia realiza en nosotros, por más espectaculares intervenciones divinas descubramos en nuestras vidas, por más maravillosos encuentros tengamos con el Señor en la Eucaristía, en los hermanos y en los sacramentos, llega el día en que ¡saz!, metemos la pata de manera descomunal.

Decepcionarse de uno mismo por un instante, incluso entristecerse, es tan natural como darnos cuenta que nada podemos sin ayuda de Dios y que, con cada fracaso asumido con inteligencia, el Señor nos favorece con un mayor grado de humildad que no viene del todo mal para continuar recibiendo, apreciando y agradeciendo Su auxilio.

Fíjense nada más que lo que pasó a María y José: ¡perdieron al Niño!.

¡Cielo bendito! En la multitud y quién sabe debido a cuál distracción, lo perdieron.

¡Perdieron el Tesoro bajo su custodia!

No tengan duda de que entre María y José ese día hubo cierta animosidad debido al gran susto que fue haberse dado cuenta de que, pese a Ella gozar a la plenitud de la Gracia y el, haber visto grandes maravillas, podían equivocarse de esa manera.

Es un hecho, hasta Josè y Marìa tuvieron sus meteduras de pata, cual frágiles tinajas de barro.

(Es que pensamos que ser santos no es cosa de humanos, cierto?)

Ahora bien, no sé si les sucede que –bajo la actual situación de la Iglesia- resultan ser ustedes de los pocos que están enterados ya que la mayoría sigue tan contenta como si nada estuviera pasando.

Sin embargo, a ustedes -muy diligentemente- les han venido entregando el gran tesoro que es elegir libremente realizar prácticas de piedad, la confesión y comunión frecuente, el rezo diario del rosario; los han enriquecido con algunos amigos y lecturas, con situaciones de prueba de las que los han sacado victoriosos. Con una familiaridad con Dios que ni ustedes mismos se explican. 

Por lo mismo, han elegido comprometerse con los enfermos, los necesitados, las almas del purgatorio, etc., así como dedicarse a la construcciòn del bien comùn, a sus familias y trabajos tan concienzudamente como –de hecho- lo hace un hijo de Dios.

Así como aquél que, hallando la perla en el campo vendió todas sus posesiones, casi sin darse cuenta, han sido movidos a hacerse de un gran tesoro cuya existencia muchos ignoran.

Sin embargo, pese a tanta riqueza están aislados y hasta llegado a pensar que vivir su fe de ese modo podría ser su estado natural por causa de la situaciòn de la Iglesia pero, se equivocan; de ninguna manera el aislamiento es de cristianos.

“Pero, cómo sumarse a cualquier comunidad si –prácticamente- es poco lo que tenemos en común con la mayoría?”, se preguntarán.

Para todo observar, escuchar y meditar, como decía san Juan Pablo II, para todo.

Obsérvense a sí mismos y a los demás, escúchenlos, mediten al respecto.

Qué es esto si no permitir ser guiados por el Espíritu Santo?

Invóquenlo para todo y, sobre todo, arrójense en brazos de María y José quienes, perdieron al Niño, pero lo encontraron.

Permítanse ser hallados y sumados a la comunidad ya que, aunque somos frágiles tinajas de barro, cargamos un tesoro que muchos podrían necesitar. Y, quién sabe -por cosas que solo Dios sabe- quizá el tesoro de la mayoría sea la propia comunidad de la que estamos tan necesitados.

En custodia de un tesoro tan grande podremos vivir nuestra fe con quien fuere y donde fuere, hasta en Egipto, si fuera el caso.