Las listas, los libros, y la serendipia

                            «En la librería». Obra de Norman Mills Price (1877-1951).

                

        

      

«Con una biblioteca es más fácil esperar la casualidad que buscar una respuesta precisa».

Lemony Snicket

  

«Una biblioteca socava cualquier orden que pueda poseer, con emparejamientos aleatorios y fraternidades casuales».

Alberto Manguel

  

«Una parte de la verdad surge de lo aparentemente irrelevante».

Edgar Allan Poe. El misterio de Mary Roget.

 

 

Sé del atractivo y la utilidad de las listas de recomendaciones de libros. Ya les hablé en alguna otra ocasión de ellas (aquí, aquí, aquí, y aquí), y reconozco que he sido y sigo siendo aficionado; a veces, es cierto, un casi obsesionado amante. Un atractivo este que, sin duda, está estrechamente unido a esa utilidad. No nos engañemos; ese es su aliciente, su interés; por eso nos gustan las listas, porque nos facilitan algo, y lo hacen de forma extraordinaria. Nos dan un camino, una ruta que seguir, y solo tenemos que empezar a andar. Cierto que, para su éxito, el itinerario y sus etapas habrá de estar elaborado por alguien en el que confiemos, alguien que nos parece que conoce el terreno y no se va a equivocar. Pero, una vez encontramos el guía confiable, nos abandonamos, y agradecemos, con alivio, ese abandono.

Sin embargo, a un lado de esta valiosa utilidad, las listas son como esos viajes organizados, en los que todo está empaquetado y preestablecido, donde no hay lugar para la improvisación, para la exploración, para la magia y el encanto de lo inesperado; para el asombro del descubrimiento; y porque no: para la propia satisfacción del logro personal del hallazgo mismo. Hay en las listas un encorsetamiento castrante; una conformidad esclava.

Por eso, en mi modesta opinión, las listas deben ser, de vez en cuando, sanamente combinadas con algo que tiene que ver, para algunos con el azar, para otros con la Providencia, y para unos terceros, quizá con algo que sea una mezcla de búsqueda y sagacidad; de curiosidad y prudencia; de intuición y atención. Hay para esto último una palabra, adoptada por el castellano, pero de origen inglés, de bonita dicción: serendipia, que según el diccionario de la RAE significa «hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual». Su creador fue el polígrafo inglés, Horacio Walpole, conocido por su Castillo de Otranto (gustado por Catherine Morland, la heroína de Jane Austen de La Abadía de Northanger), obra precursora de las novelas de terror gótico.

El origen de esta palabra es curioso y vale la pena contarlo. En una carta a un amigo, Walpole describe su descubrimiento de un curioso escudo de armas veneciano, y se detiene para decir que «este descubrimiento, de hecho, es casi de ese tipo que yo llamo serendipia». Más adelante, explica que esa palabra es de su propia invención, y le relata a su amigo cómo llegó hasta ella: «Una vez leí un sencillo cuento de hadas, titulado ‘Los Tres Príncipes de Serendip’» (hay que precisar que, Serendip es un nombre antiguo para Sri Lanka). Según Walpole, en ese cuento, los príncipes protagonistas, mientras viajaban, hacían fantásticos descubrimientos de cosas que no estaban buscando. Y estos descubrimientos inesperados los hacían, literalmente, «por accidentes y sagacidad», una frase sobre la que luego vuelve en su carta Walpole, y que refina con la expresión «sagacidad accidental». Ese descubrimiento, improbable y maravilloso, de algo que no se busca, y que es encontrado por «sagacidad accidental» es lo que Walpole llama «serendipia».

Pues algo de serendipia debemos desear que nos acontezca con los libros. Debemos dejar que se den las condiciones para que esos hallazgos maravillosos e inesperados acontezcan en nuestras vidas. Y para ello deberemos actuar con sagacidad incidental.
Así que, alejémonos de vez en cuando de las listas, para así, aprovechar las casualidades, los imprevistos, y las raras coincidencias y extrañas confluencias que, a veces, se dan en nuestras vidas. Aunque para ello, a veces, sea conveniente forzar un poco al destino: paseen por librerías, que cuanto más viejas y destartaladas sean mejor será para estos fines serendípicos; descansen su mirada por los escaparates de las librerías que salgan a su paso (en este caso valdrá cualquiera); nunca dejen de perderse la ocasión de husmear distraídamente por los estantes de cualquier biblioteca a su alcance; ojeen descansada y superficialmente las secciones literarias de los periódicos o revistas, a veces, simplemente leyendo los titulares de los distintos artículos o selecciones; curioseen los grandes o pequeños estantes de las casas de sus amigos, buscando no se sabe qué; o déjense llevar por los inesperados e improbables enlaces que la caótica internet nos pone delante, cuando buscamos una cosa y terminamos en otra; muchas veces una cosa inesperada pero valiosa e inencontrable por los medios ordinarios y extraordinarios de los más famosos buscadores, encorsetados por sus algoritmos cancerberos (las computadoras actúan orientadas por criterios muy específicos. En otras palabras, tienen que ser programadas para el tipo de resultados que el observador/programador espera).

Y, sobre todo, no nos contentemos con aquello –listas– que otros (en la mayor parte personas de honestas intenciones y confiables criterios) han hecho. Lancémonos alguna que otra vez a la aventura. Asúmanos el riesgo y esfuerzo que toda aventura encierra en su interior. Aprovechemos los accidentes de la fortuna –incluso, como hemos visto, forcémoslos– e intentemos convertirlos en algún tesoro en forma de libro, que seguramente habría sido inaccesible para nosotros si nos hubiéramos limitado, bien, a seguir una lista, por buena que ella sea, o bien, a rastrear, inflexible y estrictamente, tan solo aquello que inicialmente íbamos buscando. Y además, obtendremos una recompensa adicional; porque la necesidad de la búsqueda disminuye el placer del hallazgo, pero el descubrimiento inesperado, lo acrecienta.

Háganlo, entonces, por favor, háganlo. Inviten a la serendipia a su mundo literario. Estén atentos, abran los ojos, déjenla entrar. Supondrá un pequeño esfuerzo; sin duda. Pero, valdrá la pena, se lo aseguro, ya que, aun no encontrando ustedes aquello que persigan, si están atentos quizá se topen, como por arte de magia, con alguna otra cosa que también desean; en esto reside la maravilla.

5 comentarios

  
Haddock.
Eso es muy cierto. Las listas oficiales de libros más vendidos tienen la subliminar trampa de inclinarte a que los compres. Al ser cincuentón ya no vas buscando libros, sino que esperas que de una u otra manera los libros lleguen a ti.
"Nuestra mirada ciega ante la luz" de Gustave Thibon, es el ensayo más profundo que he leído sobre el matrimonio cristiano, entre otros temas.
"Autorretrato con radiador" de Christian Bobin es de una belleza y de un lirismo maravilloso. Ambos son desconocidos para El Corte Inglés y para la mayoría de los españoles. Me los recomendó un gran escritor, profesor y conferenciante.
Esto suele ser como cuando paseando por el bosque encuentras un grupo de hongos (boletus edulis) y piensas que Alguien los creó para ti.

08/04/24 4:20 PM
  
M Angeles
Qué buenos recuerdos dar mirar los libros de tu estantería y, en el caso de algunos de ellos, acordarse del momento en que lo encontraste por casualidad en una pequeña librería abarrotada, sin esperarlo ni buscarlo, y precisamente en el momento apropiado para leerlo.

Me sigue sorprendiendo el que, a pesar del paso de los años, sigo descubriendo libros maravillosos que no conocía en absoluto. Aquí van unos pocos de mis favoritos en estos últimos años:

-Ensayos de E. B. White. Al autor de "Las telarañas de Carlota" se le considera en los EEUU la personificación del buen estilo literario.

-La autobiografía de Santiago Ramón y Cajal. La primera parte (infancia y juventud) es una delicia. La segunda parte es un catálogo detallado de sus descubrimientos, lo que la hace árida de leer excepto para un especialista. Pero me ha asombrado su incesante capacidad de trabajo y concentración, la cantidad ingente de trabajos y descubrimientos, (mucho más que lo poquito que nos contaban en el colegio), las reflexiones que intercala sobre estado de la educación y la investigación es España (siendo profesora es un tema que me interesa) y la comparación con universidades extranjeras que visitó. Y también el comprobar que la película de Marsillach es muy fiel.

-Winters in the world: A journey through the Anglo-Saxon Year, de Eleanor Parker, una historiadora de Oxford con un bellísimo blog que hará las delicias de cualquier cristiano.

-Los relatos cortos de Lucy Maud Montgomery: Solo conocía la serie de Anna de las Tejas Verdes. Sus relatos suelen tener felices coincidencias y acaban bien, por lo que ponen de buen humor.

-El violinista ciego, El sueño de Makar, y En mala compañía, de Vladimir Korolenko.
09/04/24 1:46 AM
  
Giuseppe
Enhorabuena, magnífico "post".
09/04/24 2:21 PM
  
batecado
Yo tengo la "serendipia" espiritual en todo lo alto. Dios, o mi ángel de la guarda, para el caso es lo mismo, últimamente ponen en mis manos luminosos libros que me vienen de perlas para superar crisis de fe, angustias, ansiedades vitales o o sencillamente, lo mejor, para santificarme.

Bendito sea Dios

Te felicito por tu blog. Lo tengo de referencia.
10/04/24 2:54 PM
  
penc
Me gusta mucho tu blog, tiene un excelente contenido y estilo. Muchas gracias. Si por mi fuera estaría leyendo mucho más, me conformo en los últimos tiempos en comprar libros como si ya dispusiera del tiempo para leerlos, me anima mucho. Quiera Dios que pronto pueda darles lectura.
16/04/24 11:15 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.