InfoCatólica / De libros, padres e hijos / Archivos para: Octubre 2022

25.10.22

El principito

 

  

 

  

«Lo que embellece al desierto es que en algún lugar esconde un pozo».

Antoine de Saint-Exupéry

  

 

 

Uno de los libros infantiles más vendidos de todos los tiempos es El principito (1943), de Antoine de Saint-Exupéry.

Sin duda se trata de un relato mágico y subyugante. Una obra breve, pero a un tiempo, intensa y casi inabarcable, que nos habla de lo que es importante y lo que no lo es, de la vida y la muerte, de la felicidad y la tristeza, del amor y el olvido, y sobre casi todo aquello de lo que tratan los grandes libros. Y lo hace de forma poética y fascinante. Una encarnación del famoso ideal horaciano, «docere et delectare», del instruir deleitando.

Aunque, inicialmente concebido como un libro infantil, la obra del escritor francés voló lejos de su control casi de inmediato. Incluso sus orígenes son inusuales. Seis meses después de que Francia cayera ante los alemanes, el piloto y escritor zarpó hacia Nueva York, a donde llegó el último día de 1940. Allí fue recibido como una celebridad. Sus editores norteamericanos pronto le ofrecieron todo aquello que pudiera necesitar para seguir desarrollando su labor de escritor. Sin embargo, lo que ocurría en Europa le mantenía intranquilo.

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17.10.22

De la buena curiosidad, de la mala, y de los buenos libros

                      «Pandora». Obra de John William Waterhouse (1849-1917).

 

 

«Hay varios tipos de curiosidad; uno es el del interés, que nos hace desear saber aquello que nos puede ser útil; y el otro, el del orgullo que proviene del deseo de saber lo que los demás ignoran».

François de La Rochefoucauld

  

«El amor al conocimiento es una especie de locura».

C.S. Lewis. Más allá del planeta silencioso

  


«La curiosidad libre tiene mayor poder para estimular el aprendizaje que la coerción rigurosa. Sin embargo, el fluir de la primera lo regula ésta última con Tus leyes».

San Agustín. Confesiones

 

 

Desde siempre, la curiosidad ha sido vista más como un vicio que como una virtud. El conocido refrán, «la curiosidad mató al gato», es su más clara expresión. Y las vicisitudes de nuestros primeros padres en el Paraíso lo constatan. De hecho, santo Tomás la califica de vicio frente a la virtud de la estudiosidad, anexa a la templanza y que modera en el hombre, conforme a la recta razón, el deseo de conocer o de aprender. Por el contrario, para el Aquinate, la curiosidad propiamente dicha es el deseo desordenado de conocer lo que no es de la propia incumbencia, o de lo que puede haber peligro de saber, en razón de la propia debilidad.

Pero quizá no toda curiosidad sea mala. Posiblemente haya en ella –como cosa humana que es– trazas de bondad entremezclada con maldad (de hecho, en la estudiosidad del de Aquino hay algo de curiosidad). Por esta razón, es posible que hoy debamos acudir al baúl de los recuerdos, ese que se encuentra ya a punto de rebosar, para rescatarla. Aunque, es probable que antes tengamos que hacer algunos leves distingos en pro de la claridad.

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