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23.03.22

Poesía una vez más

                              «Viento del mar». De Andrew Wyeth (1917-2009).

 

   

«Ya es hora de que finalmente pienses en tu propio hogar, si realmente es tu destino regresar con vida y llegar a tu bien construida casa y a tu tierra natal».
Homero. La Odisea

  

«Para este fin se dio al Hombre el más peligroso de los bienes: el lenguaje, para que dé testimonio de lo que él es».
Friedrich Hölderlin

  

 

Siempre termino hablándoles de poesía. De forma recurrente, cada cierto tiempo, aflora a través de mi pluma un ansia poética. Lo cual es extraño, pues no soy poeta. Solo soy un torpe aprendiz de amante y de cantor, aunque quizás eso baste. Al menos parecía bastarle a san Agustín, que decía aquello de que el canto es lo que hace el amante, el amante que contempla una cosa bella. ¿Y qué es la poesía verdadera sino música y belleza? Por ello, el recibir unos magníficos versos de un amigo poeta (José A. Ferrari) me ha motivado a hablarles de nuevo de poesía; un bello poema que trata de todo aquello de lo que les hablo en este blog, y que por cierto, comparto con ustedes al final de esta entrada.

Sin embargo, hoy muchos se preguntarán para qué, ¿para qué deberían los jóvenes leer o escuchar poesía? ¿Podría quizá ayudarles a ser unos más exitosos ejecutivos o poderosos empresarios? ¿Les podrá convertir en unos competentes y prestigiosos profesionales, sea o lo que sea esa profesión? ¿De qué puede servirle la poesía a un prematuramente envejecido, neurótico y sufriente joven de hoy, que trata de trepar por la resbaladiza y equívoca pendiente de la ambición política o empresarial? Aunque, pensado en términos modernos, tampoco parece que unos versos, por muy hermosos y auténticos que sean, pudieran servir de mucho al aprendiz de carpintero, panadero o granjero. ¿No? ¿No es, por tanto, evidente su inutilidad?

Yo no estaría tan seguro. De hecho, mi convicción es la contraria. Ya que, aunque no lo sepamos, aun a pesar de que ni siquiera lo sospechemos, precisamos de su ayuda, por muy poca y deficiente que sea, en esa nuestra misión de encontrar el camino de vuelta a casa. Porque la poesía es hermosa, y eso es ya una bendición. Pero es que, además, nos aporta conocimiento de lo que es verdadero, sin que deba importarnos que a los ojos del mundo se trate de un conocimiento inútil, tan inútil como pueda parecerlo un hermoso amanecer o la primera sonrisa de un recién nacido.

Y como quiero ayudar en lo que pueda a su difusión, a su propagación, a su contagio, no solo comparto con ustedes esos inspirados versos de mi amigo el poeta, sino que les convoco a visitar un nuevo blog que he construido bajo los principios que inspiran este y que he bautizado como La memoria poética. Un lugar donde, entre hermosos versos y bellas imágenes, acumularé algunos de mis poemas favoritos, aquellos que ya he compartido con mis hijas y que deseo compartir con ustedes y con sus hijos. Espero que sea de su agrado.

 

De libros e hijos
-Un envío a los padres-

A don Miguel Sanmartin Fenollera

El niño es un libro por dentro
y el libro por fuera es infancia,
no rompas los cueros que aúnan
los odres nuevos de la Gracia.

Un libro renueva la vista
que debes poner en tus hijos;
y el niño recrea una historia
leída, quizás, en tus libros.

Por libros no dejes un tiempo
dorado que luego no vuelve;
saber admirar la inocencia
es otra virtud que se aprende.

Tampoco abandones lecturas
jugando al azar tu rutina,
las horas se escurren al mando
de nuestra zozobra y fatiga.

Un lazo invisible entrelaza
la literatura y la vida;
hay niños venciendo dragones
y alcobas con hadas madrinas.

Contempla una página antigua
y luego unas manos pequeñas…
verás que las dos realidades
descifran un cielo de estrellas.

2/III/2022

José A. Ferrari



  

7.03.22

La Edad Media en la literatura: 10 recomendaciones

     «La leyenda de san Jorge». Obra de Maximilian Liebenwein (1869–1926).

 

 

   

«Porque los que entonces solían amar se complacían en proclamarse corteses y valerosos, y generosos, y honorables».

 

Chretién de Troyes. El caballero del león. 

 

  

 

Ningún período de la historia ha sido tan incomprendido y subestimado como la denominada Edad Media. Y no se trata solo de un prejuicio moderno, si no que es algo que tiene su origen  mucho más atrás.  

Todo eso de que el Medievo es una de las peores etapas históricas, sino la peor, se nos viene contando con una constancia sospechosa, prácticamente desde el Renacimiento. Una y otra vez, a lo largo de más de cinco siglos, se ha venido repitiendo machaconamente, la cantinela de que la Edad Media fue un periodo histórico marcado por el retroceso cultural, científico y técnico, dominado por la superstición, y asolado por tres de los cuatro jinetes de El Apocalipsis: la guerra, el hambre y la muerte. Pero lo cierto es que, lejos de todo ello, esta presunta Edad Oscura podría describirse mejor como una Edad Brillante, una época sorprendente de progreso en la ciencia, el arte, la filosofía o la medicina, y de una profundidad espiritual que bien querríamos para nuestros días. Un tiempo sobre el que bien podríamos imaginar, sin dificultad alguna, al cuarto jinete cabalgando en su montura blanca. 

Para nuestro consuelo, la reciente historiografía medieval, de la mano de nombres tan prestigiosos como Jacques Le Goff, George Duby, Régine Pernoud, Christopher Dawson, y en España Emilio Mitre, José Orlandis, Luis Suárez o María del Carmen García Herrero, entre otros, ha puesto las cosas en su sitio, aunque a nivel popular todavía predomine la errónea visión de una época atrasada que es mejor olvidar. 

Pero, ¿cuál sería el porqué de esta nefasta imagen? Algunos han sostenido que se debe a la confluencia de varios factores, como «el fanatismo de la Ilustración, el odio al papado del protestantismo, el anticlericalismo francés y el esnobismo clasicista del Renacimiento». Podría ser, porque suena bastante convincente, pero, sea o no sea así, de lo que no parece haber duda es de que, esta negativa concepción, tiene que ver con una constante hostilidad frente a la razón basal de su florecimiento: el cristianismo. 

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