Aquel catecismo holandés
En mis tiempos de relgioso joven, hablamos de los años setenta, el llamado vulgarmente “Catecismo holandés” era algo así como la excelencia de la nueva modernidad conciliar. Podíamos ignorar a santo Tomás, sonreír ante Trento, ironizar sobre los padres de la Iglesia y despreciar el Vaticano I. Pero… había realidades intocables, infalibles y dignas si no de adoración, casi.
De los primeros libros que uno se compraba y leía con fruición, fundamental era el catecismo holandés. Uno, con la formación de los catecismos nacionales de siempre, que hoy sigue siendo mi base, de repente se topaba con lo que te presentaban como la síntesis de la nueva y definitiva teología según el Vaticano II, y quedabas más atónito que Moisés ante la zarza. Es verdad que ya desde entonces ese catecismo tuvo que incorporar con carácter de urgencia algunas correcciones básicas, pero ya se sabía que Doctrina de la Fe no llegaba a la suela del zapato a los obispos holandeses.

Ya está bien de presentar al hijo mayor como ese malvado que no se alegra de la vuelta del hermano pequeño. Vamos a repensar la historia que tiempo habrá de sacar las conclusiones.
Los datos son tercos y a nadie se le escapan. La tan por algunos cacareada antes primavera conciliar y ahora primavera de Francisco no es más que una mentira repetida con la loca pretensión de que llegue a ser verdad. Estamos bajo mínimos.
En la parroquia de san Jacinto de Sevilla. Alguien lo plantó y mira por donde a ese ficus le dio por crecer y crecer y empezar a dar problemas. Parece, eso cuenta la prensa, que en una ocasión el desprendimiento de una rama causó serias lesiones a una buena mujer. También se cuenta que las raices del arbolito originaban graves problemas en la propia edificación. No será ni la primera vez ni la última que estas cosas suceden.
No he podido por menos de fijarme muy especialmente en estas palabras de Cristo refiriendose a san Bartolomé: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño".





