Bildu hace entrega de su medalla de oro a monseñor Sebastián
Felicidades, monseñor Sebastián, cardenal in pectore de la Santa Iglesia Romana. Acabo de enterarme de que ha colgado sobre su flamante sotana, pronto adornada con el púrpura de su dignidad, la medalla de oro de la decencia y el bien hacer. No podía ser de otra manera.
Hay medallas que uno recibe directamente de alguien que tiene la facultad de concederlas. Otras nos vienen de forma indirecta. Quizá estas últimas tienen más valor porque van prendidas a la hombría de cada cual con los broches de la valentía, el riesgo y el arrojo de quien no tiene miedo a la verdad y dice lo que cree que tiene que decir en conciencia, aún a sabiendas de que muy posiblemente recibirá el linchamiento de los miserables.

Así son las cosas, para qué nos vamos a engañar. Hay parroquias con más medios materiales que otras porque están en zonas más ricas o porque tienen una feligresía especialmente espléndida, mientras que en otras no alcanzan ni para pagar la luz.
Don Roque era monotemático en sus sermones. Tocara la lectura que tocara siempre acababa con la confesión. Por eso aquel año, al llegar la fiesta de San José, sus feligreses se dijeron: “San José… hoy tendrá que hablar de otra cosa”. Pues así comenzó don Roque: “Hermanos, San José era carpintero, así que bien podría hacer confesionarios. Hablemos por tanto de la confesión que es lo mismo”.
Mañanita de un sábado cualquiera. El señor cura, servidor por ejemplo, aprovecha la extraña circunstancia de unas horas de tranquilidad para ponerse con la casa como tantas familias en similares horarios.
Desde que Rafaela tiene acceso a Internet está que se sale. Al día en noticias, informada de la política, la sociedad y la religión. Tiene a su sobrino Manolo, un encanto y un diablo de la informática, que la pone al día: “¿tía, has visto, esto, has leído aquello, qué te parece…?”





