Milagros cotidianos de la capilla de adoración perpetua
Cuando abrimos la capilla de adoración perpetua, he de decir que mucha gente, incluidos los coordinadores de turnos, no daban una perra chica por el proyecto. Más aún, me decían que se lanzaban por mi insistencia, que por ellos no quedaría, pero que era un imposible.
En estos días cumplimos año y medio de la apertura de la capilla de adoración perpetua. Durante este tiempo, para asombro de creyentes y confusión de escépticos, la capilla solo ha cerrado viernes y sábado santo por imperativo litúrgico, mientras que podemos decir que el Señor en la custodia, el Santísimo Sacramento, ha estado SIEMPRE acompañado salvo algunos minutos sobre todo al principio por desconocimiento sobre todo del funcionamiento por parte de algunos adoradores.
La capilla es fuente constante de gracia y testimonio que nos hacen maravillarnos cada día por la fuerza de Dios. Hoy quería apenas contarles esas pequeñas cosas que van tejiendo el día a día, pequeños testimonios que te llegan de gozo y de paz. No pondré nombres, es lo de menos, pero sí pequeñas cosas.

Para los que no lo saben, la tirilla es ese pedacito de plástico blanco, o material similar, que nos colocamos los sacerdotes en la camisa negra para dejar constancia de nuestra condición de tales. No es especialmente cómoda ni incómoda. Te acostumbras como el ejecutivo a la corbata y punto final. No sé cuántas tengo. Te las regalan con cada camisa.
Nada que nos deba extrañar. Cuando las cosas se desmadran, se salen de lo previsto, y se transforman en lo que jamás se pensó, normal que alguien diga algo. Lo del rito de la paz, especialmente en celebraciones “especiales” (bodas, comuniones, funerales) se había convertido en un jolgorio de no te menees. Llegaba el momento de la paz y se montaba una como si acabáramos de ver llegar a los tíos de América después de cuarenta años. No era normal.
He tenido la oportunidad de celebrar misa en dos ocasiones en Betania. Betania era ese lugar en el que Jesús se retiraba alguna vez para descansar y disfrutar de la compañía de sus amigos Marta, María y Lázaro. Suerte la de Jesús que tenía su lugar de serenidad, ocio, descanso. Suerte la suya.