Sínodo: empeñados en dar que hablar
No pensaba volver a escribir del asunto, pero es que no me queda más remedio. Ya conocen mi visión sobre el Sínodo de la Familia: una mezcla de ambigüedad y cosas raras de cuyo conjunto uno saca la impresión de un cierto manejo, manipulación o mano negra, y que ha dado como fruto en la Santa Sede un poco o más bien mucho de episcopal enojo de los pies a la cabeza.
Hace días recibí un correo desde Roma en el que alguien me decía que estaba completamente equivocado, que todo era buen rollito, que perfecto y que de dónde sacaba que hubiera cosas extrañas. Si no es extraño que la primera relatio tuviera traducción a cuatro idiomas casi instantánea y la definitiva aún nada, pues eso, que venga quien tenga que venir y lo vea.

Las parroquias son lugares de lo más entretenido. Pobre del que se piense que aquí es todo el día lo mismo. de la misa al rosario, del rosario a la catequesis, de los niños al catecumenado, de Cáritas a vida ascendente. Bah. Pobres ingenuos. Es verdad todo lo antedicho, pero de vez en cuando aparecen la sal y la pimienta que ponen chispa en la cotidianeidad.
Un sínodo raro donde los haya. Empezando por que ha sido sínodo “extraordinario”, es decir, fuera de lo ordinario, de lo normal, hasta por pura definición.
La mejor cosa que ha hecho hasta ahora el sínodo sobre la familia ha sido
Cuando un párroco llega a su nuevo destino, lo hace para suceder a un compañero que antes que él, con sus luces y sombras, pero aceptando siempre su buena voluntad y su deseo sincero de servir al evangelio y a los fieles. El compañero anterior es merecedor de todo el respeto, el aprecio y el agradecimiento por la labor realizada.