Dans le jardin de ma tante
Es sorprendente cómo, en una sociedad que alardea de su anti yanquismo, luego te encuentres con tanta gente imitando todo lo que aparece en las más típicas y tópicas películas norteamericanas. Y es sorprendente que la única formación religiosa y litúrgica de tantos católicos sea el visionado de los más básicos e intranscendentes telefilmes de importación.
Hay que ver las cosas que nos piden las parejas a la hora de casarse por la Iglesia, y que son eso, cosas de película de americanos. Parejas, por ejemplo, que te piden que tras el consentimiento digas eso de “ya puede besar a la novia”.

Me decía Rafaela, y repetidas veces, que a los curas no hay quien nos entienda. Llega uno, contaba, y decide quitar el altar de donde está y colocarlo en medio de la iglesia para que las misas sean más comunitarias. Dinero para el invento. El siguiente cree que el altar mucho mejor donde estaba antes. Más dinero. Y de paso, una nueva sede más austera, que la que tienen forrada de terciopelo es demasiado. Dinero para la sede y la anterior al trastero o el vertedero. Pero llega otro cura y prefiere la solemnidad, así que se acabó la sede actual y a comprar un sillón a todo trapo porque la liturgia requiere grandiosidad. Todo, evidentemente, a cargo de Rafaela, Joaquina, y todos los demás, porque los curas en esto no solemos poner un euro de nuestro bolsillo.
Eso quisiera yo. Que todo lo que se viene escuchando estos días respecto a la relación entre China y la Iglesia católica o a la viceversa, que tanto monta, se quedara en cuentos chinos, y ya saben lo que es eso: pura fabulación sin parecido alguno con la realidad.
Va para dos meses que empecé a pedir paga por leer mis posts. Paga chica o grande, depende. Chica porque una avemaría es apenas unos segundos. Grande, porque el valor de la oración es inmenso. En estos dos meses son cientos, miles, las avemarías que se están rezando por tres pequeñísimas parroquias de la sierra norte de Madrid: Braojos, Gascones y La Serna del Monte.