Campeones, campeones, oé, oé, oé
En la cosa eclesial siempre hemos sido grandes campeones. Teólogos, santos, evangelizadores. No se puede comprender la historia de la Iglesia sin destacar la gran contribución de España a la causa de Cristo. Por eso hoy me siento triste al descubrir que España, en las cosa de la fe, vuelve a ser campeona europea, aunque esta vez por todo lo contrario.
Muy interesantes los datos que se recogen en un estudio sobre una serie de cuestiones religiosas y en el que, entre otras cosas, se pregunta sobre la importancia de Dios para la propia vida. Merece la pena leerlo entero. Me han llegado al alma los datos de Europa, porque en España la importancia de Dios para nuestra vida, insisto que según este estudio, ha pasado en menos de treinta años, concretamente entre 1991 y 2019, del 71 al 45 %. Nos hemos dejado en el tintero de la indiferencia nada menos que 26 puntos. Campeones europeos.

Estaban en una fiesta celebrada en un hotel de Madrid, cuando al torero Rafael el Gallo le presentaron a José Ortega y Gasset. El genio sevillano preguntó quién era «aquel gachó con pinta de estudiao», a lo que le respondieron: «Es filósofo». «¿Filo qué, ezo qué e?», dijo el matador. Alguien le explicó en qué consistía tal profesión, que era un señor que analizaba el pensamiento de la gente, que escribía doctrinas orientadas a conocer mejor el obrar de las personas. El Gallo, estupefacto, guardó silencio unos segundos. Hasta espetar con gracia: «Hay gente pa tó».
Impactante celebrar cada año la fiesta de san Juan María Vianney, el cuatro de agosto, patrón de los sacerdotes, especialmente de los párrocos, y, esto es cosa mía, especialísimamente de los curas de pueblo. Cuando llegó al pueblecito de Ars apenas quedaba un rescoldo de catolicismo. Su labor fue tan extraordinaria que con el paso de los años llegaban peregrinos de todo lugar para rezar y confesarse con él. En Ars consiguió que prácticamente todos los habitantes del pueblo asistieran a misa a diario.
Suben las temperaturas, la gente se trastorna y por eso pasa lo que pasa. En invierno parece que andamos todos más comedidos, pero en cuanto el termómetro supera los cuarenta grados la gente pierde la poca cordura que le quedaba y suelta por su boca y su pluma -de escribir, naturalmente- las mayores barbaridades y simplezas, sabiendo que los mayores disparates siempre conseguirán algunos aplausos.
Uno de los objetivos de este blog es ofrecer a mis lectores las mismas cosas, pero vistas desde el otro lado del altar, y ya les digo yo que no todo es tan sencillo. Voy a poner dos ejemplos sacados de cosas que e han pasado y siguen pasando en el ritual de exequias.