El dolor de una apostasía
Hace apenas unos días. Una carta de la vicaría general en la que se me comunica que tal persona, bautizada en una de mis parroquias, ha abandonado formalmente la Iglesia Católica. Se añade que, por supuesto, esta persona no tiene acceso a los sacramentos, exequias, ni puede ser padrino o madrina de bautismo. Tal y como marca el protocolo, he anotado el hecho en el margen de la partida de bautismo y acabo de enviar al arzobispado el aviso de que la nota ha quedado debidamente asentada.
Me he quedado tocado. Porque una cosa es saber que en España prácticamente la mitad de la población ha dejado de ser religiosa y constatar el abandono masivo de la pràctica religiosa, y otra muy diferente que te llegue una apostasía, una sí, pero con papel, sello y firma.

Aunque nos diera un ataque de nervios.
Del todo. Conde-Pumpido, de los nervios. Las feministas, aterrorizadas. No es para menos. Lo que más temían, acaba de suceder. Y es que la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Española, ante la sentencia sobre la Ley del aborto del Tribunal Constitucional,
Me declaro enemigo acérrimo de introducciones y moniciones. Salvo alguna excepción del todo extraordinaria, organícese en cada parroquia el comando MNG, moniciones no gracias, que vele por la desaparición total de toda introducción, exhortación, preámbulo, preludio, admonición o recordatorio. Me lo agradecerán.