Patadas en la espinilla
Dejemos en la espinilla.
Este verano nos ha traído desde Roma dos solemnes patadas en las espinillas que, curiosamente, han dolido no solo a los receptores de las mismas, sino a una buena parte del pueblo de Dios.
El primero en cobrar ha sido el Opus Dei. Aparentremente nada especial… un par de detalles, como que el prelado no pueda utilizar ciertos ropajes eclesiásticos o que le sea vetada por decreto ley a perpetuidad la posibilidad de llegar al episcopado. Nada especial… pero aquí todos entendemos todo. La diplomacia vaticana es así.

A ver, que una cosa es que uno se tome unos días de descanso blogero, y otra que haya caido en el desánimo, la apatía, el hartazgo y hasta la acedia. No va por ahí.
Las fiestas de los pueblos son lo que son. Los que tenemos tres pueblos, tres fiestas patronales… o más. 
En mis tiempos de relgioso joven, hablamos de los años setenta, el llamado vulgarmente “Catecismo holandés” era algo así como la excelencia de la nueva modernidad conciliar. Podíamos ignorar a santo Tomás, sonreír ante Trento, ironizar sobre los padres de la Iglesia y despreciar el Vaticano I. Pero… había realidades intocables, infalibles y dignas si no de adoración, casi.
Ya está bien de presentar al hijo mayor como ese malvado que no se alegra de la vuelta del hermano pequeño. Vamos a repensar la historia que tiempo habrá de sacar las conclusiones.