Un aborto de cuarenta y dos semanas
Y además de libro. Porque en él coinciden nada menos que dos supuestos de libro. Por un lado un niño enfermo, con problemas. Por otro, una deteriorada salud psíquica de la madre, perfectamente tratada y medicada por su psiquiatra y que desembocó en una profunda depresión post-parto. Bien es verdad que el aborto se produjo cuando el niño llevaba ya cuatro semanas fuera del vientre de la madre, pero no vamos a ponernos quisquillosos ahora por unas semanas más o menos.
El caso se ha producido hace apenas unos días en la comunidad de Madrid y como no podía ser menos me ha llevado a pensar en esa tragedia diaria que se llama aborto. Una madre, con depresiones, y afectada gravemente por una depresión post-parto asfixia a su bebé de un mes de vida entre otras cosas porque no acepta que el niño haya nacido con problemas. Naturalmente la madre fue puesta a disposición judicial. Problemillas de calendario, porque si la muerte del bebé se hubiera producido unas semanas antes no solo no pasaría absolutamente nada sino que incluso se hubiera considerado desde sectores de esta podrida sociedad como algo lógico, natural, normal y hasta signo de amor de esa madre que prefiere renunciar a su hijo antes que traerlo a este mundo para que sufra. Se te ponen los pelos de punta.

No, no me refiero a misas con rosquillas y calimocho, versos de Tagore y la hermana Veneranda repartiendo gominolas. Eso se supone que ya lo deberíamos tener superado.
No siempre es uno el que preside la celebración. Puede suceder que concelebres en la eucaristía, por ejemplo, o que participes como simple fiel en la liturgia. He de reconocer que en ocasiones acabo de los nervios. No me digan por qué, pero hay cosas que me quitan la paz. Que a lo mejor están bien hechas o son convenientes, que en eso no entro, pero que en lugar de ayudarme a entrar en el misterio me sacan de él, de forma que en vez de participar y disfrutar de la ceremonia acabo deseando que aquello termine pronto para poder ir en paz.





