Sobre coros parroquiales (y no se pierdan el añadido final)
Ya quisiera yo tener como organista y maestro de capilla de la parroquia al mismo Bach, pero no tengo esa suerte. A falta de Bach, algún organista, un buen director de coro, una coral medio decente. La gran mayoría de las parroquias nos tenemos que apañar con lo que podemos.
En mi caso con un equipo de más que buena voluntad, acompañamiento de guitarra, ensayo constante y buenos conocimientos litúrgicos. Una suerte. Porque además de todo lo expuesto, una calidad aceptable y hacer que la asamblea cante con una cierta dignidad, nos mantenemos en constante diálogo, preparamos juntos las cosas y no tengo nada que objetar. Evidentemente para gustos se hicieron los colores y, siendo en los dos casos los textos estrictamente litúrgicos, unos prefieren la misa de angelis y otros la de Palazón. También hay gente firmemente partidaria de la langosta, el solomillo y el foie, mientras que otros, por gusto, o por imperativos económicos, disfrutan de su cocidito, que además tiene menos ácido úrico.

En mi parroquia cantamos con una cierta frecuencia esa canción que comienza con “No adoréis a nadie, a nadie más que a Él". En ella también se repite la frase que da título a este post. En el día de Navidad, cuando en un rato celebraré la misa del día, resuenan en mi corazón muy especialmente las lecturas del momento: “hoy Dios nos ha hablado por su Hijo", “la Palabra se hizo carne”.
Nunca me gustaron los chantajes. Por eso cada vez que alguien amenaza con irse de algún sitio si no se le hace caso mi respuesta es la misma: corre, que para luego es tarde. Adiós.
Un sacerdote joven, buen amigo, me pedía hace días sugerencias para la misa del gallo. Por circunstancias personales su párroco estará fuera esa noche y se dirigió a un servidor en busca de “genialidades” para que la misa fuera especial. Se me ocurrieron algunas cosas: