A la preocupada madre de un futuro cura
Las madres siempre han tenido una preocupación especial por el hijo sacerdote. No por nada especial, a ver si me comprenden, sino que los otros pues bueno, forman sus familias, se casan, o si no se casan parece que ya se las apañarán de alguna manera.
El cura es soltero y vive solo. Y eso a una madre siempre le causa un cierto temor. Ya saben: hombre, soltero y viviendo solo. Este hijo mío… ¿comerá bien, tendrá la casa limpia, habrá quien le ayude en las tareas del hogar? La madre de un sacerdote nos decía: ¡ay este hijo mío! tanto estudiar, y resulta que se tiene que hacer la cama, guisar, lavar… Encima según es, que no para en todo el día, qué comerá, qué apaños tendrá de cocina… Si es que no quiero ni pensarlo. ¿Y si un día se pone malo?
Eran las preocupaciones normales de las madres de los curas. De toda madre, pero quizá más acentuado cuando se trata del sacerdote. Este hijo mío…

Si hay una palabra que define la relación de Dios con su pueblo para mí no cabe duda que es la palabra “misericordia”. He querido acudir al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, que define misericordia como “virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenos” y también como “atributo de Dios, en cuya virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas”.
Dice el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua que bocazas es “persona que habla más de lo que aconseja la discreción”. Mala cosa tener alguien cercano de esa condición, porque eso resulta estar en un constante peligro.





