Se habrá quedado calvo Gil Tamayo
Apenas leo nada de lo que escriben los obispos. Si acaso, alguna cosa de D. Carlos Osoro por aquello de que es mi arzobispo, y poco más. Tendrán que reconocerme que la inmensa mayoría de lo que escriben corresponde a lugares comunes, frases hechas y la nada con sifón. Alguna excepción hay, pero eso, excepciones del todo excepcionales, y en esos casos ya se encargan los medios de comunicación de destacar el hecho, ya que todo documento episcopal que saque ronchas en la prensa es que es de los buenos y trata de llamar a las cosas por su nombre.
Pues bien, si la cosa de los obispos me trae bastante al fresco, y como yo a la inmensísima mayoría de los creyentes, imaginen lo que me importa lo que el secretario de la conferencia episcopal pueda soltar en una rueda de prensa.
Para empezar, porque yo creo, humildemente, que el secretario no está para decir nada en su nombre. Sale a la rueda de prensa, explica lo que se ha tratado en el plenario o la comisión, da cuenta de algo que le han encargado comunicar y aquí paz y después gloria. Las opiniones personales de Gil Tamayo me interesan tanto o menos que las de la señora Rafaela. Menos.

Pregunto, preguntamos a nuestra gente, las razones para acudir a una parroquia o a otra. Sin orden ni concierto, ahí les dejo lo que nos cuentan los fieles.
Estamos tan acostumbrados a ese “nunca pasa nada”, que el día en que un obispo dice sí pasa, y hasta aquí hemos llegado, la gente enmudece de asombro para explotar en un grito “ostentóreo” de “baculazo, baculazo”.
En estas últimas semanas creo que son tres o cuatro las personas que me han amenazado con eso de que “encima querrán que vengamos a la iglesia”, como si lo de acudir a la parroquia fuera favor personal que le hacen al señor cura.
Cómo ha cambiado la cosa de los cumples. De niño recuerdo algunas celebraciones. Por ejemplo, los cumpleaños de tíos y abuelos, cuya celebración consistía en plato de galletas y algunos bollos de la panadería, y siempre una copita de vino dulce. Y ya. Que por cierto los niños de mi generación bebíamos alcohol, evidentemente en dosis muy moderadas, pero se nos daba sin problemas en los santos una copita y en caso de inapetencia un poco de quina Santa Catalina, que es medicina y es golosina, evidentemente con su poco de alcohol.