Cuando perdiz, perdiz
Ya saben mis amables lectores lo que son las parroquias de Braojos, Gascones y La Serna en invierno. Muy poca gente, frío, soledad y los cuatro de siempre en misa (cuatro los días mejores, que a veces uno o…). Pero ahora es verano, y es, sobre todo, agosto, tiempo de vacaciones y tiempo, en consecuencia, en que mis pueblos cobran vida. Mucha gente, fiestas patronales, el sonido de los niños, la gente que toma el fresco a la puerta.
Ayer domingo encontré las tres iglesias llenas. Entiéndaseme bien. Llenas significa que, en Gascones, con domingos de invierno con apenas ocho o diez personas, ayer nos juntamos unos cuarenta. Otros tantos en La Serna, lo que significa ver los templos con sensación de lleno. Incluso la iglesia de Braojos, enorme, presentaba una asistencia más que notable, quizá debida también a que ayer, tercer domingo de mes, tocaba celebrar minerva.

Vaya años y vaya temporada últimamente. Se me hace muy duro ver en todos los medios de comunicación noticias sobre abusos cometidos por sacerdotes y religiosos católicos contra niños y adolescentes. Los datos de Pensilvania son especialmente aterradores porque en ellos se nos habla de más de mil menores afectados y no menos de trescientos sacerdotes implicados.

Hay noticias que uno necesita releer varias veces para comprobar que no está colgada en una de esas páginas expertas en inventar cosas curiosas. Tristemente, la realidad acaba superando a la ficción también, incluso, sobre todo pareciera, en las cosas de nuestra Iglesia.