Tenacidad a prueba de bombas: otra vez el congreso de la Juan XXIII
Soy de muy frágil condición y hay cosas a las que no puedo resistirme, por ejemplo, a un buen sándwich de Rodilla, una cerveza bien fría y comentar cada año algo del congreso de la Juan XXIII. Otras cosas cada vez me tientan menos.
El congreso viene a ser siempre lo mismo. Un grupo de gente mayor, cada vez menos y más, menos gente y más mayor, que se saben portadores de valores eternos -los extremos se tocan- y se sienten constituidos en la nueva profecía del futuro igualitario, solidario, proletario, trinitario y fuera del armario, en contraposición de todo lo que pudiera ser cavernario y tenebrario e incluso supernumerario. Esto es la base y la altura, la cotangente y la línea matriz del asunto.

Ahora que ando como los almendreros, de fiesta en fiesta, me preguntan, me pregunto, cómo debe estar un sacerdote en las fiestas de sus pueblos. Oigan que no es ninguna tontería.
Me apuesto un agua del Carmen y una caja de trufas de La Aguilera a que en la homilía de este domingo el último versículo de la segunda lectura va a ser la estrella. Sí, ese que dice: “La religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo”.
No podemos seguir así. Llevamos semanas, meses, con las supuestas miserias de la Iglesia abriendo no ya portales de información religiosa, sino informativos de radio y televisión y todo tipo de prensa. Es agotador. He perdido la cuenta de los días, las semanas.