Lo de la cruz de Aguilar de la Frontera. Saben que no haremos nada
Nada de nada. La campaña anticatólica sigue y sigue. Lo triste es que saben que los católicos tragamos con todo sin problemas. ¿Cuántas cruces derribadas? ¿Cuántos derechos conculcados? ¿Es normal que no puedan reunirse más de veinticinco personas en los templos de Castilla León?
Saben que los católicos protestamos pero poquito. Hemos confundido la caridad con la bajada de pantalones. Cuatro en directo, que poco más, un día o dos en las redes sociales, una querella si acaso que rápidamente será sobreseída por sus amigos jueces. Lo de Aguilar ayer se consumó sin más oposición que unas religiosas pidiendo muy educadamente y por caridad que les entreguen la cruz, unos jóvenes que colocaron una improvisada cruz de madera y velas y flores ante ella que durarán nada y menos. Hoy sí, arderán las redes, pero ya sabemos lo que son las redes, de respuesta tan rápida como efímera.

Cuando uno era niño de catequesis, había cosas que se aprendían desde el principio y para toda la vida: mandamientos de Dios y de la Iglesia, sacramentos, pecados capitales y obras de misericordia. La verdad es que sabiendo eso uno tenía más que de sobra para conocer y vivir los fundamentos de lo que sería su vida de fe. Eran formulaciones exactas, básicas, evaluables y más que suficientes.
Lo de menos es lo que significan las palabras. Lo verdaderamente importante es saber cuál es la palabra de moda y meterla donde sea y como sea.
Durante todo el tiempo de cierre de templos en Madrid en la primera parte de la pandemia estuve transmitiendo en directo las celebraciones litúrgicas desde la parroquia de La Serna del Monte. Los medios, como pueden imaginarse, de lo más rudimentario. Tan solo un teléfono móvil y una tarifa plana para datos. Técnicamente, pues, muy limitado.