El privilegio de la sencillez y los ronquidos de la Juana
Como párroco de mis tres pueblos he recibido del Señor la gracia de poder vivir la fe y ejercer mi sacerdocio en medio de la debilidad de este mundo.
Esta mañana me he sentido muy sacerdote, especialmente sacerdote. Misa en la residencia de ancianos de Buitrago en la que he administrado el sacramento de la unción de enfermos a cincuenta residentes. Emociona acercarte a cada uno de ellos, ungir su frente y ver cómo extienden las manos para ser ungidas a continuación. Sacerdote que se acerca al débil por los años y la pesadez de los achaques, sacerdote que conforta, anima, unge y con la unción regala el perdón de Dios y la fuerza que permite afrontar el deterioro y el final si así Dios lo quiere.


Hay datos incuestionables. Por ejemplo, que el número de católicos y de católicos practicantes va en franca decaída. No me hace falta acudir a los datos estadísticos oficiales. Basta hablar con cualquier compañero para constatar que viene menos gente a misa, que los bautizos son pocos y las bodas escasísimas. Incluso en los pueblos lo vemos. El dato es el dato, y puede perfectamente extrapolarse a otras realidades, sin excluir la plaza de san Pedro.
Son pocas, y que mis lectores me disculpen por volver al asunto.