Ejercicios espirituales a curas. Alguien tiene que hacerlo
Pocas cosas me quedan o me quedaban por hacer como cura. Lo de dirigir ejercicios espirituales lo había hecho en alguna ocasión con laicos y religiosas. Con sacerdotes, nunca. Por eso mi resistencia cuando me lo propuso Miguel Asorey para curas de Lugo. Le costó más de un año convencerme.
Los sacerdotes estamos para lo que estamos: anunciar la Palabra, celebrar los sacramentos y construir la Iglesia en la caridad. Todos los sacerdotes somos ordenados para eso. Otra cosa es cómo concretarlo en una tarea determinada.

Durante unos años llevé grupos de escuela de padres. El cartel con el que comenzamos tenía una frase que jamás he podido olvidar: “Los hijos no obedecen, imitan”. Tanto me impactó, que la he repetido muchas veces en reflexiones y homilías.
Recién llegado a casa después de cinco días dirigiendo ejercicios espirituales a un grupo de once sacerdotes de la diócesis de Lugo. Espero que les hayan servido para su bien.
Mi costumbre es escribir tres o cuatro veces por semana cuando menos. Y mis lectores, que ya saben de esa costumbre, buena o mala según, si de repente me ven inactivo una semana entera son capaces de barruntar cualquier inconveniencia, inconveniente o imposibilitante. Por eso prefiero contar lo que pasa.
Si me lee algún antiguo compañero agustino, recordará sin duda al P. Ramiro Fincias. Le gustaba echar su partidita de vez en cuando y no se le daba mal el mus. Para los que no lo conocen, digamos, simplemente, que es un juego de apuestas, no de dinero, sino de puntos. Ante la apuesta de un jugador, se puede aceptar, declinar o responder aumentando la cantidad. Cuando el P. Ramiro aumentaba la apuesta y el otro se echaba atrás, su expresión, que no sé de dónde la habría sacado, era “se ha aciruelado”.





