Inquebrantable adhesión
Lo cortesano nos puede. Es verdad que en la teoría todos somos libres, que a nadie nos importa el qué dirán y que aquí todo quisqui se manifiesta con entera libertad. En la Iglesia, sí. En nuestra Iglesia de hoy. Pero es la teoría.
Hace poco me decía un alto cargo eclesial, de cuya diócesis no quiero acordarme, que en este momento lo que más necesita la Iglesia son voces libres, gente que pueda decir lo que libremente siente y piensa en conciencia, o mejor, que pueda hacerlo y lo haga. Y, además, en todas las direcciones.
He titulado este post como “inquebrantable adhesión”, en palabras que nos recuerdan pasados tiempos de la política, aunque igual podría haber dicho peloteo, que es algo que no cambia.
En esta nuestra Santa Madre Iglesia se da el peloteo y el ponerse de perfil con una fuerza inusitada.

Para nada, aunque haya gente convencida de ello. Los documentos de la Iglesia, las orientaciones litúrgicas o catequéticas, resulta que ni muerden, ni agreden y además no guardan veneno oculto. Yo creo que si no se leen es por otra causa, quizá por esa autosuficiencia de pensar que todo lo sabemos nosotros, que en Roma son unos ignorantes y que yo me basto y me sobro para saber lo que tenemos que hacer.
O que están teniendo buena formación y excelente acompañamiento. Quizá sea eso.
Como ustedes ya saben que servidor es un tanto peculiar en sus afirmaciones y criterios, estoy seguro de que no les sorprenderá nada si digo que no espero gran cosa del reciente congreso de laicos.
Me he leído, bien que en una primera lectura apresurada, la exhortación apostólica “Querida Amazonía”.