Un cura que vive en permanente estado de cabreo. ¿Seré yo, maestro?
Pues a lo mejor. Porque varios comentaristas y otros por mail me dicen que mi problema es que soy un cura amargado, empeñado en ver siempre el vaso medio vacío. La consecuencia, parece ser, es haberme convertido, dicen, en un señor serio, sin pizca de sentido del humor y que vive en un estado de cabreo permanente.
La verdad es que lo único que me faltaba para sumirme en la más tenebrosa de las depresiones y el más monumental de los cabreos ha sido el desplante de Higinio Fernández. Tras eso ¿cómo no voy a estar como estoy, con el humor perdido y el vinagre rebosando mis vísceras? ¿Cómo superar mi permanente cara de pepinillo en vinagre si ya hasta Higinio me desprecia?

Pues sí, porque hoy por la tarde, al acabar las misas del domingo, hice una revisión de lo que había predicado en la homilía y la cosa no puede ser más terrible.
Acabo de encontrarme esta mañana en las redes con un artículo de D. José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva, en el que ha decidido explicar a sus lectores la razón de
Es lo que hay, aunque haya gente que no se lo crea.
Ante todo, que no tiemble vuestro corazón, amigos y hermanos curas del arciprestazgo, porque con la fama que tengo, algunos se habrán puesto de los nervios al descubrir que hoy escribo de los curas de mi zona.